Hay que aceptar la idea de que la realización de una película es un misterio; mucha inteligencia, energías, gusto no hacen necesariamente un buen film si la mezcla de los elementos no es armoniosa.
Una película es (o debería ser) como la música. Debe ser una progresión de ánimos y sentimientos. El tema viene detrás de la emoción, el sentido, después.
Una película es una fuente petrificada de pensamiento.
Un buen comienzo y un buen final hacen una buena película, siempre y cuando estén cerca uno del otro.
Una pantalla grande sólo hace el doble de mala a una mala película.
El solo hecho de que la gente haya decidido ir y ver las películas donde yo estaba, probablemente es lo más sorprendente que me pasó en la vida.
Las películas son experiencias muy fluidas. En una película, al final, lo que resulta es, muy a menudo, diferente –mucho peor, mucho mejor, o completamente distinto– de lo que se pretendía cuando se empezó.
Todo me pone nerviosa, excepto la realización de películas.
He hecho todas mis películas como un sonámbulo. He hecho todo lo que creía correcto, nunca he preguntado a nadie si lo que hacía estaba bien o mal.
La historia y el estilo empleado para contarla son los que hacen que una película sea buena o mala, no el procedimiento técnico de la misma.
Prefiero que las películas hablen por mí.
Hay más cosas en la vida que las películas.