Frases de Stanislaw Lem - Página 3

01. Leyendo todos aquellos nombres, sumando tantos esfuerzos intelectuales, en todos los campos, uno no podía dejar de pensar que entre esos miles de hipótesis, una al menos tenía que ser justa, y que en todas ellas había sin duda un grano de verdad; la realidad no podía ser enteramente distinta.

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02. Yo no tenía ninguna esperanza, y sin embargo vivía de esperanzas; desde que ella había desaparecido, no me quedaba otra cosa. No sabía qué descubrimientos, qué burlas, qué torturas me aguardaban aún. No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aún no había terminado.

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03. Quién sabe si incluso no le hubiera gustado ordenar a la guardia palaciega de prenderle, encadenarlo y quitarle la vida a fuerza de torturas, puesto que no sería inoportuno eliminar en ciernes toda noticia sobre el hecho de que un don nadie, apenas un vagabundo dotado de cierta habilidad, ofrecía un reino a un poderoso rey.

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04. (...) Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir para la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo queremos extender la Tierra hasta los lindes del cosmos.

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05. Sólo estamos buscando al Hombre. No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con los otros mundos. Un sólo mundo, el nuestro, nos es suficiente; pero no podemos aceptarlo tal y cómo es. Estamos buscando una imagen ideal de nuestro mundo: vamos en una búsqueda de un planeta, una civilización superior a la nuestra pero desarrollada sobre la base de un prototipo de nuestro pasado.

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06. La librería recordaba un laboratorio electrónico. Los libros eran pequeños cristales de contenido acumulado, y se leían con ayuda de un optón. Este incluso se parecía a un libro, aunque sólo tenía una página entre las tapas. Al tocar esta hoja, aparecían por orden las páginas del texto, una tras otra. Pero, según me dijo el robot vendedor, los optones se usaban muy poco. El público prefería los lectones, que leían en voz alta, y era posible elegir la voz, el ritmo y la modulación preferida.

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07. A la historia de la humanidad no pueden aplicarse los criterios del buen sentido, me advirtió el profesor, y dijo: - ¿Acaso Averroes, Kant, Sócrates, Newton y Voltaire podían imaginar que en el siglo XX la plaga de los centros urbanos, el intoxicador de los pulmones, el asesino en masa, el objeto de un culto universal, iba a ser un vehículo de chapa con cuatro ruedas y que la gente preferiría morir aplastada por él durante los fines de semana en las carreteras en lugar de quedarse tranquilamente en casa?

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08. ¿Quién no ha tenido alguna vez un sueño despierto, quién no ha fantaseado una locura? Piensa en...En un maníaco que se enamora, qué sé yo, de una prenda de ropa interior sucia; que a fuerza de ruegos, de amenazas, desdeñando todos los peligros, adquiere ese miserable trapo idolatrado. Cosa rara ¿No? Un hombre que simultáneamente se avergüenza del objeto de su codicia y lo adora más que a todo en el mundo, un hombre dispuesto a sacrificar la vida por ese amor, pues experimenta quizá sentimientos tan vivos como los de Romeo y Julieta...

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09. El dragón sólo puede tener una cabeza, ya que la presencia de dos conduce infaliblemente a violentos altercados y peleas entre éstas. Los pluritestas (nombre que les dieron los científicos) se extinguieron a causa de contiendas internas. Estos monstruos, de naturaleza obtusa y terca, no soportan la menor oposición, y por eso la posesión de dos cabezas en un solo cuerpo lleva a una muerte rápida: cada una, queriendo perjudicar a la otra, se niega a tomar alimento, e incluso se abstiene de respirar. Se puede adivinar fácilmente cuál es el resultado.

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10. Como sabemos, los dragones no existen. Esta constatación simplista es, tal vez, suficiente para una mentalidad primaria, pero no lo es para la ciencia. La Escuela Superior de Neántica no se ocupa de lo que existe; la banalidad de la existencia ha sido probada hace demasiados años para que valiera la pena dedicarle una palabra más. Así pues, el genial Cerebrón atacó el problema con métodos exactos descubriendo tres clases de dragones: los iguales a cero, los imaginarios y los negativos. Todos ellos, como antes dijimos, no existen, pero cada clase lo hace de manera completamente distinta.

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11. Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la física y la fisiología, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes. ¿A qué entonces esperar el retorno de esa persona desaparecida? La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, más fuerte que la muerte, el secular finis vital sed non amoris es una mentira, inútil y dolorosa. ¿Resignarse entonces a la idea de ser un reloj que mide el transcurso del tiempo, y cuyo mecanismo tan pronto como el constructor lo pone en marcha engendra desesperación y amor? ¿Resignarse a la idea de que todos los hombres reviven antiguos tormentos, tanto más profundos cuanto más se repiten, volviendo siempre sobre los mismos temas sin llegar nunca a acercarse lo más mínimo a la solución? Quizá eso es lo que nos queda, pero sin embargo, todos esos pensamientos tienen que tener cierto propósito, y la ínfima posibilidad de llegar a conocerlo es lo que nos mantiene con vida...

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12. ¿Y los pilotos? ¿Y los diversos equipos de salvamento? ¿Y los que luchan contra el agua y el fuego? (...) No hay tales personas -dijo. Esas cosas las hacen los robots.

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Autores relacionados

Arthur Clarke Isaac Asimov Philip Dick Ursula K Le Guin

Stanislaw Lem

Stanislaw Lem
  • 12 de septiembre de 1921
  • Leópolis, Polonia (actual Ucrania)
  • 27 de marzo de 2006
  • Cracovia, Pequeña Polonia, Polonia

Escritor, novelista, ensayista y filósofo polaco, autor de "Solaris" (1961), "El invencible" (1964), "Ciberíada" (1967), "Diarios de las estrellas" (1971) y "Un valor imaginario" ("Magnitud imaginaria", 1973).

Sobre Stanislaw Lem

Hijo de un médico, Stanislaw Lem inició sus estudios de medicina en la Universidad de Lwów (Ucrania), pero la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) le obligó a interrumpirlos.

En este periodo se desempeñó como soldador y mecánico, realizando acciones de sabotaje por ser miembro de la resistencia polaca.

Finalizada la guerra, Stanislaw Lem trabajó como ayudante de investigación en una institución científica y comenzó a escribir narraciones breves en su tiempo libre.

En 1961 sale a la luz "Solaris", su novela más famosa y recordada.

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