39. La debilidad de los partidos políticos no reside sólo en la utilización mecánica de una organización que dirige la lucha del proletariado en el seno de una sociedad capitalista altamente industrializada. En el plano limitado del tipo de organización, deberían haber surgido innovaciones y adaptaciones. El gran error, el vicio congénito de la mayoría de los partidos políticos en las regiones subdesarrolladas ha sido dirigirse, según el esquema clásico, principalmente a las élites más conscientes: el proletariado de las ciudades, los artesanos y los funcionarios, es decir, una ínfima parte de la población que no representa mucho más del uno por ciento.
40. La cultura nacional es, bajo el dominio colonial, una cultura impugnada, cuya destrucción es perseguida de manera sistemática. Muy pronto es una cultura condenada a la clandestinidad. Esta noción de clandestinidad es percibida de inmediato en las reacciones del ocupante, que interpreta la complacencia en las tradiciones como una fidelidad al espíritu nacional, como una negación a someterse. Esta persistencia de formas culturales condenadas por la sociedad colonial es ya una manifestación nacional. Pero esta manifestación obedece a las leyes de la inercia. No hay ofensiva, no hay nueva definición de las relacionas. Hay crispamiento en un núcleo cada vez más estrecho, cada vez más inerte, cada vez más vacío.
41. Muchas veces se ha señalado: en los territorios coloniales, el proletariado es el núcleo del pueblo colonizado más mimado por el régimen colonial. El proletariado embrionario de las ciudades es relativamente privilegiado. En los países capitalistas, el proletariado no tiene nada que perder; eventualmente tendría todo por ganar. En los países colonialistas, el proletariado tiene mucho que perder. Representa, en efecto, la fracción del pueblo colonizado necesaria e irreemplazable para la buena marcha de la maquinaria colonial: conductores de tranvías, mineros, estibadores, intérpretes, enfermeros, etc. Son esos elementos los partidarios más fieles de los partidos nacionalistas y que, por el sitio privilegiado que ocupan en el sistema colonial, constituyen la fracción "burguesa" del pueblo colonizado.
42. Son los colonialistas los que se convierten en defensores del estilo autóctono. Recordamos perfectamente, y el ejemplo reviste cierta importancia porque no se trata totalmente de una realidad colonial, las reacciones de los especialistas blancos del jazz cuando, después de la segunda Guerra Mundial, cristalizaron de manera estable nuevos estilos como el be-bop. Es que el jazz no debe ser sino la nostalgia quebrada y desesperada de un viejo negro atrapado entre cinco whiskies, su propia maldición y el odio racista de los blancos. Cuando el negro se comprende a sí mismo y concibe el mundo de una manera distinta, hace nacer la esperanza e impone un retroceso al universo racista, es claro que su trompeta tiende a destaparse y su voz a perder la ronquera. Los nuevos estilos en materia de jazz no surgen sólo de la competencia económica. Hay que ver en ellos, sin duda, una de las consecuencias de la derrota, inevitable aunque lenta, del mundo sureño de los Estados Unidos.