A una amapola deja sus alas una mariposa como recuerdo.
Abriéndose paso entre la multitud, una amapola en su mano.
La amapola florece y por la brisa del día desparramada.
Parecía la amapola que ayer vi en el cementerio, sus rojos labios que ansiaban darme los últimos besos.
¡Oh! Amapolas, sólo soledad brota en mi cabello.
(...) Parecía como si la voz del violonchelo, templada sólo un instante, viniera flotando hacia mí y me rodease con sus brazos. El sonido, probablemente debido al viento que soplaba, vibraba a veces como si fuera a desaparecer, aunque el arco se deslizase sobre las cuerdas sin interrupción. Estábamos rodeados por completo del color rojo de las amapolas, hasta el límite del horizonte con el cielo. Los tallos se inclinaban y los pétalos se balanceaban, como al ritmo del violonchelo. "Perfume de hielo" (1998), Yoko Ogawa