23. Dobló su metro ochenta para dejar que su abuela depositara en su frente el beso de cada día y deslizara en su oído ese "Ve" que siempre sonaba como una bendición. Decir más no habría servido de nada. Esa única sílaba contenía toda la ternura del mundo.
24. El joven se llevó la mano a la boca al descubrir la biblioteca. Ni por un solo instante habría podido imaginar que a su padre le interesara alguna vez su trabajo. Sin embargo, allí estaban, cuidadosamente ordenadas en el centro de la estantería, numerosas obras dedicadas al arte de la tanatopraxia y al oficio de embalsamador.
25. Así que si usted me pregunta por qué me dedico a este oficio, le contestaré con un ejemplo: porque es más fácil para una madre besar la frente de un hijo que parece dormir en una eternidad apacible que quedar atormentada el resto de su vida por la imagen de un rostro devastado por la muerte.
26. (...) Añadió en la parte baja de la hoja unas palabras que no había dicho jamás, unas palabras que se quedaban atragantadas por pudor, unas palabras que muchas veces se dicen al pie de los catafalcos cuando ya es demasiado tarde, unas palabras que valían por sí mismas lo que todos los besos juntos: "tu hijo, que te quiere".
27. Imagínese a ese mocoso de apenas doce años encargado de recoger las gafas de los que eran llevados a la cámara de gas. Imagínese por un momento lo que pudo vivir allí, lo que debió de sentir viendo pasar delante de él el desfile de seres humanos que le iban dando sus monturas, ignorando muchos de ellos la abominación que los esperaba.
28. Después de haber repetido por segunda vez su primer año de Medicina, el joven ponía fin definitivamente a las aspiraciones paternas matriculándose en uno de los institutos de enfermería de la región. El golpe de gracia llegó poco tiempo más tarde, cuando una noche de diciembre el joven anunciaba a sus padres que, después de dos estancias de prácticas en el hospital, no podía soportar el sufrimiento de los vivos, pero en cambio le parecía que uno de los más nobles trabajos era preocuparse por el cuerpo de los difuntos. "¡Embalsamador!", había soltado su padre fuera de sí, como si escupiera. ¡¿Sería posible que Ambroise Larnier, su propio hijo, se rebajara a practicar el segundo oficio más viejo del mundo después del de las putas?!