Frases de La noche de los tiempos

La noche de los tiempos

26 frases de La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina... Historia de amor ambientada un año antes de la guerra civil española. Por ella transitan personajes reales y personajes de ficción, tejiendo una red colectiva que contextualiza las vivencias de varias generaciones.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Antonio Muñoz Molina son: guerra civil española, ambientada en españa, exilio, ficción histórica, pasión prohibida, infidelidad, ficción con arquitectos, amante, fanatismo ideológico, decadencia social, desarraigo.

Frases de Antonio Muñoz Molina

Frases de La noche de los tiempos Antonio Muñoz Molina

01. La lucha de clases es que caigan cuatro gotas y a uno se le mojen los pies.


02. La arquitectura determina el ánimo de la gente, don Juan. Mire esos estadios donde da Hitler los discursos. En una plaza de toros el sol reblandece las cabezas y al público le da el instinto de ver sangre y pedir que se corten orejas.


03. [Luego del golpe de estado] Después del comunicado oficial sonaba el Himno de Riego y a continuación una voz femenina muy aguda rompía a cantar "Échale guindas al pavo" con una bulla de palmas y guitarras. Las noticias repetidas a gritos sobre la derrota de la sublevación o sobre fantásticos acontecimientos militares se mezclaban con las voces roncas de los parroquianos pidiendo más rondas de cerveza y raciones de gambas a la plancha o de calamares fritos.


04. Por precaución Ignacio Abel se había quitado la corbata antes de bajar del tren y había guardado el sombrero en la maleta. Aún no se había adiestrado en el nuevo oficio de la espera y la paciencia, de la humillada mansedumbre.


05. Las palabras no son nada, el delirio de los deseos y las fantasmagorías girando en vano en el interior de la dura concavidad intraspasable del cráneo: sólo cuenta el roce, el tacto de otra mano, el calor de un cuerpo, el latido misterioso de un pulso.


06. En las novelas los personajes descubren la amargura y son engañados y lo pierden todo y mueren y sin embargo se cierra el libro y es como si nunca hubieran existido y se vuelve a abrir por la primera página y están vivos de nuevo, intactos en su juventud y en su disposición de felicidad y coraje.


07. Hay un final para cada viaje y hasta para cada huida, pero dónde termina una deserción, cuándo. La corriente del río tiene una textura oleosa manchada de rojo en la luz declinante. Se puede ir huyendo de la desgracia y del miedo tan lejos como sea posible pero dónde se esconderá uno del remordimiento.


08. Hijo de un maestro de obras, habituado de niño a tratar con albañiles y a trabajar él mismo con sus manos, Ignacio Abel conservaba un apego práctico y sentimental por los saberes específicos de los oficios que se convertían en rasgos de carácter en cada hombre que los cultivaba.


09. Pero le producía desgana pensar en el pasado, en los tiempos de noviazgo, y quizá se avergonzaba de haberla querido más de lo que ahora alcanzaba a recordar, con un amor anticuado y verboso, casi de postal romántica coloreada a mano, el amor de un hombre joven e ignorante que a él le había costado mucho dejar de ser...


10. Pero cómo podría atreverse a escribir que su amor abstracto por la justicia era menos poderoso que el desagrado físico instintivo que le provocaron esos hombres, que el alivio de sentir que el coche aceleraba y ellos le abrían paso y se quedaban atrás, en una nube de polvo, en su pobreza de desierto, en la exasperación que los reducía a salteadores de caminos, dignificados por sus brazaletes con siglas y sus rudimentarios catecismos anarquistas.


11. Descubría que la mentira era un préstamo por el que se acumulaban en un plazo muy breve intereses de usura: nuevas mentiras alargaban los plazos a un precio todavía mayor y lo dejaban a merced de acreedores cada vez más impacientes.


12. En los libros de historia los nombres tienen una rotundidad abrumadora y los hechos se suceden como cadenas inapelables de causas y efectos. En el presente puro que uno quisiera saber imaginar, en el pulso íntimo y verdadero del tiempo, todo es una agitación minuciosa, un aturdimiento de voces que se superponen, de páginas de periódico pasadas apresuradamente y leídas a medias, olvidadas en seguida, mezcladas entre sí, disgregándose casi en el momento en que parecía que se ordenaban para cobrar un sentido inteligible, un día y otro día, olas de palabras viniendo una y otra vez a romper contra el límite de lo desconocido, lo que sucederá mañana mismo y nadie puede predecir.


13. Me gusta que me busques pero que no estés seguro de que vas a encontrarme.


14. La pérdida o el decaimiento de la fe no eliminaban la expectación del milagro.


15. Hay palabras que no deberían escribirse, ni decirse. Se dice algo sin estar muy convencido en el fondo o pensando que no importa mucho y al haberlo dicho ya está empezando a ser verdad.


16. Al creyente de una religión lo que más le fastidia no es el creyente de otra, ni siquiera el ateo, sino alguien peor, el escéptico, el tibio.


17. En la guerra nadie entiende nada. Los que parecen entender algo son los más farsantes de todos, los más dementes o los más peligrosos.


18. ¡Pero si aquí la política no son más que palabras, selvas de palabras, hectáreas de discursos con frases subordinadas!


19. El siglo XIX es todo decoración burguesa y mala copia. Adornos de tarta con escayola en vez de nata.


20. La pintura exige un grado de contemplación que a veces es un problema para las personas activas.


21. Los bolsillos de quien no tiene domicilio fijo acaban deformándose, porque guarda en ellos demasiadas cosas.


22. Abel sabe que si se miran demasiado las fotografías no sirven para invocar una presencia. Las caras se van despojando de su singularidad igual que una prenda de ropa íntima atesorada por un amante pierde pronto el olor de quien la llevaba.


23. A mí no me gustan las cosas que fueron, sino las cosas que serán.


24. Al estar con ella se olvidaba de que otras personas existieran. Igual que en el tiempo comprimido de las canciones y de las películas una transmutación decisiva les sucedía para siempre en un cruce de miradas.


25. En el descuido de un segundo está contenida entera una catástrofe.


26. Todo lo destruido con tanta saña debería ser levantado de nuevo; plantados los árboles arrancados de cuajo por las bombas o talados para hacer leña; restablecidas las tuberías reventadas, los rieles de ferrocarril retorcidos en el aire sobre las montañas de adoquines; reconstruidos los puentes dinamitados por ejércitos que se retiraban; alzados de nuevo los postes y cables de teléfonos que había costado tanto tender. Pero quién iba a resucitar a los muertos o a devolver los brazos o las piernas a los mutilados, a pintar los cuadros o imprimir los libros únicos quemados en las hogueras, a mitigar el luto o el odio, a reconstruir las bibliotecas y las iglesias y los laboratorios y las casas de vecindad que costó tanto levantar y que fueron arrasadas en el curso de una tarde, de una sola noche. Y cómo iban a gobernar España los mismos insensatos, los mismos criminales, los mismos alucinados que la habían arrastrado al desastre, cada uno con su grado de irresponsabilidad y sinrazón, todos, salvo unos cuantos, inmunes al remordimiento y a la amarga cordura del que ha escarmentado. Había algo que su oficio le había enseñado: en lograr que un edificio llegue a su culminación se tarda mucho tiempo, porque las cosas crecen, por mucho esfuerzo que se ponga en ellas, con una lentitud orgánica; pero la instantaneidad de la destrucción es resplandeciente: el chorro de gasolina y la llama que se alza devorándolo todo, el disparo que derriba a un hombre fuerte como un árbol.

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