Frases de Una soledad demasiado ruidosa

Una soledad demasiado ruidosa

26 frases de Una soledad demasiado ruidosa (Prílis hlucná samota) de Bohumil Hrabal... Cuenta la historia de un anciano ecléctico y malhumorado que trabaja como triturador de papel en Praga, un obsesivo coleccionista de libros raros y prohibidos en su época.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Bohumil Hrabal son: ambientada en praga (república checa), soledad, libros sobre libros, censura, resistencia, absurdo, alcoholismo, quema de libros, amor por los libros, placer de leer, nazismo, convivencia con el invasor, totalitarismo.

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Frases de Una soledad demasiado ruidosa Bohumil Hrabal

01. Como dice la frase del Talmud... Somos como aceitunas, cuando nos chafan sacamos nuestro mejor jugo.


02. Me ha serenado pasear por Praga esta mañana, me ha sosegado el hecho de que yo no soy el único, que millares de personas como yo trabajan en la Praga subterránea, en las cuevas y los subsuelos, y miles de ideas vivas y vivificantes me pasan por la cabeza.


03. Todo lo que he visto en este mundo está animado simultáneamente por un movimiento de vaivén, todo avanza y retrocede, como el fuelle de una fragua, como el cilindro de mi prensa cuando pulso el botón verde y el rojo, todo va y viene, oscila en su propio contrario y por eso nada en este mundo anda cojo.


04. En esas visitas a los subsuelos, a las cloacas, a las alcantarillas, a las depuradoras, encuentro siempre la calma; ilustrado a pesar de mí mismo, tiemblo y me quedo boquiabierto cuando Hegel me enseña que la única cosa aterradora es lo fosilizado, rígido y moribundo y, en cambio, la única cosa satisfactoria es cuando un individuo o, mejor dicho, toda la sociedad, consiguen rejuvenecerse en la lucha, conquistar su derecho a una nueva vida.


05. Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo.


06. Vi un libro al que la horca iba a echar al vientre de la máquina, lo limpié con la bata y me lo apreté contra el pecho, aunque estuviese frío; lo abrazaba como la madre al hijo, como Jan Hus en la plaza de Kolín tiene la Biblia casi hundida en el pecho; enseñé el libro a los jóvenes, que no le prestaron ni la más mínima atención: tenían ojos únicamente para el trabajo; cuando por fin hube encontrado el coraje suficiente, miré la cubierta: sí, era un libro exquisito, Charles Lindberg describía en él su vuelo -el primero- a través del océano.


07. Cada anochecer me dirijo a mi casa, en silencio voy por las calles inmerso en una profunda meditación, paso de largo tranvías y coches y peatones, perdido en una nube de libros que acabo de encontrar en mi trabajo y que me llevo a casa en la cartera, así, soñando, cruzo en verde sin percatarme de ello, sin topar con los postes ni con la gente, camino, apestando a cerveza y a suciedad, pero sonrío porque tengo la cartera llena de libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco.


08. Con lo que disfruto más es visitando a los chicos de las calderas, personas cultas sin excepción, con educación universitaria, atados a su trabajo como un perro a su caseta, que aprovechan los ratos muertos para escribir la historia de su época, basada en investigaciones sociológicas, en su sótano he aprendido que una cuarta parte del mundo, la nuestra, se está despoblando, que hoy en día se obliga a los obreros de los bajos fondos a estudiar una carrera, mientras que a los especialistas con títulos superiores se les condena a ejercer de obreros.


09. Y yo, al pie de la montaña, me encojo como Adán entre los matorrales, con un libro en la mano abro mis atemorizados ojos a un mundo extraño, distinto de aquel en el que me hallaba hace apenas un instante porque yo, cuando me sumerjo en la lectura, estoy en otra parte, dentro del texto, me despierto sorprendido y reconozco con culpa que efectivamente vuelvo de un sueño, del más bello de los mundos, del corazón mismo de la verdad. Diez veces al día me maravilla haberme alejado tanto de mí mismo.


