Frases de Trenes rigurosamente vigilados

Trenes rigurosamente vigilados

14 frases de Trenes rigurosamente vigilados (Ostre sledované vlaky) de Bohumil Hrabal... Divertida y entrañable historia sobre la resistencia frente al invasor alemán durante la Segunda Guerra Mundial, protagonizada por los empleados de la estación de tren de un pequeño pueblo checoslovaco.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Bohumil Hrabal son: adaptada al cine, resistencia, surrealismo, humor negro, segunda guerra mundial, ambientada en checoslovaquia, tren, estaciones de tren, ficción con nazis, mayoría de edad, invasión, fuerza de la pasión, suicidas.

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Frases de Trenes rigurosamente vigilados Bohumil Hrabal

01. Ahí va nuestra esperanza. Nuestra juventud. A luchar por una Europa libre. ¿Y qué hacen ustedes aquí? ¡Poner sellos en el trasero de una telegrafista!


02. Sabía, pero aún no había tenido esta experiencia, porque nunca había estado dentro de ninguna mujer, salvo cuando estuve en la barriga de mi mamá, pero de eso no podía acordarme...


03. ¡Es la maldición del siglo del erotismo! ¡Todo es erotismo! No hay más que excitaciones eróticas. ¡Los adolescentes y hasta los niños se enamoran de las niñas que cuidan los gansos!


04. El jefe de estación salió al andén y gritó en la dirección en que se seguían oyendo estampidos y el horizonte era de color: - ¡No debíais haberle declarado la guerra a todo el mundo!


05. (...) Porque cuando no se desquitaba gritando al patio interior le gritaba a su mujer, le decía cosas terribles, todo lo que había sucio dentro de él, todo se lo decía y al cabo de un rato ya no se acordaba de nada, así que no tenía que cortarse las venas como yo, ni tenía que levantarle la falda a la telegrafista y ponerle los sellos en el trasero, yo sabía de antemano que el jefe de estación no podía volverse loco, que tenía su higiene espiritual porque todo se lo gritaba al patio interior y el resto a su mujer que sabía cuándo tenía que darle con un trapo mojado en la boca o decirle una frase terriblemente dura que lo dejaba igual de tirado que aquella bofetada sensacional con la que era como si despertase.


06. En aquella época vivíamos fuera de la ciudad, fue más tarde cuando nos trasladamos a la ciudad, y a mí, que estaba acostumbrado a la soledad, cuando llegamos a la ciudad se me estrechó el mundo. Desde entonces sólo cuando salía a las afueras, sólo así respiraba. Y cuando volvía, a medida que las calles y las callejuelas se estrechaban al cruzar el puente, me estrechaba yo también, siempre tenía y tengo y tendré la impresión de que detrás de cada ventana hay por lo menos un par de ojos que me miran.


07. A mí siempre me habían dado miedo las personas hermosas, nunca había sido capaz de hablar correctamente con las personas hermosas, sudaba, tartamudeaba, me producían tanta extrañeza las caras hermosas, me deslumbraban tanto, nunca he podido mirar una cara hermosa.


08. El tren de carga se llevó su ruido. Este estrépito acompañaba siempre al tren en movimiento, igual que en tiempos de paz acompañan a cada tren nocturno los cuadrados y los rectángulos de las ventanas iluminadas.


09. Así que usted de verdad no estuvo con ninguna -dijo, y sonrió y tenía hoyuelos, igual que los tenía Mása, y los ojos se le encendieron, como si se asombrase de algo feliz o hubiera encontrado algún objeto precioso, y empezó a recorrer mi pelo con sus dedos, como si yo fuera un piano, y después miró a la puerta cerrada del despacho y se inclinó hacia la mesa, bajó la mecha y apagó con un soplido audible la lámpara y me tocó y retrocedió conmigo hacia el canapé y se tumbó y me atrajo hacia ella, y después fue amable conmigo, como cuando yo era niño y mamá me vestía o me desnudaba, me permitió que le ayudase a levantarse la falda, y después sentí como levantaba y abría las piernas, apoyó sus botas tirolesas sobre el canapé del jefe de estación, y después me encontré de pronto pegado a Viktoria.


10. El capitán era feo, aquella larga herida que le recortaba la cara era como si en su juventud hubiera caído de cara sobre una olla oxidada; aquel capitán ahora me miraba. Levanté el brazo y me cogí a una especie de asa que colgaba del techo de la locomotora. Me permití hacerlo porque aquel capitán nada más verme ya sabía que yo era un imbécil que no hace otra cosa que estar de pie junto a las vías, un imbécil al que en la dirección de los ferrocarriles en Hradec Králové le dijeron que se quedase junto a las vías y levantase y bajase los semáforos, mientras el ejército del Reich pasaba por su estación para lanzarse primero hacia Oriente y ahora otra vez de regreso. Y yo me dije, de todos modos los alemanes son unos locos. Unos locos peligrosos. Yo también estaba un poco loco, pero a mi propia costa y en cambio los alemanes siempre a costa de los demás.


11. Y me marché del hospital solo; cuando me miraba en los escaparates no me reconocía, buscaba mi cara pero no estaba, como si yo fuera otra persona diferente..., y me quedé solo delante de mí mismo ante el escaparate, casi podía olerme, pero seguía pensando que era otra persona distinta, hasta que levanté la mano y el del reflejo también levantó la mano, levanté la otra mano, aquel de allí también lo hizo, y miré y junto a un pretil estaba un albañil, un tiarrón enorme vestido de blanco, todo manchado y rugoso de cal; en la acera había un extintor marca Minimax, y aquel albañil me miraba y liaba con los dedos un cigarrillo, luego se lo llevó a los labios, encendió una cerilla, le dio la vuelta a la cerilla hacia el cestito formado por las palmas de las manos y se inclinó y encendió el cigarrillo, pero sin dejar de mirarme, como si entre nosotros siguiera estando aquella puerta en el hotelito de Bystrice, cerca de Benesov, una puerta entreabierta en cuyo resquicio yo apoyé el ojo desde un lado y desde el otro lado el albañil..., aquella vez me sentí como si alguien desde el otro lado hubiera cogido el mismo pestillo que yo. Y ahora sabía que aquel enorme viejo albañil de la ropa manchada de cal era Dios disfrazado...


12. Y yo estaba en medio de las vías y sentía que alguien me miraba, me volví y en la ventana abierta del sótano vi los ojos de la mujer del jefe de estación, que, allí en la oscuridad, le daba de comer a un ganso y me miraba. Yo le tenía cariño, a la mujer del jefe de estación; le gustaba ir por la noche a sentarse a la oficina, hacía un mantel de ganchillo; había tanto silencio cuando hacía ganchillo, de sus dedos salían sin parar flores y pájaros, encima de la mesa de telégrafos tenía una especie de libro hacia el que se inclinaba para buscar instrucciones sobre cómo coger los puntos, como si tocara la cítara y leyera las notas. Pero los viernes ajusticiaba conejos, cogía entonces de la conejera un conejo, se lo ponía entre las piernas y después le ponía en el cuello un cuchillo poco afilado y le iba haciendo un corte al animalito, que emitía un pitido, un pitido que duraba mucho, hasta que al cabo de un rato su vocecita se hacía más débil, pero la mujer del jefe de estación lo miraba como si estuviera haciendo un mantel de ganchillo. Decía que así, cuando el conejo se desangra, la carne es mucho más rica, más tierna.


13. ¡Cuanta más inmoralidad y más placeres, menos cunas y más féretros!


14. Y me llamó la atención, los dos SS eran hermosos, más bien como si escribieran versos o fueran a jugar al tenis.

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