Frases de Adolfo Bioy Casares - Página 3

01. Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia. "La invención de Morel" (1940)

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02. No espero nada. Esto no es horrible. Después de resolverlo, he ganado tranquilidad. Pero esa mujer me ha dado una esperanza. Debo temer las esperanzas. Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir. Ya no estoy muerto: estoy enamorado. "La invención de Morel" (1940)

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03. La gente fuerte se abre camino sola. De joven yo no me sentía solidario con los jóvenes; la juventud no era una categoría que me interesara (sí la inteligencia, la iniciativa, la belleza). Los otros días vi en el cine a una chica rubia y linda que besaba cariñosamente a un viejo y pensé: Qué simpática (ojalá yo tuviera una así). Lo que pasa es que ahora hago causa común con los viejos. Los débiles necesitan agremiarse. "Descanso de caminantes" (2001)

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04. Razones lógicas nos autorizan a desechar las esperanzas de Morel. Las imágenes no viven. Sin embargo, me parece que teniendo este aparato, conviene inventar otro, que permita averiguar si las imágenes sienten y piensan (o, por lo menos, si tienen los pensamientos y las sensaciones que pasaron por los originales durante la exposición; es claro que la relación de sus conciencias [? ] con estos pensamientos y sensaciones no podrá averiguarse). El aparato, muy parecido al actual, estará dirigido a los pensamientos y sensaciones del emisor; a cualquier distancia de Faustine, podremos tener sus pensamientos y sensaciones, visuales, auditivas, táctiles, olfativas, gustativas. Y algún día habrá un aparato más completo. Lo pensado y lo sentido en la vida -o en los ratos de exposición- será como un alfabeto, con el cual la imagen seguirá comprendiendo todo (como nosotros, con las letras de un alfabeto podemos entender y componer todas las palabras). La vida será, pues, un depósito de la muerte. Pero aun entonces la imagen no estará viva; objetos esencialmente nuevos no existirán para ella. Conocerá todo lo que ha sentido o pensado, o las combinaciones ulteriores de lo que ha sentido o pensado. El hecho de que no podamos comprender nada fuera del tiempo y del espacio, tal vez esté sugiriendo que nuestra vida no sea apreciablemente distinta de la sobrevivencia a obtenerse con este aparato. "La invención de Morel" (1940)

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05. Escribo esto para dejar testimonio del adverso milagro. Si en pocos días no muero ahogado, o luchando por mi libertad, espero escribir la Defensa ante sobrevivientes y un Elogio de Malthus. Atacaré, en esas páginas, a los agotadores de las selvas y de los desiertos; demostraré que el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documen­tos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos. Hasta ahora no he podido escribir sino esta hoja que ayer no preveía. ¡Cómo hay de ocupaciones en la isla solitaria! ¡Qué insuperable es la dureza de la madera! ¡Cuánto más grande es el espa­cio que el pájaro movedizo! "La invención de Morel" (1940)

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06. La razón de esta necesidad de escribir ha de estar en los nervios. El pretexto es que ahora mis actos me llevan a uno de mis tres porvenires: la compañía de la mujer, la soledad (o sea la muerte en que pasé los últimos años, imposible después de haber contemplado a la mujer), la horrorosa justicia. ¿A cuál? Saberlo con tiempo es difícil. Sin embargo, la redacción y la lectura de estas memorias pueden ayudarme a esa previsión tan útil; quizá también me permitan cooperar en la producción del futuro conveniente. "La invención de Morel" (1940)

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07. Es ya costumbre de mis teorías más lúcidas deshacerse al día siguiente, quedar como pruebas de una combinación asombrosa de ineptitud y entusiasmo (o desesperación). Tal vez mi idea, una vez escrita, pierda la fuerza. "La invención de Morel" (1940)

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08. Ahora la mujer del pañuelo me resulta imprescindible. Tal vez toda esa higiene de no esperar sea un poco ridícula. No esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir. "La invención de Morel" (1940)

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09. Mi vida no es atroz. Si dejo las intranquilas esperanzas de partir en busca de Faustine, puedo acomodarme al destino seráfico de contemplarla. "La invención de Morel" (1940)

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10. (...) La esperanza de que toda mi enfermedad sea una vigorosa autosugestión; que las máquinas no hagan daño; que Faustine viva, y dentro de poco yo salga a buscarla; que nos riamos juntos de estas falsas vísperas de la muerte; que lleguemos a Venezuela; a otra Venezuela, porque para mí tú eres, Patria... "La invención de Morel" (1940)

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11. Creí haber hecho este descubrimiento: en nuestras actitudes ha de haber inesperadas, constantes repeticiones. La ocasión favorable me ha permitido notarlo. Ser testigo clandestino de varias entrevistas de las mismas personas no es frecuente. Como en el teatro, las escenas se repiten. "La invención de Morel" (1940)

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12. Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haré una súplica. Búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso. "La invención de Morel" (1940)

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Autores relacionados

Ernesto Sabato Julio Cortázar Roberto Arlt Silvina Ocampo Victoria Ocampo

Adolfo Bioy Casares

Adolfo Bioy Casares
  • 15 de septiembre de 1914
  • Buenos Aires, Argentina
  • 8 de marzo de 1999
  • Buenos Aires, Argentina

Escritor, novelista, ensayista, traductor y periodista argentino, autor de "La invención de Morel" (1940), "El sueño de los héroes" (1954), "Guirnalda con amores" (1959) y "La muñeca rusa" (1990).

Sobre Adolfo Bioy Casares

Adolfo Bioy Casares nace en el seno de una familia de buena posición, siendo el único hijo de Adolfo Bioy y Marta Casares.

Realiza parte de sus estudios en el "Instituto Libre de Segunda Enseñanza de la Universidad de Buenos Aires" y luego ingresa en las carreras de Derecho, Filosofía y Letras, las cuales abandona al poco tiempo.

Tiempo después Bioy Casares se traslada a una estancia, propiedad de la familia, y se dedica varios años a leer, aprender inglés, francés y escribir.

En 1931 participa de la revista literaria "Sur", editada por la escritora e intelectual Victoria Ocampo, quien le presenta en 1932 a Jorge Luis Borges.

Con su colaboración, Bioy Casares escribe varios relatos policiales con el seudónimo de "Honorio Bustos Domecq".

En 1940 se casa con Silvina Ocampo, la hermana de Victoria y edita la novela fantástica "La invención de Morel", considerada su obra maestra.

Posteriormente, su obra pasó a ser más realista, sin renunciar no obstante a ciertos elementos sobrenaturales.

En 1954 publica "El sueño de los héroes", al tiempo que nace su única hija, Marta.

En 1962 publica el libro "El lado de la sombra", obteniendo al año siguiente el segundo Premio Nacional de Literatura.

En 1981 Bioy Casares es nombrado miembro de la Legión de Honor de Francia.

Recibe el Premio Esteban Echeverría de Gentes de Letras el Premio de la Policía Federal, por su contribución al desarrollo del género policíaco y el premio Konex de Platino en 1984.

En 1988 la universidad italiana "G. d'Annunzio de Chieti", le concede a Bioy Casares el título de Doctor Honoris Causa por el conjunto de su obra.

La obra de Adolfo Bioy Casares se caracteriza por la mezcla entre fantasía y realidad, superponiéndose en armonía y la impecable construcción de sus relatos, de estilo clásico y depurado.

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