15. El espíritu aventurero me atraería tarde o temprano, pero, desilusionado por la sensación de que mi familia se escabullía y se alejaba de mí, al igual que mi país, estaba preparado para conocer las libertades que un muchacho de una familia ejemplar se podía permitir cuando dejaba de esforzarse por complacer a todo el mundo con su pureza juvenil y descubría el goce culpable de actuar secretamente por su cuenta.
16. En Alemania, Hitler tiene al menos la decencia de prohibir a los judíos que ingresen en el Partido Nazi. Eso y los brazaletes, y los campos de concentración, y al menos dejan claro que los sucios judíos no son bienvenidos. Pero aquí los nazis fingen que invitan a los judíos a formar parte de su grupo. ¿Y para qué? Para arrullarlos hasta que se duerman. Para arrullarlos hasta que se duerman con el ridículo sueño de que en América todo marcha a las mil maravillas.
17. Comenzó una nueva vida para mí. Había visto a mi padre derrumbarse, y mi infancia ya nunca volvería a ser la misma. La madre que siempre había estado en casa ahora se pasaba el día entero trabajando en Hahne's, el hermano con el que siempre había podido contar trabajaba para Lindbergh al salir de la escuela, y el padre que había plantado cara de un modo tan desafiante a todos aquellos antisemitas bisoños en la cafetería de Washington lloraba ruidosamente con la boca muy abierta (lloraba al mismo tiempo como una criatura abandonada y como un hombre sometido a tortura), porque se veía impotente para detener lo imprevisto. Y la elección de Lindbergh me había dejado muy claro que el despliegue de lo imprevisto estaba en todas partes. Lo implacablemente imprevisto, que había dado un vuelco erróneo, era lo que en la escuela estudiábamos como "historia", una historia inocua, donde todo lo inesperado en su época está registrado en la página como inevitable.