Frases de El corazón helado

El corazón helado

34 frases de El corazón helado de Almudena Grandes... Tras una muerte quedan en evidencia muchos secretos de familia, historias de exiliados y diversos hechos ocurridos durante la Guerra civil española.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Almudena Grandes son: guerra civil española, secretos de familia, franquismo, exilio, tormentoso pasado, historia de amor.

Frases de Almudena Grandes Libros de Almudena Grandes

Frases de El corazón helado Almudena Grandes

01. (...) Aún no son cadáveres y están muertos de miedo...


02. Sólo una historia española, de esas que lo echan todo a perder.


03. Omitir las verdades no es otra cosa que una variedad refinada de la mentira.


04. Pasaron muchas cosas aquélla noche, palabras, gestos, silencios que recordaría toda su vida.


05. Todos teníamos miedo, los ricos y los pobres, los cultos y los incultos, todos, mucho miedo.


06. Porque la acción es enemiga de la reflexión y ya no podía pensar más.


07. El verbo creer es un verbo especial, el más ancho y el más estrecho de todos los verbos.


08. (...) Entonces pensó que el silencio pesa tal vez en quien calla más que la incertidumbre en quien no sabe.


09. Todos nos dejamos engañar a la vez, y no porque seamos tontos, sino porque las buenas personas son fáciles de engañar.


10. Por eso, sólo podemos afirmar con certeza que el todo es igual a la suma de las partes cuando las partes se ignoran entre sí.


11. Entonces sería ella quien lloraría, ella quien se desesperaría, ella quien aprendería a pagar por sí misma el verdadero precio de las cosas hermosas.


12. La expectativa de felicidad es más intensa que la propia felicidad, pero el dolor de una derrota consumada supera siempre la intensidad prevista en sus peores cálculos.


13. Seguía convencido de haberla visto allí por primera vez, Raquel Fernández Perea, sin trampas, sin adornos, sin excusas, acaso una belleza más bella que sus máscaras.


14. Todos los seres humanos se parecen porque son criaturas vulgares, muy sencillas al fin y al cabo. Y entre las cosas que tienen en común, no está solamente el sexo.


15. Ha pasado mucho tiempo, me dirán, y tendrán razón, pero todos llevamos aún el polvo de la dictadura en los zapatos, ustedes también, aunque no lo sepan.


16. El tiempo pondrá cada cosa en su sitio, yo me moriré y tú te arrepentirás de lo que me has dicho hace un momento, pero hasta entonces no estoy dispuesta a perderte...


17. La óptica es una ciencia paradójica y la magia un arte inconsistente, puro truco, un artificio que se desmorona antes o después bajo la inexorable presión de las leyes físicas.


18. Lo único que quería era hacerme viejo a su lado, ver su rostro al despertar todas las mañanas, ver su rostro un instante antes de dormirme cada noche, y morir antes que ella.


19. ¿Que para qué sirve? Pues para comprender cómo suceden las cosas. ¿Te parece poco? Para intentar formular reglas que alivien la insoportable angustia de nuestra existencia en esta miserable brizna de la inabarcable inmensidad del universo que es el mundo.


20. La alegría me había hecho fuerte, porque (...) me había enseñado que no existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría.


21. Los humanos son seres que desean y la desesperación les arrebata su propia esencia, los deseca, los destripa, los arruina, los expulsa de sí mismos por el camino templado y engañoso que conduce al destino de las cosas, al cansancio de los vegetales polvorientos, de los minerales enterrados e inertes.


22. - ¿Entonces los nazis no eran malos? -Sí, claro que eran malos. Pero los otros también eran malos. Y sin embargo, había buenos en los dos bandos, buenas personas. Así que es muy complicado saber quiénes eran los malos malos de verdad y quiénes eran los malos menos malos, ¿Comprendes? -No.


23. Al verle dormir a su lado, sólo podía pensar en una cosa, mañana quizás no lo tendré, mañana se habrá ido, mañana estaré sola en esta cama... Cada minuto pesaba, cada minuto importaba, cada minuto se dilataba hasta proyectarse en los límites de una eternidad pequeña, personal.


24. Aunque los desiertos florezcan muy despacio, la hierba brota antes en el suelo que en la mirada de quienes lo contemplan, y por eso tiene que pasar el tiempo, mucho tiempo, para que alguien recuerde un buen día que las manzanas no crecen en la tierra, que las manzanas se caen necesariamente de los árboles.


25. Las cosas eran así, simplemente. Los franceses se mudaban, se iban o se quedaban. Los españoles no. Los españoles volvían o no volvían, igual que hablaban un idioma distinto, y cantaban canciones distintas, y celebraban fiestas distintas, y comían uvas en Nochevieja, con lo que cuesta encontrarlas, se quejaba la abuela Anita, y lo carísimas que están, qué barbaridad...


26. Educación, educación y educación, decían, era como un lema, una consigna repetida muchas veces, la fórmula mágica para arreglar el mundo, para cambiar las cosas, para hacer feliz a la gente. Lo habían perdido todo, habían salido adelante trabajando en puestos que estaban muy por debajo de sus capacidades, academias, panaderías, centralitas telefónicas, pero les quedaba eso. Siempre les quedó eso.


