Frases de Otoño alemán

Otoño alemán

24 frases de Otoño alemán (Tysk host) de Stig Dagerman... En 1946 el autor emprende un viaje por la Alemania destruida, como corresponsal del periódico sueco "Expresen". Aquí deja constancia del sufrimiento y la brutalidad bélica en ambos lados.

Frases de Stig Dagerman

Frases de Otoño alemán Stig Dagerman

01. El hambre es un mal pedagogo. El que tiene hambre de verdad, viéndose sin recursos, no se culpa a sí mismo por su hambre sino a aquellos de quienes puede esperar ayuda.


02. Pero divertirse es caro. Las entradas de teatro cuestan tiempo barato y dinero caro.


03. La apatía y el cinismo (...) caracterizaron también la reacción ante los dos sucesos políticos más importantes: las ejecuciones de Nuremberg y las primeras elecciones libres.


04. Tenemos la sensación de hundirnos y que todavía queda mucho para llegar al fondo...


05. Cuando se han agotado todas las formas de consuelo, es preciso encontrar otra, por absurda que sea.


06. (...) Va a escuelas donde se han clavado pizarras en las ventanas, escuelas donde no hay nada para leer y nada para escribir. Esta juventud va a ser la más ignorante del mundo.


07. Hay un sorprendente número de personas que están dispuestas a aceptar cualquier cosa con tal de sobrevivir.


08. El hambre es una forma de imprevisión, no sólo un estado físico sino psíquico, que no deja lugar para los pensamientos coherentes.


09. La guerra es otro flaco pedagogo. Si se le sonsacaba al alemán del sótano las lecciones que había extraído de la guerra, se podía saber que no era precisamente al régimen que la inició al que odiaba y despreciaba, por la simple razón de que el peligro constante de muerte no enseña más que dos cosas: a tener miedo y a morir.


10. Al oírle hablar así da la impresión de que los alemanes ocuparon Noruega para poder practicar deportes de invierno.


11. La miseria hace que uno pierda la costumbre de moralizar a expensas de los otros.


12. Aunque problemático, es cómodo considerar a Alemania como a un paciente, como "el hombre enfermo" de Europa, que reclama con la mayor urgencia vacunas antinazis. No hay ninguna duda de que, de algún modo, Alemania debería ser depurada del nazismo, pero esta teoría del paciente presupone una mística unidad subyacente, que no existe en absoluto en la Alemania de hoy.


13. Hundirse es más admitido que sucumbir.


14. Alemania no tiene sólo una generación perdida, tiene varias. ...Ninguna juventud ha vivido un destino semejante, dice un conocido editor alemán en otro libro sobre esa generación. Una juventud que había conquistado el mundo a los 18 años y a los 22 ya lo había perdido todo.


15. Pero si yo pinto ruinas -dice el pintor de Hannover-, lo hago porque pienso que son bellas, no porque son ruinas. Hay montones de casas feas que se han convertido en bellezas después de los bombardeos. El museo de Hannover no tiene mal aspecto en ruinas, especialmente cuando el sol penetra a través del techo destruido.


16. Salimos a una gran plaza en ruinas donde sólo un alto y solitario ascensor escapó a las bombas.


17. ¡Húndase un poco! ¡Intente hundirse un poco! Si el arte consiste en hundirse, siempre habrá quien lo haga mejor o peor.


18. (...) Fuera de esto, en todas partes está lo peor... quizá. Pero si uno se empeña en batir marcas, si uno quiere convertirse en experto en ruinas, si uno quiere ver no una ciudad de ruinas sino un paisaje de ruinas, más desalado que un desierto, más salvaje que una montaña y tan fantasmagórico como una pesadilla, quizá sólo hay una ciudad que esté a la altura: Hamburgo.


19. En una palabra, el periodista...Tenía que haber sido más humilde; humilde ante el sufrimiento, aunque éste fuese merecido, porque el sufrimiento merecido es igual de duro que el inmerecido, se siente igual en el estómago, en el pecho y en los pies, y esos tres dolores extremadamente concretos no deben olvidarse al pensar en la corriente cruda de amargura y rencor que emanaba de este lluvioso otoño alemán de la posguerra.


20. Los médicos que cuentan a los periodistas extranjeros las costumbres culinarias de esas familias, explican que lo que se cuece en esas ollas es indescriptible, tan indescriptible como su modo de vida en general. La carne sin nombre que de alguna forma consiguen adquirir o las verduras sucias que encuentran. Dios sabe dónde, no son indescriptibles; son absolutamente repugnantes. Pero lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los niños en esos sótanos es indescriptible.


21. Toda Alemania ríe o llora ante el espectáculo de la desnazificación, esa comedia en la que los Spruchkammern desempeñan un lamentable doble papel como el de un amigo de la familia instalado en la casa; estos tribunales, cuyos abogados ofrecen una disculpa al acusado antes de dictar condena, esos enormes molinos de papel que ofrecen frecuentemente, en esta Alemania que escasea de papel, el espectáculo de un acusado que ha presentado cien certificados que prueban una conducta irreprochable y que consagran un tiempo considerable a casos insignificantes, mientras que los casos verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta.


22. ¿Qué distancia habrá entre la literatura y el sufrimiento? ¿Dependerá esta distancia de la naturaleza del sufrimiento, de su intensidad o del espacio que los separa? ¿La obra literaria está más próxima del sufrimiento que causa el reflejo del fuego o del que nace del propio fuego? Ejemplos cercanos tanto en el tiempo como en el espacio muestran que hay una relación casi directa entre la literatura y el sufrimiento lejano, cerrado, y se podría incluso decir que el solo hecho de sufrir con otros es una forma de literatura que busca ardientemente sus palabras. El sufrimiento inmediato, abierto, se diferencia del sufrimiento remoto en particular porque no busca sus palabras, en cualquier caso no lo hace en el momento que acaece. En comparación con el sufrimiento cerrado, el sufrimiento abierto es tímido, callado y retraído.


23. Berlín, el 13 de febrero de 1945, durante un bombardeo. Esta fecha encabeza un capítulo de una novela publicada en una revista alemana, uno de los pocos ejemplos, por parte de un joven escritor alemán, del testimonio sobre este sufrimiento reciente. Describe la última tarde de un conductor de tranvía. Es un hombre que llega a casa y la encuentra vacía en una hora inhabitual. Como su hija sufre de epilepsia imagina lo peor. Y al tiempo que empieza un masivo ataque norteamericano sobre Berlín, el conductor de tranvía Max Eckert empieza una terrible odisea que acaba en la estación de metro en la que sus familiares, con casi absoluta seguridad, han sido quemados vivos junto a otros miles de personas y no pueden ser identificados. En un ataque de rabia agrede a un policía que lo saluda con un Heil Hitler! , y muere de un disparo.


24. En el otoño de 1946, las hojas otoñales cayeron por tercera vez después del famoso discurso de Churchill sobre la inminente caída de las hojas. Era un otoño triste, con lluvia y frío, con crisis de hambre en el Ruhr y hambre sin crisis en el resto del antiguo Tercer Reich. Durante todo el otoño llegaron trenes a las zonas occidentales con refugiados del Este. Gente haraposa, hambrienta e indeseada se apretujaba en la fétida oscuridad de las barracas ferroviarias de mercancías, o en los altos y enormes blinkers sin ventanas, semejantes a esos depósitos de gas rectangulares, y que emergen como colosales monumentos erigidos en honor de la derrota en las arrasadas ciudades alemanas. Esa gente, aparentemente insignificante, marcó de amargura y rencor ese otoño alemán, a pesar de su silencio y de su pasiva claudicación. Adquirieron importancia por el simple hecho de llegar incesantemente y por ser numerosos. Quizás adquirieron importancia no a pesar de su silencio sino gracias a él, ya que nada expresado puede estar tan cargado de amenazas como lo no expresado.

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