Libros no son hombres y sin embargo se mantienen vivos.
Mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado, las escuelas. "Memorias de Adriano" (1951), Marguerite Yourcenar
"Memorias de Adriano" (1951) Frases de "Memorias de Adriano" (1951) Frases de Marguerite Yourcenar
A veces los pensamientos nos consuelan de las cosas, y los libros de las personas.
El mayor defecto de los libros nuevos es que nos impiden leer los libros viejos.
Nuestros padres juzgaban los libros a través de su gusto y de su razón. Nosotros los juzgamos a través de las emociones que nos causan. ¿Este libro puede perjudicar o puede servir? ¿Es apropiado para perfeccionar o para corromper el espíritu? ¿Hará el bien o hará el mal? Las grandes preguntas que nuestros antecesores se planteaban. Nosotros preguntamos: ¿Causará placer este libro?
No deseamos que los libros nos vuelvan mejores, sino más felices que aquellos que los hicieron; que tengan carne y sangre, ingenio y alma. Odiamos -o, cuando menos, ya no sabríamos admirar- los talentos puros.
Ocurre lo mismo con ciertos fragmentos luego de haber leído los libros completos.
La expresión "libreros anticuarios" me asusta un poco. Porque asocio "antiguo" a "caro". Digamos que soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares.
Cada primavera hago una limpieza general de mis libros y me deshago de los que ya no volveré a leer, de la misma manera que me desprendo de las ropas que no pienso ponerme ya más. A todo el mundo le extraña esta forma de proceder. Mis amigos son muy peculiares en cuestión de libros. Leen todos los best sellers que caen en sus manos, devorándolos lo más rápidamente posible..., y saltándose montones de párrafos según creo. Pero luego jamas releen nada, con lo que al cabo de un año no recuerdan ni una palabra de lo que leyeron. Sin embargo, se escandalizan de que yo arroje un libro a la basura o lo regale. Según entienden ellos la cosa, compras un libro, lo lees, lo colocas en la estantería y jamás vuelves a abrirlo en toda tu vida, ¡Pero nunca lo tiras! ¡Jamás de los jamases si está encuadernado en tapa dura! Pero... ¿Por qué no? Personalmente creo que no hay nada menos sacrosanto que un mal libro e incluso un libro mediocre.
¿Tienes el Viaje a América de De Tocqueville? Alguien tomó prestado el mío, y no me lo ha devuelto. ¿Por qué será que personas a las que jamás se les pasaría por la imaginación robar nada encuentran perfectamente lícito robar libros?
He aprendido mucho de los libros. He leído -y eso de seguro lo han vivido muchas personas- a determinada edad un determinado libro que, de repente, se volvió muy importante y me abrió los ojos. No era en absoluto necesario que el libro tuviese relación directa con el país donde vivía o con mi situación de vida. Eso es lo incomprensible y lo fascinante de la literatura. Establece semejanzas entre campos totalmente distintos.
En general – escribió Kafka en 1904 a su amigo Oskar Pollak -, creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿Para qué molestarnos en leerlo? ¿Para qué nos haga felices, como dices tú? Cielo santo, ¡Seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.