01. En el desierto encontré a una criatura, desnuda, bestial, que, agachada en el suelo, sostenía entre las manos el corazón, y lo mordía. Le pregunté: "¿Está bueno, amigo?" "Está muy amargo", me respondió; "Pero me gusta Porque está amargo, Y porque es mi corazón".
02. El panorama le dio seguridad. Era un campo dorado que poseía vida. Era la religión de la paz. Un campo que moriría, si sus tímidos ojos fueran obligados a contemplar la sangre. Imaginó a la naturaleza como una mujer que siente una honda aversión hacia la tragedia.
03. Cuando un hombre llega a pensar que la naturaleza no lo considera importante y que, según ella, no sería una mutilación para el universo desprenderse de él, su primera intención es de arrojar ladrillos contra el templo, y aborrece profundamente el hecho de que no haya ni ladrillos ni templos.
04. Una de las peculiares desventajas que ofrece el mar está en el hecho de que, luego de haber logrado pasar una ola, se descubre que hay otra detrás, tan importante como la anterior y que posee la misma impaciencia nerviosa por hacer algo eficaz con relación a las embarcaciones a punto de naufragar.
05. El corresponsal se preguntaba sinceramente, en nombre del sano juicio, cómo era posible que hubiese gente que considerase divertido remar en un bote. No era una diversión; era un castigo diabólico, y hasta un genio en aberraciones mentales no podría inferir jamás que se tratase de otra cosa que de un horror para los músculos y un crimen contra la espalda.
06. La artillería resonaba por delante, por detrás y a ambos lados y destrozaba toda idea de dirección. Los mojones del camino habían desaparecido en la creciente oscuridad. El muchacho empezó a imaginar que había llegado al centro de la tremenda lucha y no podía ver la manera de salir de ella. De los labios de los hombres que huían surgían mil preguntas enloquecidas, pero nadie daba respuesta alguna.
07. Resultaría difícil describir la sutil fraternidad humana que se había establecido allí sobre el mar. Nadie dijo que así fuera. Nadie la mencionó. Pero estaba presente en el bote, y cada uno de los hombres sentía que lo reconfortaba. Constituían, en su conjunto, un capitán, un engrasador, un cocinero y un corresponsal, y eran amigos, amigos hasta un punto más singularmente entrañable de lo que puede ser corriente.
08. Ninguno sabía qué color tenía el cielo. Sus ojos miraban horizontalmente y estaban fijos en las olas que se precipitaban hacia ellos. Éstas tenían un tinte de pizarra, excepto en la crestas que eran de un blanco espumoso, y cada uno de los hombres sabía que colores tenía el mar. El horizonte se estrechaba y se ampliaba, se sumergía y se elevaba, y en todo momento las olas, que parecían irrumpir en pico como peñascos, endentaban la línea del horizonte.
09. Ojalá tuviésemos una vela -comentó el capitán-. Podríamos probar con mi abrigo en la punta de un remo, y darles así a ustedes dos, muchachos, una oportunidad de descanso. De modo que el cocinero y el corresponsal sostuvieron el mástil y extendieron el abrigo bien abierto; el engrasador timoneaba; y la pequeña embarcación avanzó buen trecho con su nuevo aparejo. A veces, el engrasador tenía que espadillar bruscamente con el remo para evitar que alguna ola grande irrumpiese en el bote, pero, por lo demás, esta forma de navegar resultó un éxito.