En cada lector futuro, el escritor renace.
Mucho antes de sentir que escribía yo ya era, creo, un buen lector y hasta diría, un muy buen lector.
Pienso que al lector le gusta que le cuenten buenas historias, que lo entretengan, que lo emocionen, que lo mantengan en suspenso. Ése es mi lector.
Comienzo declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre.
Cada lector se encuentra a sí mismo. El trabajo del escritor es simplemente una clase de instrumento óptico que permite al lector discernir sobre algo propio que, sin el libro, quizá nunca hubiese advertido.
En el espejo del mundo, no me veo muy claro. Dios desafina la orquesta y yo intento sonar... Con ese dedo que acusa, yo tendré cuidado. Amo al lector que entre líneas espía al juglar.
La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector -si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo- y peligrosa para el escritor.
Creo que lo más importante a la hora de escribir es pensar que algún lector necesitado espera con ansias ese texto. Comencé a escribir pensando en lo que quería leer. Si mantienes esa premisa, quieras o no, serás honesto.
Perdóname lector, amistoso lector que no me pueda despedir de ti, con un abrazo fiel: me despido de ti con una triste sonrisa forzada.
Uno escribe pensando en el lector que lleva dentro. Escribes o intentas escribir el libro que te gustaría leer.
Es muy importante para mí mantener el contacto con el lector, porque estoy escribiendo para él, y estoy muy ansioso de lograr credibilidad.
En ocasiones pienso que el premio de quienes escribimos duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano.