Esta primavera las aves han vuelto demasiado pronto. Alégrate, razón, el instinto también yerra. Se emboba, se despista.
El instinto animal; el simple e indiferenciado deseo. Ésa era la fuerza que destruiría el partido. "1984" (1949), George Orwell
"1984" (1949) Frases de "1984" (1949) Frases de George Orwell
Instinto es una acción intencional y sin conciencia de la finalidad. "La filosofía del inconsciente" (1869), Eduard von Hartmann
"La filosofía del inconsciente" (1869) Frases de "La filosofía del inconsciente" (1869) Frases de Eduard von Hartmann
La boca se diferencia de los restantes órganos corporales necesarios para satisfacer el instinto de procreación, mientras que la imaginación es una facultad espiritual del individuo que permite el funcionamiento de los órganos sexuales incluso sin pareja. "El libro del recuerdo" (1986), Péter Nádas
"El libro del recuerdo" (1986) Frases de "El libro del recuerdo" (1986) Frases de Péter Nádas
Tú, que llenaste mi sangre de caballos, tú, que si te miro me relincha el ojo, dobla tu instinto como en una esquina y hablemos allí solos, sin el uso, sin el ruido del alquilado mueble de tu cuerpo.
Es un error avanzar por instinto. Te lleva hasta determinado punto y después te abandona. Cuando empiezas a endurecerte, ya no te queda nada, el instinto muere joven. Se transforma en sospecha. Y tú no pasas de ser un simple ignorante a merced de tus menoscabos. "Nadie se salva solo" (2011), Margaret Mazzantini
Debería escuchar a mi instinto y luego hacer lo contrario. "Lugares oscuros" (2009), Gillian Flynn
"Lugares oscuros" (2009) Frases de "Lugares oscuros" (2009) Frases de Gillian Flynn
En los seres humanos parece existir un instinto profundo para convertir en obligatorio lo que no está prohibido.
No está desprotegido. Encontrará su camino... Siga sus instintos, razonablemente, por supuesto.
De vez en cuando conviene sacar a pasear un poco el instinto.
Creo mucho en el instinto. Es la mejor inspiración.
Frases de Jean-Marie Gustave Le Clézio
En las ramas superiores de aquel árbol gigantesco, la mona apretó contra sí el gimoteante chiquillo y el instinto, tan predominante en el ánimo de aquella fiera como lo había sido en el de la tierna y hermosa madre -el instinto del amor materno-, no tardó en transmitir sus ondas tranquilizadoras al cerebro medio formado del cachorro de hombre, que al instante dejó de llorar. Después, el hambre colmó el foso que los separaba y el hijo de un lord inglés y una dama inglesa se amamantó en el pecho de Kala, la gran mona salvaje. "Tarzán de los monos" (1912), Edgar Rice Burroughs
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