A partir de una casona de madera abandonada nació mi taller de Casapueblo, Tigre (Argentina). Hoy estoy orgulloso de haberla anexado a la Casapueblo de Uruguay, como una demostración de la hermandad que existe entre el arte de los dos países.
(...) También Casapueblo nace del conventillo, es una prolongación. La construí como si se tratara de una escultura habitable, sin planos, sobre todo a instancias de mi entusiasmo. Cuando la Municipalidad me pidió hace poco los planos que no tenía, un arquitecto amigo tuvo que pasarse un mes estudiando la forma de descifrarla.
En realidad mi vida es un largo viaje: mi esperanza son los grandes amigos que están por nacer. Mi casa está inmóvil por razones de lógica, pero es como si se moviera constantemente. Siempre hay alguien aquí que trae cosas: desde cualquier habitación pueden salir en cualquier momento, un pintor, un músico, un poeta, una muchacha bellísima. Casapueblo es un taller, un barco, un albergue. No sé, a veces hasta creo que participo de un rito y de que soy el gran sacerdote. ¿Le parece que mi obra puede estar diferenciada de lo que soy?
[Sobre Casapueblo] me inspiró el hornero criollo (pájaro) al hacer su propia casa, pero también lo fue el hombre del campo, que construye su casa de adobe.
Cada paso o cada ladrillo que ponía, me llevaba a caminos inesperados. Casapueblo fue naciendo al paso, modelada por mis propias manos y con la ayuda de pescadores y amigos no influenciados por la arquitectura formal... Casapueblo se transformó en mi propia vida. De ella parto en mis largos viajes pero siempre regreso como un búmeran. Es mi barco encallado en las rocas, con el que viajo hacia la ilusión.
Mientras viajé, "Casapueblo", mi taller del mar, jamás dejó de crecer. Es mi barco inmaculado, mi baúl para almacenar los recuerdos. No por estar encallado en los acantilados de Punta Ballena deja de mantener la tripulación activa para recibir con los brazos abiertos al caminante y al amigo. Desde que comencé a construirla me transformé en un caracol y jamás expuse fuera de sus paredes. Mi pintura pasó a ser parte de su casco y de esa manera jamás salieron de su ámbito (...) Desarrollando mi actividad entre mis dos talleres, del Tigre en Argentina y Casapueblo en Uruguay, mi pintura comenzó a nacer a la sombra de dos banderas. Como ambas tienen el mismo color y están iluminadas con el mismo sol, mi adaptación a la nueva faz se transformó en un hecho feliz, porque me siento pintando en el medio del abrazo de dos hermanos.
Casapueblo (...) creo que es una insolencia de la arquitectura, yo no soy arquitecto, la he modelado acariciando la masa, como si fuera una mujer...
En el conventillo de Mediomundo, al que yo iba todos los días a pintar, tenía un altillo ahí que me habían prestado, aprendí que todos somos familia. Ahí vivían, no sé, cincuenta o sesenta familias negras, compartiendo mucho, pasaban juntas la Navidad, era una comunidad maravillosa. Y cuando yo veo Casapueblo pienso lo mismo, los cuartos enganchados como en un collar, como un abrazo a la gente que llega. Una persona llega y encuentra a otra y se saludan, es como si fueran hermanos.
Algunos arquitectos se interesan por mis casas y no deja de ser una satisfacción que gente de carrera acepte ese tipo de ideas. Y algunos hasta han hecho casas inspiradas en Casapueblo. Me sorprende a veces ir por un barrio y ver una casapueblito.