Frases de La ciudad y los perros

La ciudad y los perros

21 frases de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa... Diatriba contra la brutalidad ejercida en un grupo de jóvenes alumnos del Colegio Militar y un ataque al concepto erróneo de la virilidad, de sus funciones y de las consecuencias de una educación castrense malentendida.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Mario Vargas Llosa son: ficción con estudiantes, virilidad, educación castrense, vida militar, humillación, ambientada en lima (perú), disciplina, crueldad, colegio militar, brutalidad, fin de la juventud.

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Frases de La ciudad y los perros Mario Vargas Llosa

01. O comes o te comen, no hay más remedio.


02. En cierto modo, tenía derecho; todos en el colegio respetaban la venganza.


03. Los zorros del desierto de Sechura aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿Sabes por qué? : para quebrar el silencio que los aterroriza.


04. Sólo la libertad le interesaba ahora para manejar su soledad a su capricho, llevarla a un cine, encerrarse con ella en cualquier parte.


05. Lima le daba miedo, era muy grande, uno podía perderse y no encontrar nunca su casa, la gente que iba por la calle era desconocida.


06. (...) - Pero a mí eso no me importa. Yo estoy enamorado de ti, seas como seas. - Pero yo no. Lo he pensado mejor y no estoy enamorada de ti.


07. Ni en la guerra debe haber muertos inútiles. Usted me entiende, vaya al colegio y trate en el futuro de que la muerte del cadete Arana sirva para algo.


08. Soñaba toda la semana con la salida, pero apenas entraba a su casa se sentía irritado: la abrumadora obsequiosidad de su madre era tan mortificante como el encierro.


09. Eres el único amigo que tengo. Antes no tenía amigos, sino conocidos. Quiero decir en la calle, aquí ni siquiera eso. Eres la única persona con la que me gusta estar.


10. -Teresa no me contesta -dijo el Esclavo-. Van dos cartas que le escribo. - ¿Y qué mierda te importa? -dijo Alberto-. El mundo está lleno de mujeres. -Pero a mí me gusta ésa. Las otras no me interesan. ¿No te das cuenta?


11. El amor es lo peor que hay. Uno anda hecho un idiota y ya no se preocupa de sí mismo. Las cosas cambian de significado y uno es capaz de hacer las peores locuras y de fregarse para siempre en un minuto.


12. Ha olvidado los hechos minúsculos, idénticos, que constituían su vida, esos días que siguieron al descubrimiento de que tampoco podía confiar en su madre, pero no ha olvidado el desánimo, la amargura, el rencor, el miedo que reinaban en su corazón y ocupaban sus noches. Lo peor era simular...


13. Se sintió viejo; la vida era monótona, sin alicientes, una pesada carga. En las clases, sus compañeros hacían bromas apenas les daba la espalda el profesor: cambiaban morisquetas, bolitas de papel, sonrisas. Él los observaba, muy serio y desconcertado: ¿Por qué no podía ser como ellos, vivir sin preocupaciones, tener amigos, parientes solícitos?


14. Mentira, el recuerdo del colegio despertaba aún esa inevitable sensación sombría y huraña bajo la cual su espíritu se contraía como una mimosa al contacto de la piel humana. Sólo que el malestar era cada vez más efímero, un pasajero granito de arena en el ojo, ya estaba bien de nuevo.


15. Pero no olvide tampoco que lo primero que se aprende en el Ejército es a ser hombres. Los hombres fuman, se emborrachan, tiran contra, culean. Los cadetes saben que, si son descubiertos, se les expulsa. Ya han salido varios. Para hacerse hombre hay que correr riesgo, hay que ser audaz. Eso es el Ejército, Gamboa, no sólo la disciplina.


16. (...) Robo de exámenes, robo de prendas, emboscadas contra los superiores, abuso de autoridad con los cadetes de tercero. ¿Sabes lo que eres? Un delincuente. -No es cierto -dijo el Jaguar-. No he hecho nada. He hecho lo que hacen todos. - ¿Quién? -dijo Gamboa-. ¿Quién más ha robado exámenes? -Todos -dijo el Jaguar-. Los que no roban es porque tienen plata para comprarlos.


17. La mujer sonreía teatralmente y se había lanzado a hablar sin pausas. En el chisporroteo de palabras, las fórmulas de cortesía que Alberto había escuchado en su infancia aparecían como en caricatura, condimentadas con adjetivos lujosos y gratuitos, y a ratos comprendía que lo trataban de señor y de don y lo interrogaban sin esperar su respuesta. Se halló envuelto en una costra verbal, en un laberinto sonoro.


18. Pero qué importaba el pasado, la mañana desplegaba ahora a su alrededor una realidad luminosa y protectora, los malos recuerdos eran de nieve, el amarillento calor los derretía. Mentira, el recuerdo del colegio despertaba aún esa inevitable sensación sombría y huraña bajo la cual su espíritu se contraía como una mimosa al contacto de la piel humana. Sólo que el malestar era cada vez más efímero, un pasajero granito de arena en el ojo, ya estaba bien de nuevo.


19. Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo. "Los zorros del desierto de Sechura aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿Sabes por qué? : para quebrar el silencio que los aterroriza", había dicho una vez tía Adelina. Él tenía ganas de gritar para que la vida brotara en ese cuarto, donde todo parecía muerto.


20. Los domingos en la mañana, después del desayuno, hay misa. El capellán del colegio es un cura rubio y jovial que pronuncia sermones patrióticos donde cuenta la vida intachable de los próceres, su amor a Dios y al Perú y exalta la disciplina y el orden y compara a los militares con los misioneros, a los héroes con los mártires, a la Iglesia con el Ejército. Los cadetes estiman al capellán porque piensan que es un hombre de verdad: lo han visto, muchas veces, vestido de civil, merodeando por los bajos fondos del Callao, con aliento a alcohol y ojos viciosos.


21. - ¿Usted es un perro o un ser humano? -preguntó la voz. -Un perro, mi cadete. -Entonces, ¿Qué hace de pie? Los perros andan a cuatro patas. Él se inclinó, al asentar las manos en el suelo, surgió el ardor en los brazos, muy intenso. Sus ojos descubrieron junto a él a otro muchacho, también a gatas. -Bueno -dijo la voz-. Cuando dos perros se encuentran en la calle, ¿Qué hacen? Responda, cadete. A usted le hablo. El Esclavo recibió un puntapié en el trasero y al instante contestó: -No sé, mi cadete. -Pelean -dijo la voz-. Ladran y se lanzan uno encima de otro. Y se muerden. El Esclavo no recuerda la cara del muchacho que fue bautizado con él. Debía ser de una de las últimas secciones, porque era pequeño. Estaba con el rostro desfigurado por el miedo y, apenas calló la voz, se vino contra él, ladrando y echando espuma por la boca y de pronto el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó y mientras ladraba y mordía, tenía la certeza de que su piel se había cubierto de una pelambre dura, que su boca era un hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo.

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