Me divierto mucho escribiendo y me gusta que la gente se lo pase bien con mis libros. Es una forma de contactarme con el mundo.
He intentado aplicar las cosas que, como lectora, me gusta ver en los libros.
Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros.
Los libros nunca dejan de sorprenderte.
Nadie roba libros excepto los amigos.
Los libros no son ni largos ni cortos, ni gordos ni flacos. Son entretenidos o aburridos, te enganchan o no.
Harry ¿Cómo se sabe si un libro está terminado? -Los libros son como la vida, Marcus, nunca se terminan del todo. "La verdad sobre el caso Harry Quebert" (2012), Joël Dicker
Frases de "La verdad sobre el caso Harry Quebert" (2012) Frases de Joël Dicker
Mi padre nunca me puso un libro en las manos, pero tampoco me prohibió ninguno. Me dejaba deambular y acariciarlos, elegir uno u otro con más o menos acierto. Leía cuentos sangrientos de memorable heroísmo que los padres del siglo XIX consideraban apropiados para sus hijos e historias góticas de fantasmas que decididamente no lo eran; leía relatos de mujeres solteras vestidas con miriñaques que emprendían arduos viajes por tierras plagadas de peligros, y leía manuales sobre decoro y buenos modales dirigidos a señoritas de buena familia; leía libros con ilustraciones y libros sin ilustraciones; libros en inglés, libros en francés, libros en idiomas que no entendía, pero que me permitían inventarme historias basándome en unas cuantas palabras cuyo significado intuía. Libros. Libros. Y más libros.
Los libros son puertas que te llevan a la calle. Con ellos aprendes, te educas, sueñas, imaginas, vives otras vidas y multiplicas la tuya por mil. Y también sirven para tener a raya muchas cosas malas: fantasmas, soledades y mierdas así. "La Reina del Sur" (2002), Arturo Pérez-Reverte
Frases de "La Reina del Sur" (2002) Frases de Arturo Pérez-Reverte
Como siempre, los libros eran seres místicos para él. "El paciente inglés" (1992), Michael Ondaatje
"El paciente inglés" (1992) Frases de "El paciente inglés" (1992) Frases de Michael Ondaatje
La librería recordaba un laboratorio electrónico. Los libros eran pequeños cristales de contenido acumulado, y se leían con ayuda de un optón. Este incluso se parecía a un libro, aunque sólo tenía una página entre las tapas. Al tocar esta hoja, aparecían por orden las páginas del texto, una tras otra. Pero, según me dijo el robot vendedor, los optones se usaban muy poco. El público prefería los lectones, que leían en voz alta, y era posible elegir la voz, el ritmo y la modulación preferida.
Me interesa lo que pase con mis libros. Quién los ama, quién los odia, quién los lee o los ignora. Pero a la hora de escribir, solo pienso en una cosa: ¿De qué quiero hablar? ¿Qué quiero hacer yo?