Jugar sin hinchada es como bailar sin música. "El fútbol a sol y sombra" (1995), Eduardo Galeano
"El fútbol a sol y sombra" (1995) Frases de "El fútbol a sol y sombra" (1995) Frases de Eduardo Galeano
Esa canción "We Are The Champions" ha sido adoptada por los hinchas de fútbol porque es una canción de vencedores. No imagino a nadie que escriba una nueva canción que pueda sustituirla.
El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua. "El fútbol a sol y sombra" (1995), Eduardo Galeano
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Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos. "El fútbol a sol y sombra" (1995), Eduardo Galeano
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Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. "El fútbol a sol y sombra" (1995), Eduardo Galeano
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Igual que tantos otros hinchas, nunca se me ha pasado por la cabeza la idea de dedicarme al periodismo deportivo. ¿Cómo iba a redactar la crónica de un Liverpool- Barcelona cuando habría dado cualquier cosa por estar en Highbury viendo al Arsenal contra el Wimbledon? Uno de los temores más recónditos que tengo es que me paguen un día un dineral por escribir sobre el partido que más me apetece ver. "Fiebre en las gradas" (1992), Nick Hornby
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De todos modos, no fue la nutrida multitud lo que más me impresionó, ni tampoco fue que los adultos gozasen de absoluta libertad para gritar insultos como "¡Soplapollas!" a voz en cuello y sin llamar demasiado la atención de los demás. Lo que más me impresionó fue sin duda que muchos de los hombres que estaban a mi alrededor detestaban, odiaban de veras estar allí. Por lo que yo sé, nadie parecía disfrutar, al menos en el sentido en que yo entendía ese término, nada de lo que allí ocurrió en toda la tarde. Pocos minutos después del pitido inicial se hizo patente la ira ("eres un desgraciado, gould. ¡Es un mierda!" "¿Cien libras por semana? ¡Cien libras por semana! ¡Eso mismo tendrían que pagarme a mí por venir a verte jugar!"). A medida que fue pasando el tiempo de juego, la ira se convirtió en una generalizada sensación de atropello, para helarse después en un descontento malhumorado y silencioso. Ya, ya me sé todos los chistes al respecto. ¿Qué otra cosa podía esperar en Highbury? Lo cierto es que también fui a los campos del Chelsea, del Tottenham y de los Rangers, y en todos ellos vi lo mismo: que el estado natural del hincha futbolero es de una amarga desilusión, al margen del resultado del marcador. "Fiebre en las gradas" (1992), Nick Hornby
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