Cuando yo era pequeña, tenía cinco ositos. Edward, Roland, Bertha, John y Burt. Me encantaban todos. Sobre todo Burt, que no tenía ojos. Pero un día lo perdí. Me lo dejé en un autobús en Escocia una vez que fuimos a visitar a la abuela y nunca más lo volví a ver. Me tiré horas llorando. Pero fue un alivio llegar a Londres y tener allí mis otros osos. Desde entonces los quise más que nunca, porque faltaba uno. "Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea" (2011), Annabel Pitcher
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Gracias otra vez -- Arthur, sacando la cabeza por la ventanilla. - Los amigos están para eso. A lo mejor yo te necesito a ti a fin de mes para ir a la montaña a cortarle las uñas a un oso gris. "Ojalá fuera cierto" (2000), Marc Levy
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El oso polar no invernaba: mientras todo el mundo animal emigraba hacia el mediodía o se retiraba debajo de la costra helada del mar, en busca de reposo y calor, sólo el oso continuaba cazando y pescando a la luz de las estrellas, para él y para la compañera, que paría en una guarida excavada en el hielo.
Un día vi en el zoológico un oso tibetano, se siente siempre intranquilo, aunque nada a su alrededor tienda a irritarlo, gira, persigue un enemigo que no llega, enarca las orejas, escarba, mira con odio a una invisible fruta que descuelga. Exteriormente impasible, pero por dentro la inútil intranquilidad del oso tibetano. ¿Cuál será su sueño? ¿Cómo hacer que ocurran al mismo tiempo la amistad visible y la enemistad invisible?
Cuando el encuentro resulta inevitable, recordar en último extremo que todos los osos blancos son zurdos: puestos en la tesitura de defenderse, mejor abordar al animal por su lado menos ágil. No deja de ser ilusorio, pero menos es nada. "Me voy" (1999), Jean Echenoz
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Pero el oso, al mirar su cara negra, dejó de bailar. Y se puso a gemir y llorar por él. "Los niños tontos" (1956), Ana María Matute
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El oso vive de lamerse la garra, pero no indefinidamente. Hay que abastecer a esa garra, hay que ponerle algo debajo. "El hombre que ríe" (1869), Victor Hugo