27. Qué salvajada, qué horror el exilio, y esta derrota horrible que no se acaba nunca, y destruye por fuera y hacia dentro, y borra los planos de las ciudades interiores, y pervierte las reglas del amor, y desborda los límites del odio para convertir lo bueno y lo malo en una sola cosa, fea, y fría, y ardiente, inmóvil, qué horror esta vida inmóvil, este río que no desemboca, que jamás encuentra un mar donde perderse.


28. La amaba tanto que en aquel momento, mientras sentía que me quedaba sin suelo debajo de los pies y el vacío se cobraba en el centro de mi estómago un precio mucho más alto que el placer de todos los vértigos, la certeza de que nunca volvería a sentir asco ni vergüenza al recordar la luminosa desproporción de su cuerpo desnudo, lograba mantener una hebra de calor en mi corazón entumecido de frío.


29. Porque somos españoles y los españoles nunca podemos ser felices del todo, una variedad domesticada y ebria de la desesperación se asomaba a las comisuras de los labios, a la humedad de los ojos, a las aristas de la cara de aquellos hombres secos, consumidos, agotados por el constante ejercicio de su dureza, que levantaban una copa en el aire para repetir, uno tras otro, muerto el perro, se acabó la rabia, y que sin embargo tenían la rabia dentro, tan agarrada al corazón que, mientras se obligaban a parecer felices, ya sabían que iban a morir antes que ella.


30. La tierra giraba sobre sí misma y alrededor del sol justo debajo de nuestros cuerpos desnudos y enlazados. Más allá estaba todo lo demás. Más allá estaba el invierno, el hielo, la condición resbaladiza y sucia de una nieve fea, terrosa, manchada de barro y deshecha sólo a medias por las pisadas de la gente, mucha gente inocente y culpable, leal y traidora, consciente o no de la herida que sus pasos iban abriendo en las heladas aceras del futuro de sus hijos, de sus nietos, un horizonte culpable, desolado, distinto del paisaje limpio y envuelto con astucia en un bonito papel de colores brillantes que alguna vez ellos creerían heredar.


31. Sé que entonces pensé que tal vez no fuera para tanto. El maquillado cinismo de mi madre, sus sonrisas despiadadas y exactas, la corteza de piedra de su alma, una muesca endurecida, seca, en el lugar donde habría debido estar su corazón, me picaban en los ojos y abultaban mis encías como un sabor amargo y ácido a la vez, que mis sentidos confundían con el gusto imaginario de la sangre. Y sin embargo, la mía no era más que una historia, una de muchas, tantas y tan parecidas, historias grandes o pequeñas, historias tristes, feas, sucias, que de entrada siempre parecen mentira y al final siempre han sido verdad. Sólo una historia española, de esas que lo echan todo a perder.


32. Al final de la segunda guerra mundial, los aliados volvieron a traicionar de una manera vergonzosa, por segunda y definitiva vez, a la democracia española en general y, en particular, a las decenas de miles de antifascistas españoles que habían combatido contra los nazis -sobre todo, pero no exclusivamente, en el sur de Francia- y que se encontraron con que su lucha, y su sacrificio, sólo habían servido para afianzar a Francisco Franco en el poder. La Ley de Responsabilidades Políticas del 9 de febrero de 1939, cuyos términos parecen el delirio de un mal guionista de cómic aficionado a las parafernalias totalitarias, existió en realidad, hasta tal punto que, aunque fue suprimida por decreto en 1945, se siguió aplicando -nada por aquí, nada por allá- hasta 1966.


33. Los últimos días del verano todos se ponían muy tristes, tanto que Raquel sentía que ellos no volvían, sino que abandonaban, que se exiliaban de las buganvillas y de las adelfas, de los naranjos y de los olivos, del olor del mar y de los barcos del puerto, de las tapias encaladas y de las casas blancas, de las ventanas florecidas y la sombra de las parras, del oro del aceite, de la plata de las sardinas, de los sutiles misterios del azafrán y de la canela, de su propio idioma y del color, del sol, de la luz, del azul, porque para ellos volver no era regresar a casa, porque sólo se podía volver a España, aunque nadie se atreviera nunca a decir esa palabra.


34. Los dos se abrazaron sin decir nada más, y el que sobrevivió recordó para siempre aquel abrazo, lo atesoró entre los instantes más preciosos de su vida, lo evocó con la codicia del avaro que recuenta sus monedas sin cansarse y volvió a vivirlo muchas veces, en los días más duros y en los mejores, entre el deslumbramiento del amor y el acecho de la muerte, entre la velocidad del infortunio y la lentitud de la prosperidad, entre el olor a miedo de los vagones de los trenes, el olor a miedo de las noches al raso y el inconsciente olvido del olor a miedo, y después, con las emociones y los deseos, con los domingos y los días laborables, con el calor del cuerpo de su mujer en noches de invierno muy arropadas y las risas de sus hijos que crecían sin el fardo agotador de su memoria...

Obras similares

Obras que comparten tramas, ideas o sucesos históricos con "El corazón helado" de Almudena Grandes.

Libros parecidos

Síguenos