Sopló el viento y los pétalos de flor de cerezo se dispersaron. Volaron hasta mis pies. Miré de nuevo el frasco de cristal que tenía en la mano. Me sentí inquieto. ¿No me arrepentiría después? Tal vez sí. Pero, ahora, era tan hermosa aquella ventisca de pétalos de cerezo. Desenrosqué despacio la tapa del frasco de cristal. Luego dejé de pensar. Dirigí la boca del frasco al cielo, alargué el brazo tanto como pude y tracé un gran arco en el aire. Las cenizas blanquecinas flotaron por el cielo del crepúsculo como una nevisca. Volvió a soplar el viento. Las flores del cerezo se deshojaron y, mezcladas con los pétalos, pronto dejaron de verse las cenizas de Aki.
Con el avance de la primavera, llegó la floración de los cerezos. "El gran espejo del amor entre hombres" (1687), Ihara Saikaku
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Durante centenares de años, desde las más antiguas compilaciones de poesías, se habían escrito poemas sobre las flores de cerezo. Los antiguos las esperaban, se entristecían cuando habían desaparecido y se lamentaban de su muerte en innumerables poemas. "Las hermanas Makioka" (1936), Junichiro Tanizaki
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