Era consciente de que pertenecía al público, pero no por mi físico o por mi belleza, sino porque nunca antes había pertenecido a nadie.
El orden alfabético no es sino una variante del orden público.
Coloque en su mente alguien que quiera mezclado entre el público y trabaje para él.
Siempre haga que el público sufra tanto como sea posible.
Ningún hombre ha dado gratuitamente parte de su libertad propia con solo la mira del bien público: esta quimera no existe sino en las novelas. Cada uno de nosotros querría, si fuese posible, que no le ligasen los pactos, que ligan á los otros. Cualquiera hombre se hace centro de todas las combinaciones del globo.
Cuando el público dice que una obra es oscura en exceso, quiere decir que el artista ha dicho o hecho algo hermoso y, además, original; cuando describe una obra como obscena en exceso, quiere decir que el artista ha dicho o hecho algo hermoso y, además, verdadero.
Yo creo que es bastante más difícil conquistar a los niños, porque ellos leen un libro y si no les gusta lo tiran, es decir, no leen por esnobismo. Un niño no se leería como se lee un adulto el Ulises. Un adulto se aburre, pero debe seguir adelante porque hay que leer el Ulises para no ser un inculto. Por lo tanto, el público infantil es mucho más exigente.
Y el público creerá en los sueños del teatro, si los acepta realmente como sueños y no como copia servil de la realidad, si le permiten liberar en él mismo la libertad mágica del sueño, que sólo puede reconocer impregnada de crueldad y terror.
¿No es ello la causa de todas nuestras revoluciones? Porque entre el Estado, que prodiga promesas imposibles, y el público, quien ha concebido esperanzas irrealizables, se vienen a interponer dos clases de hombres: los ambiciosos y los utópicos.
(...) Y era como si a su obra le faltase el fervor de esa alegría ágil que, como ninguna otra cualidad, produce el encanto del público. "La muerte en Venecia" (1911), Thomas Mann
No quiero imponer mi presencia al público durante demasiado tiempo. La gente se cansa de ver siempre las mismas caras.
¿Qué nos importa que el público nos aplauda o nos silbe si logramos hacer vivir así en nosotros mismos dos individualidades, la una que lucha con las realidades triviales y la otra que se complace en el arte?