Frases de Irene Némirovsky (página 4 de 4)
85. Un baile... Dios mío, Dios mío, ¿Sería posible que hubiera, a dos pasos de ella, una cosa espléndida que ella imaginaba vagamente como una mezcla confusa de música frenética, perfumes embriagadores, trajes deslumbrantes y palabras de amor cuchicheadas en un gabinete apartado, oscuro y fresco como una alcoba... Y que ella estuviera acostada, como todas las noches, a las nueve, como un bebé? "El baile" (1930)
86. La niña se había transformado en joven mujer. Un mundo se había desmoronado, arrastrando a innumerables personas a la muerte, pero de eso Elena no se acordaba, o más bien un feroz egoísmo lo velaba en su interior: rechazaba los recuerdos fúnebres con la implacable dureza de la juventud; sólo le quedaba la conciencia de su fuerza, su edad, su poder embriagador. "El vino de la soledad" (1935)
87. (...) Se sentaba discretamente en una silla arrimada a la pared. El anciano leía o escribía. La corriente de aire helado que entraba por debajo de la puerta hacía revolotear la punta de su larga barba. Aquellas veladas invernales, de una paz melancólica, eran los momentos más dichosos de la niña. Y ahora la llegada de la tía Rhaissa y sus primos iba a arrebatárselos. "Los perros y los lobos" (1940)
88. En octubre de 1940 se promulga una ley sobre "los ciudadanos extranjeros de raza judía". Estipula que pueden ser internados en campos de concentración o estar bajo arresto domiciliario. La ley del 2 de junio de 1941, que sustituye al primer estatuto de los judíos de octubre de 1940, vuelve su situación aún más precaria. Supone el preludio de su arresto, internamiento y deportación a los campos de exterminio nazis. "Suite francesa" (2004)
89. Ahora se reñía y se burlaba de sí misma ferozmente. Estaba loca. Era una mujer de veinte años y había actuado como una niña de doce. "Pero no soy una mujer -se dijo-. Hay personas que carecen de edad, y yo soy de ésas. A los doce años era una vieja, pero cuando tenga el pelo cano, en mi fuero interno seré exactamente la misma que hoy. ¿Por qué avergonzarse?". "Los perros y los lobos" (1940)
90. Yves acompañó a la señora Jessaint, que dejó a su marido terminándose el café en la terraza. Observó a la joven mientras caminaba delante de él, con su vestido blanco; en la deslumbrante luz de la tarde, su cabello negro parecía tan etéreo y azulado como los anillos de humo de los cigarrillos orientales. Al pie de la escalinata, se volvió hacia él sonriendo. -Adiós, señor Harteloup... Hasta pronto, seguramente... "El malentendido" (1923)
91. Trató de adivinar qué ventana correspondía a la habitación del niño, Harry. Eligió una de la derecha, que brillaba como una estrella. -Harry...Harry...Harry...-murmuró, apoyando la mejilla caliente contra el hierro de la verja. Sintió el mismo placer, suave y casi doloroso, que al contemplar el cielo y la hermosa casa. En sus labios, aquel extraño nombre, aquel nombre nuevo, de noble y singular sonido, se formaba como un beso. "Los perros y los lobos" (1940)
92. (...) Pero si algo hay seguro es que dentro de cinco, diez o veinte años, este problema, que, según él, es el de nuestro tiempo, habrá dejado de existir, habrá cedido el sitio a otros... Mientras que esta música, ese repiqueteo de la lluvia en los cristales, esos ruidosos y fúnebres crujidos del cedro del jardín de enfrente, esta hora tan maravillosa, tan extraña en mitad de la guerra, esto, todo esto, no cambiará... Es eterno... "Suite francesa" (2004)
93. Pero ¿Por qué siempre nos toca sufrir a nosotros y a la gente como nosotros? -exclamó con rabia-. A la gente normal, a la clase media. Haya guerra, baje el franco, haya paro o crisis, o una revolución, los demás salen adelante. ¡A nosotros siempre nos aplastan! ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho? Pagamos por todo el mundo. ¡Claro, a nosotros nadie nos teme! Los obreros se defienden y los ricos son fuertes. Pero nosotros, nosotros somos los que pagamos los platos rotos. "Suite francesa" (2004)
94. (...) Pues bien, ¡Todo seguía igual! Se acordó de la Historia Sagrada y la descripción de la tierra antes del Diluvio. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! Los hombres construían, se casaban, comían, bebían... Bueno, pues el Libro Sagrado estaba incompleto. Debería añadir: "Las aguas del diluvio se retiraron y los hombres siguieron construyendo, casándose, comiendo, bebiendo..." De todas maneras, los hombres eran lo de menos. Lo que había que preservar eran las obras de arte, los museos, las colecciones. "Suite francesa" (2004)
