Frases de Pío Baroja - Página 4

01. ¿Qué duda cabe que el mundo que conocemos es el resultado del reflejo de la parte de cosmos del horizonte sensible en nuestro cerebro? Este reflejo unido, contrastado, con las imágenes reflejadas en los cerebros de los demás hombres que han vivido y que viven, es nuestro conocimiento del mundo, es nuestro mundo. ¿Es así, en realidad, fuera de nosotros? No lo sabemos, no lo podremos saber jamás. "El árbol de la ciencia" (1911)

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02. Yo no sé qué ilusiones os habíais hecho vosotros. Nada. Los terribles revolucionarios que iban a pedir cuenta al gobierno de los miles de hombres sacrificados en Cuba y Filipinas para sostener la monarquía, modelos de corrección y de sensatez, se han marchado de Madrid a derrochar su oratoria fanfarrona por los rincones de provincias. Nada. Esto es la sociedad española, este desfile de cosas muertas ante la indiferencia de un pueblo de eunucos. "Aurora Roja" (1905)

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03. ¿Y cuál es la anarquía que tú defiendes? -No; yo no defiendo ninguna. -Haces bien; la anarquía para todos no es nada. Para uno, sí; es la libertad. ¿Y sabes cómo se consigue hacerse libre? Primero, ganando dinero; luego, pensando. El montón, la masa, nunca será nada. Cuando haya una oligarquía de hombres selectos, en que cada uno sea una conciencia, entre ellos la libre elección, la simpatía, lo regirá todo. La Ley sólo quedará para la canalla que no se haya emancipado. "Aurora Roja" (1905)

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04. Algunas casas, como los hombres, tienen fisonomía propia, y aquélla la tenía; su fachada era algo así como el rostro de un viejo alegre y remozado; los balcones con sus cortinillas blancas y sus macetas de geranios rojos y capuchinas verdes, debajo del alero torcido y prominente, parecían ojos vivarachos sombreados por el ala de un chambergo. "Aurora Roja" (1905)

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05. Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranquila de la mañana hizo pensar a Manuel largamente. Comprendía que eran las de los noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de éstos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra. "La busca" (1904)

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06. Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz a donde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia. "El árbol de la ciencia" (1911)

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07. Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz a donde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia. "El árbol de la ciencia" (1911)

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08. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán? -No recuerdo; la verdad. -Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable? -Sí, es un consejo digno de un accionista del Banco -repuso Andrés. "El árbol de la ciencia" (1911)

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09. El instinto sexual empuja el hombre a la mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hombre que tiene un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujer dice: ese hombre. Aquí empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la persona elegida porque sí, se forja otro más hermoso y se le adorna y se le embellece, y se convence uno de que el ídolo forjado por la imaginación es la misma verdad. Un hombre que ama a una mujer la ve en su interior deformada, y la mujer que quiere al hombre le pasa lo mismo, lo deforma. A través de una nube brillante y falsa, se ven los amantes el uno al otro, y en la oscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más que la especie. "El árbol de la ciencia" (1911)

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10. La humanidad lleva su marcha, que es la resultante de todas las fuerzas que actúan y que han actuado sobre ella. Modificar su trayectoria es una locura. No hay hombre, por grande que sea, que pueda hacerlo. Ahora sí, hay un medio de influir en la humanidad, y es influir en uno mismo, modificarse a sí mismo, crearse de nuevo. Para eso no se necesitan bombas, ni dinamita, ni pólvoras, ni decretos, ni nada. ¿Quieres destruirlo todo? Destrúyelo dentro de ti mismo. La sociedad no existe, el orden no existe, la autoridad no existe. Obedeces la ley al pie de la letra y te burlas de ella. ¿Quieres más nihilismo? El derecho de uno llega hasta donde llega la fuerza de su brazo. Después de esta poda, vives entre los hombres sin meterte con nadie. "Aurora Roja" (1905)

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11. Pero es muy desagradable -repuso Juan- eso de no poder ir a ningún lado sin que alguien trate de ofenderle a uno. En el fondo de esto -dijo después burlonamente- hay un espíritu provinciano. Recuerdo que en Londres, en uno de esos parques enormes que hay allá, por las tardes veía jugar a la raqueta a dos señores, uno gordo, bajito, con una gorrita en la cabeza, y el otro flaco, esquelético, con levita y sombrero de paja. Yo iba con un español y un inglés, y el español, como es natural, se las echaba de gracioso. Al ver aquel par de tipos, verdaderamente ridículos, que jugaban en medio de una porción de personas que les miraban muy serios, el español dijo: Esto no podría pasar en Madrid, porque se reirían de ellos y tendrían que dejar su juego. "Aurora Roja" (1905)

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12. Entre miles de anarquistas que habrá actualmente en el mundo, no llegarán a quinientos los que tengan una idea clara y completa de la doctrina. Los demás son anarquistas, como hace treinta años eran federales, como antes progresistas, y como en épocas pasadas, monárquicos fervientes. Podrá ser un sociólogo anarquista por un espejismo científico; pero el obrero lo será porque, actualmente, es el partido de los desesperados y de los hambrientos. El obrero se contagia con el sentimiento anarquista que hay en el ambiente; el sabio, no; toma la idea, la estudia como una máquina, ve sus tornillos, observa su funcionamiento, señala sus imperfecciones y luego va a otra cosa; el obrero, por el contrario, no tiene términos de comparación, se agarra a las ideas como a un clavo ardiendo; ve que el anarquismo es el coco de la burguesía, un partido execrado por los poderosos, y dice: ¡Ése es el mío! "Aurora Roja" (1905)

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Pío Baroja

Pío Baroja
  • 28 de diciembre de 1872
  • San Sebastián, Guipúzcoa, Euskadi, España
  • 30 de octubre de 1956
  • Madrid, España

Escritor, novelista, ensayista y dramaturgo español, autor de "La casa de Aitzgorri" (1900), "El mayorazgo de Labraz" (1903), "La busca" (1904), "Aurora Roja" (1905) y "El árbol de la ciencia" (1911).

Sobre Pío Baroja

Pío Baroja nace en una familia acomodada de San Sebastián (Euskadi), relacionada con el periodismo y los negocios de imprenta y estudia Medicina en Madrid, ciudad en la que vive la mayor parte de su vida.

En 1900 publica su primera obra, "Vidas sombrías", seguida por "La casa de Aitzgorri" (1900), primera novela de la trilogía "Tierra vasca", compuesta además por "El mayorazgo de Labraz" (1903) y "Zalacaín el aventurero" (1909).

Tiempo después, Pío Baroja expresa su individualismo anarquista y su filosofía pesimista con la trilogía "La vida fantástica", integrada por las obras "Aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox" (1901), "Camino de perfección" (1902) y "Paradox Rey" (1906).

Obtuvo notoriedad fuera de España con la trilogía "La lucha por la vida", una magnifica descripción de los bajos fondos de Madrid, formada por "La busca" (1904), "La mala hierba" (1904) y "Aurora roja" (1905).

En 1911 Pío Baroja publica una de sus mejores obras, "El árbol de la ciencia", tercera parte de la trilogía "La raza", antecedida por "La dama errante" (1908) y "La ciudad de la niebla" (1909).

Sus novelas, llenas de incidentes y personajes muy bien trazados, tienen un estilo abrupto, vívido e impersonal.

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