Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar enseguida el reloj. "La tregua" (1960), Mario Benedetti
"La tregua" (1960) Frases de "La tregua" (1960) Frases de Mario Benedetti
No me ponga nerviosa con su reloj. Los relojes siempre se atrasan o se adelantan. Yo no puedo someterme a las arbitrariedades de un reloj. "El parque de Mansfield" (1814), Jane Austen
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De la faltriquera derecha colgaba una gran cadena de plata, con un prodigioso ingenio en el fondo. Le hemos ordenado que sacara lo que hubiese en el extremo de dicha cadena; y hemos visto que tenía forma de un globo, mitad de plata y mitad de una especie de metal transparente; por el lado transparente hemos visto unos signos extraños, escritos de manera circular, y hemos pensado que se podían tocar, hasta que descubrimos que nuestros dedos chocaban con la materia transparente. Nos ha acercado este ingenio al oído, y hace un ruido incesante, como el de un molino de agua: Y suponemos que se trata de algún animal desconocido, o el dios que él adora; aunque nos inclinamos por la segunda hipótesis, porque nos ha asegurado (si le hemos comprendido bien, porque se expresa muy imperfectamente) que rara vez hace nada sin consultarlo. Lo llama su oráculo, y dice que señala el tiempo para cada acción de su vida. "Los viajes de Gulliver" (1726), Jonathan Swift
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Durante aquel juego sin gracia, miramos un viejo reloj de pared que había sacado de una casa uno de nuestros camaradas o tratamos de calcular la hora por la posición del sol. Pero el tiempo transcurría tan despacio que parecía eterno. Pensé, irritado, que el tiempo había dejado de pasar, que, como los animales domésticos, no se movía sin la supervisión humana. Que, como los caballos o las ovejas, no daba un paso si no se lo ordenaba un adulto. Cuando el tiempo se estanca, nuestro cuerpo y nuestra mente quedan como en suspenso. No tenemos nada que hacer. Sin embargo, no hay sensación más dura, irritante y ponzoñosamente fatigante que sentir en lo más íntimo de tu ser que estás encerrado y no tienes nada que hacer. "Arrancad las semillas, fusilad a los niños" (1958), Kenzaburo Oe
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Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. "Historias de Cronopios y de Famas" (1962), Julio Cortázar
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Para la gente como nosotros, librarse del reloj es imposible. Ambos formamos parte de los engranajes de ese gran reloj que es la sociedad y, sin sus engranajes, un reloj se vuelve loco. Por más que uno quiera girar a su antojo, el resto no se lo permite. Es cierto que con ello se logra cierta estabilidad, pero tampoco se es del todo libre. Seguro que entre los vagabundos también hay muchos que no desean volver a su vida anterior. "La devoción del sospechoso X" (2005), Keigo Higashino
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Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano. Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitos cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado; Había quien quería un cóndor, y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón. Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en la muñeca; -Me lo mandó un tío mío que vive en Lima -dijo. - ¿Y anda bien? -le pregunté. -Atrasa un poco -reconoció. "El libro de los abrazos" (1989), Eduardo Galeano
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(...) Tenía un cerebro que funcionaba como un reloj y, como en un reloj, de vez en cuando le daban las horas. "Brujerías" (1988), Terry Pratchett
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El viejo reloj de la cocina seguía marcando los minutos con una puntualidad quisquillosa. Una nueva vida había llegado y se había ido, y la naturaleza no se había detenido ni un segundo por ella. La maquinaria del tiempo y el espacio seguía machacando y las personas pasaban por ella como la molienda por las piedras del molino. "La luz entre los océanos" (2012), M. L. Stedman
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Las afinidades electivas eran un juego tan tosco como las circunlocuciones insondables de la sangre, capaz de otorgar peso, cuerpo y aliento a la memoria. Consultó el reloj y experimentó un sobresalto. Ya había transcurrido más de una hora. "El perro de terracota" (1996), Andrea Camilleri
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Nadie hacía caso de los relojes, ni las noches terminaban porque hubiera amanecido. "El reino de este mundo" (1949), Alejo Carpentier
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Alguien había acelerado el maldito reloj cuando no estaba mirando, no había otra explicación. "El cumpleaños secreto" (2012), Kate Morton
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