Frases de El lector del tren de las 6.27 - 2

25. Hube de rendirme a la evidencia de que la gente no espera en general más que una sola cosa de ti: que les devuelvas la imagen de lo que ellos quieren que tú seas.


26. Si hay una lección que yo haya aprendido en casi veintiocho años de presencia en esta Tierra es que el hábito debe hacer al monje, y poco importa lo que oculte la sotana.


27. Sí, le habría bastado solo con renunciar, meterse de nuevo en la cama y acurrucarse en el hueco todavía tibio que su cuerpo había formado durante la noche. Dormir para huir.


28. No ser ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Solo una vaga silueta entrevista en el borde del campo de visión. Fundirse con el paisaje hasta negarse a sí mismo y limitarse a ser un lugar ajeno nunca visitado.


29. Para todos los viajeros presentes en el vagón, él era el lector, ese tipo extraño que, todos los días de la semana, leía con voz alta e inteligible un puñado de páginas que sacaba de su cartera.


30. Tener como confidente a un pez rojo suponía no esperar de él otra cosa que esa escucha pasiva y silenciosa, por mucho que a veces creyera descubrir en la hilera de burbujas que salía por su boca un amago de respuesta a sus preguntas.


31. Es en las cicatrices de los gueules cassées [Caras rotas, expresión utilizada para referirse a los heridos veteranos de la Primera Guerra Mundial] donde se pueden leer las guerras, Julie, no en las fotos de los generales envarados en sus uniformes almidonados y repulidos.


32. El peso de los pecados no era una vana entelequia. ¡En absoluto! Dos horas de velada penitencial podían llenarte y atiborrarte el cuerpo de la misma manera que un banquete de comunión. El sifón de un desague, eso es lo que era cuando se hallaba confinado con Dios en ese reducto minúsculo.


33. Necesitaría un pez rojo... De necesidad era justamente de lo que se trataba. Padecía de una auténtica adicción al pez dorado. El joven ya no podía pasarse sin esa presencia muda y coloreada que llenaba su mesilla de noche. Sabía por experiencia la enorme diferencia que había entre vivir solo y vivir solo con un pez rojo.


34. (...) No solía escucharlo, en la creencia ingenua de que la rutina acabaría por arreglarlo todo. Que invadiría su existencia como una niebla de otoño y le anestesiaría los pensamientos. Pero a pesar de los años, la náusea volvía una y otra vez a asaltar su garganta a la vista del inmenso muro del recinto sucio y decrépito.


35. (...) Se trataba de fragmentos de libros sin ninguna relación unos con otros. Un extracto de receta de cocina podía codearse con la página 48 del último Goncourt, un párrafo de novela policiaca se sucedía a una página de un libro de historia. Poco importaba el contenido para Guibrando. A sus ojos, tan solo el acto de leer cobraba la debida importancia.


36. En la intersección de los tres pasillos principales, la gran fuente me ofrece su gluglú apacible. Algunas monedas relucen en el fondo del estanque, monedas allí arrojadas por algunas parejas de enamorados o por supersticiosos jugadores de lotería. A veces yo misma me inclino al pasar, cuando me viene en gana. Lo hago porque sí, por el mero placer de verlas brillar bajo la superficie, arremolinadas entre ellas.


37. La Cosa estaba ahí, maciza y amenazante, plantada en pleno centro de la fábrica...Jamás nombrarla, esa era la última muralla que había llegado a erigir entre ella y él para no venderle su alma definitivamente. La Cosa debería contentarse con su cuerpo y solo con su cuerpo. El nombre grabado directamente en el acero del mastodonte desprendía un tufo a muerte inminente: Zerstor 500, del verbo zerstören, que significaba "destruir" en la hermosa lengua de Goethe. La Zerstor Funf Hundert era una monstruosidad de cerca de once toneladas salida en 1986 de los talleres de la Krafft GmbH, al sur del Ruhr.

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