Cierto grado de seriedad exterior, tanto en las miradas como en los movimientos, comunica dignidad, sin excluir el ingenio ni la decente alegría. Una cara siempre risueña, y un cuerpo en continua agitación son indicios de mucha futileza. El que se precipita manifiesta que lo que trae entre manos es superior a sus fuerzas. La diligencia y la precipitación son dos cosas muy diferentes. "Cartas a su hijo" (1774), Felipe Stanhope de Chesterfield
"Cartas a su hijo" (1774) Frases de "Cartas a su hijo" (1774) Frases de Felipe Stanhope de Chesterfield
Tu corazón, una naranja helada con un dentro sin luz de dulce miera y una porosa vista de oro: un fuera venturas prometiendo a la mirada. "El rayo que no cesa" (1936), Miguel Hernández
"El rayo que no cesa" (1936) Frases de "El rayo que no cesa" (1936) Frases de Miguel Hernández
Lo que hemos olvidado es que los pensamientos y las palabras son convenciones, y que es fatal tomar las convenciones con una seriedad excesiva. Una convención es una conveniencia social, como, por ejemplo, el dinero. El dinero nos libra de los inconvenientes del trueque, pero es absurdo tomar el dinero demasiado seriamente, confundirlo con la auténtica riqueza, puesto que no sirve en absoluto para comer o para vestirse con él. El dinero es más o menos estático, puesto que el oro, la plata, el papel moneda o un saldo bancario pueden "permanecer quietos" durante largo tiempo. Pero la auténtica riqueza, como la comida, es perecedera. Así, una comunidad puede poseer todo el oro del mundo, pero si no cuida de sus cosechas se morirá de hambre. "La sabiduría de la inseguridad" (1951), Alan Watts
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Hasta la alegría impura está más cercana a la luz que la triste y oscura seriedad. "La noche de Walpurga" (1917), Gustav Meyrink
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El aburrimiento señala la llegada de la época de la seriedad. "Frases y filosofías para uso de la juventud" (1894), Oscar Wilde
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Me esforcé mucho en mi cortejo. Sin duda mis motivos eran transparentes, pero quizá eso fue lo bueno. (...) sabía que me había enamorado de ella, y el hecho de que no me abalanzase, de que no la obligase a declarar sus sentimientos hacia mí, probablemente contribuyó más que ninguna otra cosa a convencerla de mi seriedad. "La habitación cerrada" (1986), Paul Auster
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