55. Era cierto, ella vendía valores, acciones, plazos fijos. Pero en el fondo de su corazón era una persona completamente distinta. Una enamorada y una aprendiza de la vida. Dios santo, no podía creer que ya tuviera treinta y un años. ¿Qué había pasado en los últimos diez? "Al caer la luz" (1992), Jay McInerney
56. Un momento ideal para hacerte el harakiri, si fueras un samurái japonés. Escribirías un poema de despedida sobre los cerezos en flor y la fugacidad de la juventud, envolverías la espada en seda blanca, te la clavarías y empujarías hacia arriba, a través de tus intestinos. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
57. Ahora, de pronto, (...) era capaz de imaginarlo con claridad: luz, belleza y juventud caían del cielo como copos de nieve en torno a todos ellos, polvo de oro que caía en las calles y que la lluvia en el exterior de la iglesia se llevaba hacia las alcantarillas y el mar. "Al caer la luz" (1992), Jay McInerney
58. Finalmente salís por la escalera a la calle. Piensas en los discípulos de Platón saliendo de la caverna, del sombrío mundo de las apariencias al de las cosas reales, y te preguntas si sería posible un cambio así en tu vida. Estar con una filósofa estimula a pensar. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
59. Entonces llegó el diagnóstico de la enfermedad de tu madre y todo cambió...Tu madre nunca dijo que la haría feliz verte casado, pero estabas tan ansioso por complacerla que hubieras caminado sobre brasas, te hubieras cortado los brazos por ella... Querías verla feliz. Y ella quería verte feliz a ti. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
60. Nada parece atraerte hasta que consideras la idea de escribir un poco. Se supone que el sufrimiento es la materia prima de todo arte. Podrías escribir un libro. Sientes que, si tan sólo pudieras sentarte frente a la máquina de escribir, podrías darle forma a lo que ahora parece meramente una serie de desastres en cadena. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
61. Sabe que por muchas desgracias que les aguarden en el futuro, juntos o por separado, conocerán la pérdida cada vez más de cerca según se acumulen los años, que los amigos morirán o se esfumarán sin dramatismo en el abarrotado pasado, que la memoria misma flaqueará a la larga y se volverá traicionera hacia el final. "Al caer la luz" (1992), Jay McInerney
62. De allí vais a la verdulería. ¿Por qué todos los verduleros de la ciudad son coreanos? Rozagantes hortalizas de colores resplandecen entre las verdes legumbres. Te preguntas si los tipos combinan sus productos a base de secretas reglas orientales de control mental. Quizá sepan que la vecindad de los rojos tomates con las doradas calabazas produce en los consumidores un irresistible deseo de comprar naranjas. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
63. A lo largo de la noche has pasado de lo meticuloso a lo burdo. La chica de la cabeza rapada tiene una larga cicatriz tatuada en el cuero cabelludo. Parece una cuchillada con puntos de sutura. Le dices que es muy realista. Ella lo considera un cumplido y sonríe. Lo que quisiste decir es que te parecía la negación de lo romántico. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney
64. Llevan un tiempo aprendiendo a vivir con menos, y seguirán aprendiendo. Le da la sensación de que últimamente hayan seguido un curso acelerado sobre la pérdida. Cuando siente que lo vence el sueño, se le ocurre algo que le parece importante y que espera recordar por la mañana, aunque es una de esas ideas que rara vez sobreviven cuando se traducen al lenguaje de las horas de vigilia. "Al caer la luz" (1992), Jay McInerney
65. "Las cosas pasan, la gente cambia", fue lo que dijo Amanda. Para ella era suficiente. Esperabas una explicación que repartiera las culpas y te hiciera justicia. Estabas tan dispuesto a la violencia como a la reconciliación. Pero sólo has recibido una premonición del modo en que se desvanecerá tu vida, como un libro leído atropelladamente. Sólo te quedará una confusa mezcla de imágenes y emociones, en donde apenas se destaca un nombre con nitidez. "Luces de neón" (1984), Jay McInerney