Frases del libro "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez

Cien años de soledad

Disfruta de estas 44 frases de "Cien años de soledad"... Libro de Gabriel García Márquez que narra la saga de la familia Buendía en Macondo, y cuyas frases tejen un tapiz épico de amor, poder y misterio a lo largo de varias generaciones, en un mundo donde lo real y lo mágico se entrelazan.

Índice

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en las frases y pensamientos de "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez son: realismo mágico, historia de amor, suicidio, fantasmas, pesadillas, amantes, hechos sin sentido aparente, gitanos, soledad, aislamiento, macondo.

Frases de "Cien años de soledad"

01. Se humanizó en la soledad.


02. Apártense, vacas, que la vida es corta.


03. Lo esencial es no perder la orientación.


04. Suplicó tanto, que perdió la voz. Sus huesos empezaron a llenarse de ruidos.


05. Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo.


06. Las cosas tienen vida propia (...), todo es cuestión de despertarles el ánima.


07. Querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños.


08. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.


09. Y el alma se le cristalizó con la nostalgia de los sueños perdidos.


10. La nostalgia se desvanecía con la niebla y dejaba en su lugar una inmensa curiosidad.


11. A mi me bastaría con estar seguro de que tú y yo existimos en este momento.


12. El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.


13. Quería quedarse para siempre junto a ese cutis de lirio, junto a esos ojos de esmeralda.


14. Ambos quedaron flotando en un universo vacío, donde la única realidad cotidiana y eterna era el amor.


15. Llegó a ser tan sincera en el engaño que ella misma acabó consolándose con sus propias mentiras.


16. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la devastaban los años.


17. Le preguntaron si en verdad estaba decidida a casarse, y ella contestó lloriqueando que solamente quería que la dejaran dormir.


18. "Si no volvemos a dormir, mejor", decía José Arcadio Buendía, de buen humor. "Así nos rendirá más la vida".


19. (...) Pensaba que Dios le había deparado la fortuna de tener un hombre que hacía el amor como si fueran dos.


20. El amor podía ser un sentimiento más reposado y profundo que la felicidad desaforada pero momentánea de sus noches secretas.


21. No era extraño su hermetismo. Aunque parecía expansiva y cordial, tenía un carácter solitario y un corazón impenetrable.


22. Macondo dejaría de ser un lugar ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor, para convertirse en una ciudad invernal.


23. También el tiempo sufría tropiezos y accidentes, y podía por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada.


24. Hizo entonces un último esfuerzo para buscar en su corazón el sitio donde se le habían podrido los afectos, y no pudo encontrarlo.


25. "Los años de ahora ya no vienen como los de antes", solía decir, sintiendo que la realidad cotidiana se le escapaba de las manos.


26. No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente.


27. Se hicieron cada vez más lejanos los gritos de los pájaros y la bullaranga de los monos, y el mundo se volvió triste para siempre.


28. Y fue así como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza era una servidumbre del amor.


29. El mundo habrá acabado de joderse -dijo entonces- el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga.


30. Aunque aparentaron ignorar lo que ambos sabían, y lo que cada uno sabía que el otro sabía, desde aquella noche quedaron marconados por una complicidad inviolable.


31. Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla.


32. Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón.


33. Durante cuatro años él le reiteró su amor, y ella encontró siempre la manera de rechazarlo sin herirlo, porque aunque no conseguía quererlo ya no podía vivir sin él.


34. (...) Abrieron los ojos, sondearon sus almas, se miraron a la cara con la mano en el corazón, y comprendieron que estaban tan identificados que preferían la muerte a la separación.


35. Siguió examinándola, descubriendo palmo a palmo el milagro de su intimidad, y sintió que su piel se erizaba en la contemplación, como se erizaba la piel de ella al contacto del agua.


36. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo.


37. Pensó confusamente, al fin capturado en una trampa de la nostalgia, que tal vez si se hubiera casado con ella hubiera sido un hombre sin guerra y sin gloria, un artesano sin nombre, un animal feliz.


38. Se empeñó en un callado aprendizaje de las distancias de las cosas, y de las voces de la gente, para seguir viendo con la memoria cuando ya no se lo permitieran las sombras de las cataratas.


39. El pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.


40. Allí tomaba los alimentos que Visitación le llevaba dos veces al día, aunque en los últimos tiempos perdió el apetito y sólo se alimentaba de legumbres. Pronto adquirió el aspecto de desamparo propio de los vegetarianos.


41. (...) La india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.


42. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.


43. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas...El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.


44. Locamente enamorados al cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices, que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros.

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