95. (...) Pero le gustaban los libros y el estudio, como a otros el vino, porque ayuda a olvidar. ¿Qué otra cosa conocía? Vivía en una casa desierta y silenciosa. El sonido de sus pasos en las habitaciones vacías, la quietud de las gélidas calles tras las ventanas cerradas, la lluvia o la nieve, la temprana oscuridad, una lámpara fija que, encendida frente a ella, iluminaba las largas veladas y que miraba durante horas, hasta que empezaba a balancearse lentamente ante sus cansados ojos... Ése era el escenario de su existencia. "El vino de la soledad" (1935)
96. Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo. "Suite francesa" (2004)
97. ¿No comprendes que estoy enamorada, que daría la vida por ser amada? Ves mis vestidos, mis pieles, mis joyas, y querrías arrebatármelos para llevárselos a Laurette... ¡Pues renunciaría a ellos con gusto! Si supieras cuán desgraciada soy a pesar de todo eso... Si supieras cómo he sufrido hoy... Mi amante...- ¡Cállate! ¡Hay palabras que no tienes derecho a pronunciar! En tu boca son antinaturales... Una monstruosidad. Tienes sesenta años, eres un vejestorio... El amor, los amantes, la felicidad, no son para ti. Los viejos deben conformarse con lo que no podemos quitarles. "Jezabel" (1936)
98. En los barrios populares, el metro y los malolientes refugios estaban siempre llenos, mientras que los ricos preferían quedarse en las porterías, con el oído atento a los estallidos y las explosiones que anunciarían la caída de las bombas, con el alma en vilo, con el cuerpo en tensión, como animales inquietos en el bosque cuando se acerca la noche de la cacería. No es que los pobres fueran más miedosos que los ricos, ni que le tuvieran más apego a la vida; pero sí eran más gregarios, se necesitaban unos a otros, necesitaban apoyarse mutuamente, gemir o reír juntos. "Suite francesa" (2004)
99. La forma en que un hombre bebe en compañía no tiene ningún significado; pero cuando lo hace a solas revela, sin que él lo sepa, el fondo mismo de su alma. Hay un modo de hacer girar el vaso entre los dedos, una manera de inclinar la botella y mirar cómo cae el vino, de llevarse el vaso a los labios, de sobresaltarse y dejarlo bruscamente en la mesa cuando te llaman, de volver a cogerlo con una tosecilla afectada, de apurarlo cerrando los ojos, como si se bebiera olvido a tragos, que es la de un hombre intranquilo, agobiado por las preocupaciones o por un terrible problema. "El ardor en la sangre" (2007)
100. Adiós -le dijo-, adiós. Jamás la olvidaré. -Ella no respondía. Al mirarla, Bruno vio que tenía los ojos llenos de lágrimas y volvió la cabeza-. (...) En ese momento ya no se avergonzaba de amarlo, porque su deseo había muerto y sólo sentía por él pena y una ternura inmensa, casi maternal. Se esforzó por sonreír-. Como la madre china que mandó a su hijo a la guerra aconsejándole prudencia "porque la guerra tiene sus peligros", le ruego que, en recuerdo mío, preserve su vida tanto como pueda. - ¿Porque es valiosa para usted? -preguntó él con ansiedad. -Sí. Porque es valiosa para mí. "Suite francesa" (2004)
101. París tenía su olor más dulce, un olor a castaños en flor y gasolina, con motas de polvo que crujen entre los dientes como granos de pimienta. En las sombras, el peligro se agrandaba. La angustia flotaba en el aire, en el silencio. Las personas más frías, las más tranquilas habitualmente, no podían evitar sentir aquel miedo sordo y cerval. Todo el mundo contemplaba su casa con el corazón encogido y se decía: "Mañana estará en ruinas, mañana ya no tendré nada. No le he hecho daño a nadie. Entonces, ¿Por qué?" Luego, una ola de indiferencia inundaba las almas: "¿Y qué más da? ¡No son más que piedras y vigas, objetos inanimados! ¡Lo esencial es salvar la vida!". "Suite francesa" (2004)
102. La nieve cubría la tumba de Charles Langelet en Père-Lachaise y el cementerio de automóviles cercano al puente de Gien: los coches bombardeados, calcinados, abandonados durante el mes de junio, se amontonaban a ambos lados de la carretera, panza arriba o tumbados sobre un costado, con el capó abierto en un enorme bostezo o convertidos en un amasijo de retorcida chatarra. Los campos, silenciosos, inmensos, estaban blancos; durante unos días, la nieve se fundía y los campesinos recuperaban los ánimos. "Qué alegría ver la tierra...", decían. Pero al día siguiente volvía a nevar, y los cuervos graznaban en el cielo. "Este año hay muchos", murmuraban los jóvenes pensando en los campos de batalla, en las ciudades bombardeadas... Pero los viejos respondían: "¡Igual que siempre!" "Suite francesa" (2004)