Los dramaturgos y los actores de esta orilla y de la otra, son lo que han creado y preservado espacios de libertad aún en los peores tiempo de la peste, la cólera, la persecución y el exterminio. Todos ellos, aparte del lenguaje, tienen en común el mismo deseo: reunir a un pequeño grupo de personas (cada día más pequeño) para celebrar la liturgia gozosa y cómplice del teatro.
Si, aunque les parezca absolutamente increíble, la verdad es que tienen delante de ustedes a un dramaturgo, especie desaparecida hace décadas, algo así como un dinosaurio enano. Pueden tocarme, pellizcarme y tirarme maní. No muerdo, no huelo mal y ni siquiera me reproduzco en cautiverio.
No soy una dramaturga natural, en absoluto. Escribo lo que sé.
Hoy, que se queman las utopías en el sucio fogón de las vergüenzas, los dramaturgos, son sus signos en el aire, reivindican la última y más indispensable utopía: la de inventar sueños, la de celebrar ritos pánicos a la vida, la de levantar un espejo mágico para que la sociedad vea sus heridas y se ría de ellas.
Para salvar a esta especie de mamíferos en vías de extinción hay que llevar al dramaturgo al escenario: ese es su hábitat. Los que quieren continuar recluidos en sus escritorios y sus diccionarios, es mejor que se extingan. La fauna no habrá perdido nada.
Tengo mucho respeto por los actores porque creo que es una de las profesiones más difíciles y complicadas en la vida. Sería una hipocresía pensar que yo tengo algo que hacer en un escenario. No me atrevería, y si lo hiciera espero que los actores me echen. Prefiero funcionar como director o como dramaturgo.
La creación en grupo puede ser infinitamente más rica, si el grupo es rico, que el producto de un individuo poco relevante, aunque esto no demuestra nada. Lo cierto es que se necesita al autor para alcanzar esa cohesión y enfoque finales que un trabajo colectivo no puede realizar. En teoría pocos hombres hay tan libres como el dramaturgo, quien puede llevar el mundo entero al escenario.
Los más grandes novelistas, los más grandes dramaturgos, han sido siempre los más populares; así, entre nosotros, Cervantes y Lope. "Pruebas" (1967), Max Aub
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¿Qué soy? ¿Alemán, francés, español, mexicano? ¿Qué soy? Nada. Quise ser escritor. ¿Qué soy? ¿Novelista, dramaturgo, poeta, crítico? No soy nada. "Diarios (1939-1972)" (1998), Max Aub
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En cambio el teatro, incluso en lo que tiene de más "realista", está conectado con el nivel en el cual -y con los métodos mediante los cuales- decimos nuestras mentiras cotidianas. Tal es el sentido en el que el teatro "ordinario" se parece a la vida, y los dramaturgos son repugnantes mentirosos, a menos que sean muy buenos. "El mar, el mar" (1978), Iris Murdoch
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