Frases de Buenos días, tristeza

Buenos días, tristeza

21 frases de Buenos días, tristeza (Bonjour tristesse) de Françoise Sagan... Una joven de diecisiete años y su padre viven felices, despreocupados, entregados a la vida fácil y placentera... Pero la aparición de Anne cambiará esta relación para siempre.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Françoise Sagan son: relación padre-hija, celos, adolescencia, mayoría de edad, manipulación, tristeza, adaptada al cine, volver a enamorarse, complicidad, libertinaje.

Frases de Françoise Sagan

Frases de Buenos días, tristeza Françoise Sagan

01. Me daba cuenta de que la despreocupación es el único sentimiento que puede inspirar nuestra vida sin darnos argumentos para defendernos.


02. Permanecí inmóvil junto a la portezuela, mientras se me atropellaban mil pensamientos en la cabeza. Las actitudes nobles se me ocurren siempre demasiado tarde.


03. La vi adoptar su hermosa máscara de desprecio, esa cara de hastío y desaprobación que la favorecía admirablemente y que me asustaba un tanto.


04. Ciertas frases desprenden para mí un aura intelectual, sutil, que me subyuga, por más que no las comprenda del todo. Sentí no tener una agenda y un lápiz para anotar aquélla.


05. Te haces una idea un poco simplista del amor. No consiste en una serie de sensaciones independientes entre sí... Pensé que así habían sido todos mis amores. Una emoción súbita ante un rostro, un gesto, un beso... Instantes plenos, sin coherencia, a eso se reducía todo mi recuerdo. -Es otra cosa... Un cariño constante, la dulzura, la añoranza... Cosas que tú no puedes entender.


06. Si llegaba al corazón de una persona era por descuido. De pronto entreveía todo ese mecanismo de los reflejos humanos, todo ese poder del lenguaje...Lástima que fuese a través de la mentira. Un día amaría a alguien apasionadamente y buscaría un camino hacia él, con precaución, con dulzura, temblándome la mano...


07. Me tumbaba después en la arena, cogía un puñado, lo dejaba escurrir entre los dedos y la arena caía en una lluvia amarillenta y suave. Pensaba que se escapaba como el tiempo, que eso era una idea fácil y que resultaba grato tener ideas fáciles. Era el verano.


08. La suya era una mano fuerte y reconfortante: me había secado las lágrimas cuando sufrí mis primeras penas de amor, había cogido la mía en los momentos de tranquilidad y de felicidad perfecta, la había apretado furtivamente en los momentos de complicidad y de risa desatada.


09. La libertad de pensar, y de mal pensar y de pensar poco, la libertad de elegir yo misma mi vida, de elegirme a mí misma. No puedo decir "de ser yo misma" puesto que no era más que un barro moldeable, pero sí la libertad de rechazar los moldes.


10. Al margen del placer físico y muy real que me procuraba el amor, experimentaba una especie de placer intelectual pensando en él. Las palabras "hacer el amor" poseen una seducción propia, muy verbal, abstrayéndolas de su sentido. El término "hacer", material y positivo, unido a esa abstracción poética de la palabra "amor", me fascinaba. Había hablado de ello antes sin el menor pudor, sin el menor apuro, pero también sin percibir su encanto.


11. Me acariciaba el pelo y la nuca, cariñosamente. Yo no me movía. Tenía la misma sensación que cuando la arena se me escurría a los pies al retirarse una ola. Me invadía un deseo de derrota, de dulzura, y jamás otro sentimiento, ni la ira ni el deseo, se habían apoderado de mí con tal fuerza. Renunciar a la comedia, confiarle mi vida, ponerme en sus manos hasta el fin de mis días. Nunca había sentido una debilidad tan violenta y total. Cerré los ojos. Me dio la impresión de que mi corazón había dejado de latir.


12. Corrí hacia el mar, y me zambullí gimiendo sobre las vacaciones que hubiéramos podido tener, que no tendríamos. Teníamos todos los elementos de un drama: un seductor, una mujer galante y una mujer juiciosa. Divisé en el fondo del mar una preciosa concha, una piedra rosada y azul. Hundí el brazo para cogerla, la conservé, suavecita y pulida, en la mano hasta la hora de comer. Decidí que era un talismán, que no me separaría de ella en todo el verano. No sé por qué no la he perdido, yo, que lo pierdo todo. Hoy la tengo en la mano, rosada y tibia, y me entran ganas de llorar.


13. Sabía muy poco todavía del amor: citas, besos y hastíos.


14. Tenía también una risa extraordinaria, comunicativa y plena, como sólo la tiene la gente un poco tonta.


15. A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza.


16. Confundes tipos de inteligencia con edades de la inteligencia.


17. Nos acostumbramos a los defectos de los demás cuando no nos creemos obligados a corregirlos.


18. ¡Qué fácil me resultaba dirigir sus pensamientos! Me aterraba un poco conocerlo tan bien.


19. No sueles pensar en el futuro, ¿Verdad que no? Es el privilegio de la juventud.


20. Porque la noche sería interminable sin él, sin él pegado a mí, sin su pericia, sin su súbita fogosidad y sus largas caricias.


21. Me sorprende la nitidez de mis recuerdos a partir de aquel momento. Adquirí una conciencia más atenta de los demás, de mí misma. La espontaneidad y un egoísmo fácil habían sido siempre para mí un lujo natural. Me habían acompañado siempre. Y de repente aquellos pocos días me alteraron lo bastante como para obligarme a meditar, a poner atención en mi vivir. Sufría todos los horrores de la introspección sin, por ello, reconciliarme conmigo misma. "Ese sentimiento hacia Anne", pensaba, "es estúpido y miserable, y el deseo de apartarla de mi padre, feroz. " Pero ¿Por qué juzgarme así? Siendo sencillamente yo, no era libre de calibrar lo que ocurría. Por primera vez en mi vida ese "yo" parecía dividirse y el descubrimiento de semejante dualidad me sorprendía enormemente. Encontraba disculpas, me las murmuraba a mí misma, juzgándome sincera, y bruscamente surgía otro "yo" que tachaba de falsos mis propios argumentos, gritando que me engañaba a mí misma, por más que pareciesen de lo más verosímil. Pero, en realidad, ¿No era esa otra quien me engañaba? ¿No era esa lucidez el peor de los errores?

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