
23 frases de Fiebre en las gradas (Fever pitch) de Nick Hornby... Relato autobiográfico de la tumultuosa relación del autor con el fútbol y con su equipo, el Arsenal Football Club. Con su fina ironía, nos cuenta lo que ocurre cuando el fútbol ocupa todo en nuestra vida.
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Nick Hornby son: autobiografía, pasión por el fútbol, fútbol, memorias, obsesión, fuerza de la pasión, humor, ambientada en inglaterra, deportes.
Frases de Nick Hornby Libros de Nick Hornby
Frases de Fiebre en las gradas Nick Hornby
01. Me preocupa la perspectiva de morir a mitad de temporada.
02. La verdad es así de simple: durante largos ratos de un día normal y corriente, soy un perfecto idiota.
03. Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo.
04. A medida que envejezco, la tiranía que ejerce el fútbol en mi vida, y en la vida de las personas que me rodean, empieza a ser menos razonable, menos atrayente.
05. Tal como sucede con todas las depresiones que acosan a las personas que han tenido más suerte de lo habitual, me daba vergüenza la mía, ya que no existía al parecer ninguna causa que la explicase de modo convincente. Tuve la sensación de haber descarrilado en algún momento, sin haberme dado cuenta hasta mucho después.
06. Para quienes sólo tengan una vaga idea de las tácticas futbolísticas, el fútbol total fue una invención holandesa que partía de la flexibilidad de todos los jugadores presentes en el terreno de juego. Los defensores tenían que atacar, los delanteros tenían que jugar en el centro del campo: fue la versión futbolística de la posmodernidad, y a los intelectuales les entusiasmó.
07. Por primera vez comprendí a las mujeres que en las series de televisión se han quedado tan destrozadas por una historia de amor frustrada, y que ya no se permiten el lujo de enamorarse de nadie más: hasta entonces nunca había pensado que fuera posible elegir, pero entendí que me había dejado exponer en toda mi desnudez, cuando podría haber seguido siendo un tío duro, cínico y correoso.
08. Sin embargo, ¿Qué podemos hacer si somos tan débiles? Dedicamos horas cada día, meses cada año, años cada vida, a algo sobre lo que no tenemos el menor dominio. ¿Es de extrañar, me pregunto, que nos veamos obligados a celebrar ingeniosas, raras liturgias destinadas a crear la ilusión de que al fin y al cabo sí tenemos el poder en la mano, tal como ha hecho cualquier comunidad primitiva al verse frente a un profundo misterio, en apariencia insondable?
09. Igual que tantos otros hinchas, nunca se me ha pasado por la cabeza la idea de dedicarme al periodismo deportivo. ¿Cómo iba a redactar la crónica de un Liverpool- Barcelona cuando habría dado cualquier cosa por estar en Highbury viendo al Arsenal contra el Wimbledon? Uno de los temores más recónditos que tengo es que me paguen un día un dineral por escribir sobre el partido que más me apetece ver.
10. El inglés blanco de clase media, residente en el sur de Inglaterra, es el ser más desarraigado de la tierra: preferiría pertenecer a cualquier otra comunidad del mundo. La gente de Yorkshire, de Lancaster, los escoceses y los irlandeses, los negros, los ricos y los pobres, e incluso los norteamericanos y los australianos tienen algo que puede hacerles llorar cuando están sentados en un pub, algo que les incite a cantar unas cuantas canciones alusivas, cosas que siempre podrán agarrar y apretar con fuerza cuando les entren ganas, mientras que nosotros no tenemos nada, nada que de veras queramos tener.
11. Antes estaba convencido, aunque ahora ya no, de que crecer y madurar son procesos análogos, en el sentido de que ambos son procesos inevitables e incontrolables. Ahora tengo la impresión de que madurar es algo que rige la voluntad: uno puede elegir ser adulto, aunque sólo sea en momentos contados. Esos momentos se presentan con poquísima frecuencia, ya sea en plena crisis en una relación de pareja, por ejemplo, o cuando uno de pronto se encuentra con la oportunidad de empezar de cero en otra parte. Y siempre es posible no hacer caso de ellos o bien aprovecharlos tal como vienen.
12. He aprendido unas cuantas cosas gracias al fútbol. El hecho de que conozca buena parte de la geografía de inglaterra y de europa no se debe al colegio, sino a los partidos fuera de casa y a las páginas deportivas de los periódicos, y el fenómeno de los hooligans me ha aportado cierto gusto por la sociología y un grado no desdeñable de trabajos de campo. He aprendido el valor que tiene invertir mi tiempo y mi energía en cuestiones que no puedo controlar, así como el valor que tiene el pertenecer a una comunidad cuyas aspiraciones comparto por completo, de forma totalmente acrítica.
13. Quejarse de que el fútbol sea aburrido es como quejarse de que El rey Lear tenga un final tan triste: es no haber entendido nada
14. La vida no es, no ha sido nunca un triunfo por 2-0, en casa, contra los líderes de la Liga, y menos después de almorzar Fish and Chips estupendamente.
15. Al cabo de un tiempo, cuando una victoria pareció haberse convertido no se sabía cómo en una opción inviable, fuimos adaptándonos a un orden diferente, y aspiramos a momentos que sustituyeran el placer del triunfo: goles, empates, muestras de valentía a despecho de una suerte que nos era abrumadoramente hostil.
