Frases de El regreso del hijo pródigo - 2

19. La parábola que Rembrandt retrató podría muy bien haberse llamado "La Parábola de los Hijos Perdidos". No sólo se perdió el hijo menor, que se marchó de casa en busca de libertad y felicidad, sino que también el que se quedó en casa se perdió. Aparentemente, hizo todo lo que un buen hijo debe hacer, pero interiormente, se fue lejos de su padre. Trabajaba muy duro todos los días y cumplía con sus obligaciones, pero cada vez era más desgraciado y menos libre.


20. De una cosa estoy seguro: quejarse es contraproducente. Siempre que me lamento de algo con la esperanza de inspirar pena y recibir así la satisfacción que tanto deseo, el resultado es el contrario del que intento conseguir. Es muy duro vivir con una persona que siempre se está quejando, y muy poca gente sabe cómo dar respuesta a las quejas de una persona que se rechaza a sí misma. Lo peor de todo es que, generalmente, la queja, una vez expresada, conduce a lo que quiere evitar: más rechazo.


21. El salto de fe siempre significa amar sin esperar ser amado, dar sin querer recibir, invitar sin esperar ser invitado, abrazar sin pedir ser abrazado. Y cada vez que doy un pequeño salto, veo un reflejo del Único que corre hacia mí y me hace partícipe de su alegría, la alegría en la que no sólo me encuentro yo sino también todos mis hermanos y hermanas. Así, la confianza y las gratitud revelan al Dios que me busca, ardiendo de deseo porque todos mis rencores y quejas desaparezcan y por dejar que me siente a su lado en el banquete celestial.


22. La gratitud como disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido aún incluso cuando mis emociones y sentimientos están impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de por la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad y la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo. Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio.


23. "Adicción" es probablemente la palabra que mejor explica la confusión que impregna tan profundamente la sociedad contemporánea. Nuestras "adicciones" nos hacen agarrarnos a lo que el mundo llama las "claves para la realización personal": acumulación de poder y riquezas; logro de status y admiración; derroche de comida y bebida, y la satisfacción sexual sin distinguir entre lujuria y amor. Estas adicciones crean expectativas que no consiguen más que fracasar al intentar satisfacer nuestras necesidades más profundas. A medida que vamos viviendo en un mundo de engaños, nuestras adicciones nos condenan a búsquedas inútiles en "el país lejano" obligándonos a afrontar constantes desilusiones mientras seguimos sin realizarnos.


24. Aquí está el núcleo de mi lucha espiritual: la lucha contra el autorechazo, el desprecio de mí mismo y la autocondena. Es una batalla muy difícil de librar porque el mundo y sus demonios conspiran para hacerme pensar en mí mismo como en alguien que no merece la pena, que no sirve, alguien despreciable. Muchas economías se mantienen a flote manipulando la baja autoestima de sus consumidores y creando expectativas espirituales por medios materiales. En la medida en que sigo siendo "pequeño", puedo fácilmente ser seducido a comprar cosas, conocer gente o ir a lugares que prometen un cambio radical en el concepto de mí mismo, aunque sean totalmente incapaces de conseguirlo. Y cada vez que me deje manipular o seducir, tendré aún más razones para deprimirme y considerarme un niño al que nadie quiere.


25. (...) Es aquí donde veo lo perdido que está el hijo mayor. Se ha convertido en un extraño dentro de su propia casa. La verdadera comunión ha desaparecido. Toda relación se ha quedado en la oscuridad. Tener miedo o mostrar desdén, mostrarse sumiso o pretender controlar, ser opresor o ser víctima: éstas son las posibilidades que le quedan a uno cuando está fuera de la luz. No puede confesar sus pecados, no puede recibir el perdón, el amor mutuo no puede existir. La verdadera comunión se ha hecho imposible. Conozco el dolor de esta difícil situación. Todo pierde su espontaneidad. Todo se convierte en sospechoso, consciente, calculado y lleno de segundas intenciones. Ya no hay autenticidad. El más mínimo movimiento reclama un contramovimiento; el más mínimo comentario debe ser analizado, el gesto más insignificante debe ser evaluado. Ésta es la patología de la oscuridad.


26. Durante toda mi vida he luchado por encontrar a Dios, por conocer a Dios, por amar a Dios; he intentado seguir las directrices de la vida espiritual -orar constantemente, trabajar por los demás, leer las Escrituras- y he evitado las muchas tentaciones que pueden dispersarme. He fallado muchas veces pero siempre lo he vuelto a intentar, incluso cuando estaba al borde de la desesperación. Ahora me pregunto si durante todo este tiempo he sido lo suficientemente consciente de que Dios ha estado intentando encontrarme, conocerme y quererme. La cuestión no es: "¿Cómo puedo encontrar a Dios?" sino: "¿Cómo puedo dejar que Dios me encuentre?". La cuestión no es: "¿Cómo puedo conocer a Dios?" sino: "¿Cómo puedo dejar a Dios que me conozca?". Y, finalmente, la cuestión no es: "¿Cómo voy a amar a Dios?" sino: "¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?". Dios me busca en la distancia, tratando de encontrarme, y deseando llevarme a casa. En las tres parábolas en las que Jesús responde a la pregunta de por qué come con los pecadores, pone el énfasis en la iniciativa de Dios. Dios es el pastor que sale en busca de la oveja perdida. Dios es la mujer que enciende una lámpara, limpia la casa y busca por todas partes hasta encontrar la moneda perdida. Dios es el padre que busca a sus hijos, vela por ellos, corre a su encuentro, los abraza, les ruega, suplica y anima a que vuelvan a casa.

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