Frases de La joven de las naranjas - 2

30. Miraba a toda la gente que iba y venía por la plaza, tanto a los lugareños como a los turistas. Pensé que el mundo es un bello lugar.


31. Todos los cuentos tienen sus propias reglas, quizá sean precisamente las reglas lo que distingue a un cuento de otro. Nunca hace falta entender esas reglas. Sólo hay que seguirlas.


32. La chica de los ojos marrones había vivido en Irisveien. Habíamos jugado juntos casi todos los días desde que aprendimos a andar, o al menos desde que empezamos a hablar.


33. Cada vez que nos "moríamos" en ese juego, salía inmediatamente un nuevo tablero, y estábamos otra vez jugando. ¿Cómo podemos saber que no existe un "nuevo tablero" también para nuestras almas?


34. ¿Qué alma es la que pone en movimiento a ese animal? ¿Qué fuerza insondable es la que decora la tierra con flores de todos los colores del arco iris y siembra el cielo nocturno con unos suntuosos encajes de estrellas centelleantes?


35. No me digas que la naturaleza no es un milagro. No me digas que el mundo no es un maravilloso cuento. Quien no lo haya entendido, tal vez no lo haga hasta el momento en que el cuento esté a punto de acabar.


36. No viniste hasta Sevilla para encontrarte con una mujer. Eso habría sido como cruzar el río para coger agua, pues Europa está llena de mujeres, y de ríos también. Has venido a verme a mí. De mí hay sólo un ejemplar.


37. Yo tenía el brazo izquierdo sobre la mesa, y de repente ella me cogió la mano con su mano derecha. Había dejado el libro sobre la bolsa de naranjas, pero seguía agarrándola con el brazo izquierdo, como si tuviera miedo de que fuera a quitársela o a tirarla al suelo.


38. La vida es breve para todos aquéllos que realmente consiguen entender que el mundo un día acaba del todo. Muchas personas no consiguen comprenderlo. No todo el mundo tiene la capacidad de entender lo que en el fondo significa haber desaparecido para toda la eternidad. Hay demasiadas cosas que te obstaculizan esta comprensión hora tras hora, minuto tras minuto.


39. ¿Hubiera elegido vivir una vida en la Tierra sabiendo que un día de repente me sería arrebatada, tal vez en medio de una gran felicidad? ¿O habría rechazado desde el principio ese agitado juego de "dar y quitar"? Pues sólo venimos al mundo una vez. Las puertas del gran cuento se nos abren. ¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!


40. Nadie se ha despedido llorando de la geometría de Euclides o del sistema periódico de los átomos. Nadie se echa a llorar porque va a ser desconectado de internet o de la tabla de multiplicar. Es del mundo de lo que uno se despide, de la vida, del cuento. Y al mismo tiempo, uno se despide de una pequeña selección de seres queridos.


41. Vuelvo a preguntar: ¿Qué habrías elegido si te hubieran dado la posibilidad de elegir? ¿Habrías elegido vivir un breve rato en la Tierra y al cabo de unos años ser arrancado de todo para jamás volver? ¿O habrías rechazado la oferta? Te doy sólo estas dos alternativas. Así son las reglas. Si eliges vivir, también eliges morir. Pero prométeme tomarte el tiempo suficiente y pensártelo bien antes de contestar.


42. Era media cabeza más baja que yo, tenía una larga melena negra, los ojos marrones y, como yo, unos diecinueve años. En el momento de levantar la vista fue como si me saludara sin hacer el más leve movimiento de cabeza, a la vez que me sonreía de un modo burlón, como si nos conociéramos de antes, o -y no vacilo un instante en decirlo- como si ella y yo hubiéramos compartido toda una vida hacía mucho, muchísimo tiempo.


43. Esto es una locura, me digo, hasta ahí llego a pensar con sensatez. Pero es Nochebuena. Aunque el tiempo de los milagros ya pasó, nos queda al menos un día mágico, un día en el que todo puede suceder. Todo... La adelanto un paso, me vuelvo y digo alegremente: "¡Feliz Navidad!". Es obvio que se sobresalta, o hace como si se sobresaltara, eso nunca puede saberse. Esboza una vaga sonrisa. No tiene aspecto de espía. Tiene aspecto de una chica por la que yo daría cualquier cosa por conocer mejor. Contesta: "¡Feliz Navidad!".


44. (...) No tengo nada en contra del rímel o el lápiz de labios, pero hay que pensar en el hecho de que nos encontramos en una isla en medio del espacio. A mí me parece cosa de locos. Me parece cosa de locos el pensar que exista un espacio en sí. Pero hay chicas incapaces de ver este Universo porque se lo impide la cantidad de rímel que llevan. También hay chicos incapaces de mirar por encima del horizonte por la cantidad de fútbol que llevan en la cabeza. Es un buen trecho el que separa un pequeño espejo de maquillaje de un verdadero telescopio de espejo. Creo que eso se llama "desviación de perspectiva", o tal vez también pueda llamarse déjà vu. Nunca es demasiado tarde para vivir un "déjà vu". Mucha gente vive toda su vida sin entender que flota en el vacío. Hay demasiadas distracciones aquí en la Tierra, y les basta con pensar en su aspecto.


45. Para mí, éste ha sido siempre un mundo mágico, desde que era muy pequeño, y mucho antes de que comenzara a espiar a una joven con naranjas por las calles de Oslo. Sigo teniendo la sensación de haber visto algo que nadie más ha visto. Resulta difícil describir esa sensación con palabras sencillas, pero imagínate este mundo antes de ese moderno machaqueo de leyes de la naturaleza, doctrinas evolucionistas, moléculas del ADN, bioquímica y células nerviosas, es decir, antes de que este globo comenzara a dar vueltas, antes de que fuera rebajado a ser un "planeta" en el espacio, y antes de que el orgulloso cuerpo humano fuera fragmentado en corazón, pulmones, riñones, hígado, cerebro, sistema sanguíneo, músculos, estómago e intestinos. Estoy hablando de cuando el ser humano era un ser humano, es decir un ser humano entero y orgulloso, ni más ni menos. Por aquel entonces, el mundo no era sino un cuento chispeante.


46. Y pregunto: "¿Cuándo podemos volver a vernos?". Ella permanece un instante observando el asfalto antes de levantar la vista y mirarme. Sus pupilas bailan intranquilas, me parece ver temblar sus labios. Y me propone un acertijo sobre el que reflexioné muchísimo. Dice: "¿Cuánto tiempo puedes esperar?". ¿Qué podía responder a esa pregunta? Tal vez fuera una trampa. Si contestara que dos o tres días, sería mostrarme demasiado impaciente, y si contestara "toda la vida", pensaría que no la quería de verdad o simplemente que no era sincero. De modo que tuve que ingeniarme algo intermedio. Contesté: "Podré esperar hasta que mi corazón sangre de pena". Sonrió algo indecisa y me acarició los labios con un dedo. Luego preguntó: "¿Cuánto tiempo es eso?". Hice un gesto de desesperación con la cabeza y opté por decir la verdad: "Tal vez sólo cinco minutos", dije. Pareció alegrarse por lo que acababa de oír, pero susurró: "Estaría bien si pudieras aguantar un poco más...".

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