16. Por eso, pido tolerancia para quienes describimos un logro puramente deportivo como el mejor momento de nuestras vidas. No es que nos falte imaginación, ni tampoco llevamos una vida triste y yerma; lo único que sucede es que la vida real es más tenue, más apagada, y contiene un potencial menor para entrar en un delirio inesperado.
17. (...) No era muy distinto del Londres que ya conocíamos por otras excursiones, cuando íbamos a ver las pantomimas, las películas y los museos: un Londres ajetreado, muy de luces brillantes y de gran ciudad, con una suprema conciencia de estar en el centro mismo del universo. La gente que se veía por Chelsea en aquellos tiempos era gente muy consciente de estar en el centro del universo. El fútbol era un deporte de moda, y los jóvenes ejecutivos que animaban a los azules eran gratos de ver, aparte de dar a Stamford Bridge (a las localidades de asiento, vaya) el aire de un lugar de exótica exquisitez.
18. Hubo cosas mejores y cosas bastante peores, y la única forma que uno tiene de aprender a asimilar la propia juventud consiste en aceptar las dos partes de la proposición.
19. A principio de los setenta me había convertido en un inglés de pies a cabeza; dicho de otro modo, odiaba a Inglaterra tanto como la mitad de mis compatriotas.
20. Siempre me han acusado de tomarme demasiado en serio las cosas que más amo -el fútbol, por supuesto, pero también los libros y los discos-, y es cierto que me invade una especie de ira cuando oigo un mal disco o cuando alguien se muestra tibio ante un libro que significa mucho para mí.
21. De todos modos, no fue la nutrida multitud lo que más me impresionó, ni tampoco fue que los adultos gozasen de absoluta libertad para gritar insultos como "¡Soplapollas!" a voz en cuello y sin llamar demasiado la atención de los demás. Lo que más me impresionó fue sin duda que muchos de los hombres que estaban a mi alrededor detestaban, odiaban de veras estar allí. Por lo que yo sé, nadie parecía disfrutar, al menos en el sentido en que yo entendía ese término, nada de lo que allí ocurrió en toda la tarde. Pocos minutos después del pitido inicial se hizo patente la ira ("eres un desgraciado, gould. ¡Es un mierda!" "¿Cien libras por semana? ¡Cien libras por semana! ¡Eso mismo tendrían que pagarme a mí por venir a verte jugar!"). A medida que fue pasando el tiempo de juego, la ira se convirtió en una generalizada sensación de atropello, para helarse después en un descontento malhumorado y silencioso. Ya, ya me sé todos los chistes al respecto. ¿Qué otra cosa podía esperar en Highbury? Lo cierto es que también fui a los campos del Chelsea, del Tottenham y de los Rangers, y en todos ellos vi lo mismo: que el estado natural del hincha futbolero es de una amarga desilusión, al margen del resultado del marcador.
22. No fue sólo por la calidad del fútbol que desplegaban, sino por cómo consideraban cualquier embellecimiento ingenioso y alucinante como si fuese algo tan funcional y tan imprescindible como un simple saque de esquina o un fuera de banda. La única comparación que se me pudo ocurrir entonces fue la de los coches de juguete: aunque a mí no me interesaban para nada los Dinky, los Corgi o los Matchbox en miniatura, me entusiasmaba el Rolls Royce rosa de Lady Penelope y el Aston Martin de James Bond, coches que llevaban un equipamiento tan sofisticado como los asientos de eyección automática o las ametralladoras ocultas, que los elevaba muy por encima de la aburrida normalidad. El intento que hizo Pelé de marcar un gol desde su propio campo, el engaño que le hizo al portero de Perú, cuando amagó a un lado y la bola salió por el otro..., ésos sí eran los equivalentes futbolísticos de los asientos de eyección automática, al lado de los cuales las demás jugadas parecían meros utilitarios como los que Vauxhall empezaba a fabricar en cadena. Hasta la forma que tenían los brasileños de celebrar los goles -daban cuatro pasos en carrera, saltaban, agitaban el puño; daban otros cuatro pasos a la carrera, saltaban otra vez, agitaban el puño- era desconocida, divertida y envidiable al mismo tiempo.
23. Puede que sea absurdo, pero aún no me he animado a decir que el fútbol sea un deporte maravilloso, y por supuesto que lo es. Los goles tienen el valor de lo raro, sin punto de comparación por ejemplo con las canastas en baloncesto, las carreras en béisbol, los sets en tenis, y siempre quedará el suspense y la emoción de ver a alguien cuando consigue hacer algo que sólo se suele hacer tres, cuatro veces a lo sumo en todo un partido si tienes suerte, y si no, ni una. Me encanta el ritmo que tiene, la inexistencia de fórmulas preconcebidas; me encanta cómo pueden los bajos con los altos, los enclenques con los fuertes (véase a Beardsley contra Adams), cosa que no ocurre en ningún otro deporte de contacto; me encanta que el mejor equipo no siempre sea el que gana. Tiene lo mejor del atletismo (con el debido respeto por Ian Botham y la delantera de la selección inglesa, son poquísimos los jugadores gordos que destaquen por su calidad); es sensacional la forma en que combina la fuerza con la inteligencia. Permite que los jugadores parezcan realmente estéticos, y lo hace de una forma que en casi todos los deportes resultaría imposible: un cabezazo en plancha perfectamente coordinado, una volea perfectamente conectada, permiten que el cuerpo alcance una postura y una elegancia que muchos deportistas jamás podrían exhibir.