Para un arte como el mío –arte que combate en la frontera entre la vida y la muerte y que cuestiona lo que somos y lo que significa vivir y morir– [Japón] resultaba demasiado pequeño, demasiado servil, demasiado feudal y demasiado desdeñoso con las mujeres. Mi arte necesitaba una libertad más ilimitada y un mundo más amplio.
Antes de marcharme de Japón, estaba convencido de que era un hombre de talento: creía firmemente en mis capacidades y en mi resistencia. Sí. Pero incluso ese sentimiento se demostró pasajero. En el barco que me llevaba lejos, yo me consideraba un héroe, hasta que dejamos atrás el puerto de Yokohama. Justo después, cuando la visión de la ciudad se desvanecía en la lejanía, rompí a llorar sin poder hacer nada por evitarlo.
En Japón cuando florece el cerezo la gente va al campo alegre, a ver la flor del cerezo, se sienta bajo los árboles y hacen fiesta. Son felices. Bebiendo sake y mirando las flores. Cuando florecen las plantas producen una oxigenación y esto produce aire puro. Si hay mucho aire puro nos ponemos contentos y bebemos sake.
Yo daría mi dedo meñique por ir al Japón, uno de los pocos países que quisiera de verdad conocer. "Retrato de una dama" (1881), Henry James
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En aquel mar del Japón, los días de verano son maravillosos. El cielo parece de laca, no hay nubes y el sol brilla de tal manera que el sextante de Acab tenía vidrios de colores para poder mirarlo. "Moby Dick" (1851), Herman Melville
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Mientras en los Estados Unidos han estado ocupados creando abogados, en Japón hemos estado ocupándonos de los ingenieros que crean.
El milagro japonés no es el confort no es el estrés, es su modo de reír, de saludar, de servir.
Dejando la verja montañosa, encontré ha Japón. Canciones en los recogedores de hoja de té.
(...) No creo que la suerte de los japoneses resulte mucho más envidiable. En realidad, incluso opino lo contrario. La nipona, por lo menos, tiene la posibilidad de librarse del infierno de la empresa casándose. Y no trabajar en una empresa japonesa me parece un fin en sí mismo. Pero el nipón, en cambio, no es un ser asfixiado. No se ha destruido en él, desde su más tierna edad, todo rastro de ideal. Conserva uno de los derechos humanos más fundamentales: el derecho a soñar, a tener esperanzas. Y lo ejerce. Sueña con mundos quiméricos en los que es libre y dueño de sus actos. La japonesa carece de semejante recurso, si ha sido bien educada -y la mayoría lo han sido-. Por decirlo de algún modo, esa facultad esencial le ha sido amputada. Ésta es la razón por la cual proclamo mi más profunda admiración por toda nipona que todavía no se haya suicidado. "Estupor y temblores" (1999), Amélie Nothomb
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Japón es un país que sabe lo que significa "volverse loco". "Estupor y temblores" (1999), Amélie Nothomb
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Soy una aspirina efervescente diluyéndose dentro de Tokio. "La nostalgia feliz" (2013), Amélie Nothomb
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Nadie me prestó atención. Ocurría lo mismo que durante aquellos veinte años que acababan de transcurrir; aquello no hacía sino continuar. Una vez más, yo no contaba para nada. En todos los rincones de Japón había un millón, diez millones de personas que no llamaban ninguna atención; yo formaba parte de ellas. Que aquellas personas quisieran vivir o morir, al mundo se le importaba una higa. "El pabellón de oro" (1956), Yukio Mishima
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