Frases de Las tres bodas de Manolita

Las tres bodas de Manolita

23 frases de Las tres bodas de Manolita de Almudena Grandes... Con su padre y su madrastra encarcelados, debe sobrevivir como puede, mientras sigue un plan para la resistencia y se enamora de un preso tímido.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Almudena Grandes son: resistencia, dictadura, totalitarismo, guerra civil española, franquismo, encarcelado, delator, enamorarse.

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Frases de Las tres bodas de Manolita Almudena Grandes

01. Pero hoy no han matado a nadie.


02. Un amor en el que atrincherarse y resistir.


03. Los españoles, ya se sabe, nunca estamos preparados para ser felices.


04. (...) Ese olor tan triste, a musgo y tierra mojada, que perfuma los edificios en construcción.


05. No son malos, pero en su manera de ser caben la envidia, la codicia, el egoísmo.


06. La madre superiora lo repetía cada dos por tres, hay que arrancar las ramas antes de que lleguen a troncos.


07. Las cosas inútiles, si son bonitas, sirven para algo ¿No? Aunque no sea más que para alegrarse de verlas.


08. Un buen obrero es, por definición, un hombre inteligente, y nueve de cada diez obreros son trabajadores con conciencia política.


09. Como los recuerdos dolían, no recordaban. Como las lágrimas herían, no lloraban. Como los sentimientos debilitaban, no sentían.


10. La alegría es un arma superior al odio, las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento.


11. No sólo no sabía lo que quería, sino que me daba miedo pensarlo, pero sabía que quería más.


12. La naturaleza de la ambición es la insaciabilidad, desear más, siempre más, temer cada vez más lo que más se desea.


13. La gente es muy malpensada. Hay personas envidiosas, rencorosas, hasta entre las que han consagrado su vida a Dios. Debemos compadecerlas y rezar por ellas, pero, de todas formas.


14. Sin embargo, con el tiempo comprendí que la alegría era un arma superior al odio, las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento.


15. Ninguno de los dos necesitó decir nada más para justificarse, para explicarle al otro o a sí mismo lo que había pasado antes, lo que iba a pasar después.


16. Para hacerme sentir que, con cada cuerpo que se desplomaba ante una tapia de ladrillos rojos, volvían a matarlos a todos, a matarnos con ellos, a quitarnos a todas un pedazo de vida en cada ausencia.


17. Volvía a preguntarme por qué no nos fusilaban a todos, por qué no nos liquidaban de una vez en lugar de matarnos tan despacio, tantas veces, tantas pequeñas muertes de hambre, de tristeza de humillación.


18. Había de todo, y todo valía mientras una excitación imprecisa, universal, corriera por las venas de los asistentes como un líquido brillante y espeso, capaz de hacer más brillante, más espesa su sangre.


19. Existen hambres mucho peores que no tener nada que comer, intemperies mucho más crueles que carecer de un techo bajo el que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que la vida en una casa sin puertas, sin baldosas ni lámparas. Ella no lo sabía, pero yo sí.


20. Porque existen hambres mucho peores que no tener nada que comer, intemperies mucho más crueles que carecer de un techo bajo el que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que la vida en una casa sin puertas, sin baldosas ni lámparas. Ella no lo sabía, pero yo sí.


21. En España no se podía vivir, pero vivíamos. Los que tenían una oportunidad, se fugaban a Francia o se echaban al monto. Los que habían perdido todas, se suicidaban. Para los que no teníamos la ocasión ni el coraje de escapar, sólo existía una receta, conformidad, paciencia y, sobre todo, resignación.


22. No me dejó terminar la frase y así, el último beso de aquella noche me enseñó lo más importante. Que nada, ni los hielos del invierno, ni las borrascas del norte, ni el Patronato de Redención de Penas, ni Franco, ni lo que había hecho con España, ni siquiera ese Dios torpe y tullido que acababa de quedarse manco y ya no tenía fuerzas para apretar, para ahogarme a la vez entre sus dedos, iba a impedir que yo fuera feliz en Cuelgamuros.


23. La insoportable arbitrariedad de su comentario acababa de explicarme en qué país me había tocado vivir y algo aún más importante, quién era yo, en qué clase de mujer me había convertido. Porque existen hambres mucho peores que no tener nada que comer, intemperies mucho más crueles que carecer de un techo bajo el que cobijarse, pobrezas más asfixiantes que la vida en una casa sin puertas, sin baldosas ni lámparas. Ella no lo sabía, yo sí, y nunca me arrepentiría de haber tomado el camino que me lo había enseñado.

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