29. Cuando me comparaba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco.
30. Lo que mi curiosidad buscaba, lo que suscitaba sueños, placer y miedo -el gran misterio de la pubertad- no encajaba en absoluto dentro de la felicidad mimada de mi paz infantil.
31. Ya sé que muchos no creerán que un niño de casi once años pueda sentir esto. Para ellos no escribo mi historia: se la cuento a los que conocen mejor al ser humano.
32. Vivo en mis sueños y tú lo has notado. El resto de la gente también vive en sueños, pero no en los propios. Ahí está la diferencia.
33. Y tuve en lo más profundo la conciencia de que las cosas no eran como él las decía, que también se podían interpretar de otra manera y que era posible una crítica.
34. Quería concentrar las fuerzas de mi alma para hacerle sentir mi amor, para atraerla hacia mí. Tenía que venir y desear mi abrazo; Mi beso tenía que explorar insaciable sus labios maduros de amor.
35. También había algo falso en todo aquello; Me sabía a menos y a más vulgar de lo que, según mi opinión, debía ser el amor; Pero era la realidad, era la vida y la aventura.
36. Se había decidido que después de las vacaciones iría a otro colegio, por vez primera, lejos de casa. A veces, mi madre se acercaba a mí con especial ternura, despidiéndose ya por adelantado y esforzándose en llenar mi corazón de amor, nostalgia y recuerdo.
37. (...) Me acordé de algunos funcionarios de mi ciudad natal, señores de edad, honorables, que evocaban las juergas de sus años estudiantiles como si se tratara de un paraíso perdido y veneraban la "libertad" de aquellos años como pudieran hacer los poetas u otros románticos con su infancia.
38. En vez de clavarse a sí mismo o a otro en una cruz, se puede beber vino de una copa con pensamientos elevados, pensando en el misterio del sacrificio. Se puede también, sin estas ceremonias, tratar los propios instintos, las llamadas tentaciones de la carne, con amor y respeto; entonces nos descubren su sentido porque todas tienen sentido.
39. Usted tiene dieciocho años, Sinclair, y no corre detrás de las prostitutas; usted debe tener sueños de amor, deseos de amor. Quizá son de tal especie que le asustan. ¡No los tema! ¡Son lo mejor que posee! Créame. Yo he perdido mucho por haber amordazado mis sueños cuando tenía su edad. Eso no debe hacerse.
40. Mire al fuego, observe las nubes; y cuando surjan los presagios y comiencen a hablar las voces de su alma, entréguese usted a ellas sin preguntarse primero si le parece bien o le gusta al señor profesor, al señor padre o a no sé qué buen Dios. Así uno se estropea, desciende a la acera y se convierte en fósil.
41. No debe usted entregarse a deseos en los que no cree. Sé lo que desea. Pero tiene que saber renunciar a esos deseos o desearlos de verdad. Cuando llegue a pedir con la plena seguridad de que su deseo va a ser cumplido, éste será satisfecho. Sin embargo, usted desea y al mismo tiempo se arrepiente de ello con miedo. Hay que superar eso.
42. Sé que tiene usted sueños de los que nada me dice. No los quiero conocer. Pero le digo una cosa: ¡Vívalos todos, viva esos sueños, eríjales altares! No es lo perfecto, pero es un camino. Ya se verá si nosotros, usted y yo y algunos más, somos capaces de renovar el mundo. Pero debemos renovarlo en nosotros mismos, día a día; si no, nada valemos.
43. Pero cada uno de los hombres no es tan sólo él mismo; Es también el punto único, particularismo, importante siempre y singular, en el que se cruzan los fenómenos del mundo, sólo una vez de aquel modo y nunca más. Así, la historia de cada hombre es esencial, eterna y divina, y cada hombre, mientras vive en alguna parte y cumple la voluntad de la naturaleza, es algo maravillo y digno de toda atención.
44. Todos los hombres pasan por estas dificultades. Para el hombre medio es éste el punto en que las exigencias de su propia vida entran en colisión dramática con las circunstancias, el punto en que tiene que luchar más duramente por alcanzar el camino que conduce hacia adelante. Muchos viven tal morir y renacer, que es nuestro destino, sólo en ese momento de su vida en que el mundo infantil se resquebraja y se derrumba lentamente, cuando todo lo que amamos nos abandona y, de pronto, sentimos la soledad y la frialdad mortal del universo que nos rodea. Muchos se estrellan para siempre en este escollo y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuperable, al sueño del paraíso perdido, que es el peor y más nefasto de todos los sueños.