9 frases de El penúltimo sueño de Ángela Becerra... Joan Dolgut y Soledad Urdaneta viven su primer amor en un contexto en el que todo los separa. Una historia que entrelazará sentimientos inesperados, pasiones sin resolver, contradicciones y espiritualidad.
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Ángela Becerra son: amor a primera vista, primer amor, contradicciones, pasiones, historia de amor, soledad, pianista, delicadeza.
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Frases de El penúltimo sueño Ángela Becerra
01. ¿Cómo podría decirles a sus padres que no podrían vivir sin su pianista de olas?
02. Cuando ella lo miró no supo devolverle la mirada. Había olvidado como se acariciaba el alma desde los ojos.
03. Aquí estoy. Nunca me fui. Antes de ti, no era. Después de ti... sólo nos queda el somos.
04. Tocaba el piano como los ángeles; con una delicadeza etérea que hacía llorar al más insensible de los humanos.
05. Nunca te des por vencido. Es a ti a quien corresponde luchar por tu sueño... Y para luchar por algo, primero tienes que creer en ese algo con mucha fuerza, con mucho amor.
06. Cuando sientas que el alma te aletee por el cuerpo buscando una salida, cuando el corazón cabalgue en tu garganta y te ahogue de alegría, cuando te invada la certeza de estar vivo y de ser especial, es que has encontrado el amor.
07. Quienes tocamos el piano tenemos una relación muy íntima con él...Una conversación que va desde el alma hasta las entrañas de sus cuerdas invisibles. Para el pianista, el piano es un amigo que siempre está ahí; puedes acariciarlo a cualquier hora y, a cambio, te devuelve lo que tiene, su alma, su música.
08. Juntaron sus bocas en la sencilla eternidad de un beso... El beso les supo a uvas maceradas y a frescas ciruelas; a manzanas jugosas y a chocolate derretido; a cerezas maduras y a helado de frambuesa... Les supo a todos los manjares de la tierra... A gloria... A vida. Alimentaba sus almas desnutridas... Les devolvía los años perdidos.
09. Le vació el alma en los ojos, mientras le tocaba con el dedo su mano de rosa húmeda. El rubor abrasaba las mejillas de Soledad, pintándola de amor. Joan pudo ver a su alrededor un halo de virgen majestuosa. Era celestial, como había dicho madame Tetou. Se le había aparecido la virgen, por eso se sentía en aquel estado de gracia desvivida.