10. Siempre me ha gustado la caída del día, me parece el único momento en que puede pasar algo importante, la luz del crepúsculo lo embellece todo, las calles, las plazas, la gente parece aterciopelada como las flores, los pensamientos morados y amarillos, incluso a mí mismo me percibo más joven y de mejor ver, me agrada observarme en el espejo cuando oscurece, palparme la cara, entonces la encuentro lisa, sin arrugas en las comisuras de los labios ni en la frente; el crepúsculo aporta belleza a mi vida cotidiana.


11. Como un relámpago se me apareció Arthur Schopenhauer afirmando que la más elevada de las leyes es el amor y el amor es compasión, comprendí por qué Arthur odiaba tanto al forzudo de Hegel y me alegré de que ni Hegel ni Schopenhauer hubieran sido comandantes de dos ejércitos adversarios: estaba seguro de que aquellos dos habrían sido tan despiadados como los dos clanes de ratas en las alcantarillas del subsuelo de Praga.


12. Esta semana descubrí un centenar de cuadros de Rembrandt van Rijn, cien reproducciones del retrato del viejo artista de cara esponjosa, la imagen de un hombre a quien el arte y la ebriedad llevaron hasta el umbral mismo de la eternidad, y veo que el pomo gira y que, al otro lado, un desconocido abre esa última puerta. También mi rostro ha ido adquiriendo ese aspecto de hojaldre enmohecido, de pared húmeda y mellada, la misma sonrisa necia, y es que yo también he empezado a mirar el mundo y los acontecimientos humanos desde el otro lado. Hoy, pues, cada bala está adornada con el retrato del anciano Rembrandt van Rijn; lleno las fauces de mi máquina con papel viejo y con libros abiertos.


13. Entonces comprendí la exactitud de las palabras de Rimbaud a propósito de que la lucha del espíritu es tan terrible como cualquier guerra.


14. Como música de fondo, en los abismos de las alcantarillas resuenan las aguas residuales en las que dos clanes de ratas luchan a muerte. ¡Qué día más espléndido, el de hoy!


15. Cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.


16. Los libros me han enseñado, y de ellos he aprendido que el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera sino porque va contra el sentido común. Bajo mis manos y en mi prensa expiran libros preciosos y yo no puedo detener ese flujo.


17. La puerta se abre, entra un gigante y con él el tufo del río, toma una silla y la parte en dos, con sus manos de mortero persigue a los clientes asustados, los hace retroceder a los rincones, los tres jóvenes se arriman contra la pared como si se quisieran hundir en ella, aterrados como las flores, como los pensamientos bajo un aguacero, al final el gigante alza los dos mazos como si fuera a matar a alguien, pero de súbito los mazos se convierten en dos batutas con las que el monstruo marca el compás de su canción... Palomita cenicienta, ¿Dónde has estado?... Canta dulcemente y al acabar tira los restos de la silla, se la paga al camarero y, una vez en la puerta, da media vuelta y dice a los clientes horrorizados... Señores, soy el ayudante del verdugo... Y desaparece, infeliz, soñador, tal vez fue él quien, hace un año, delante del matadero de Holesovice me puso por la noche el puñal al cuello, sacó un trozo de papel y me leyó un poema sobre los hermosos paisajes de los alrededores de Rícany, después me pidió disculpas diciendo que ésa era la única forma de obligar a la gente a escuchar su poema.


18. Puedo permitirme el lujo de abandonarme porque nunca estoy abandonado, estoy solo para poder vivir en una soledad poblada de pensamientos, porque yo soy un poco el don quijote del infinito y de la eternidad, y el infinito y la eternidad sienten predilección por la gente como yo.


19. Me venían a la memoria fragmentos de poemas de Sandburg que dicen algo así como que del hombre, al final, apenas queda nada más que el fósforo suficiente para una caja de cerillas, y el hierro suficiente para forjar un clavo donde colgarse.


20. Ando como una casa en llamas, como una granja ardiendo, la luz de la vida se alza del fuego y el fuego surge de la madera que muere, el hostil desconsuelo resta en el corazón de las cenizas.


21. (...) Abierto por las páginas donde figura un pasaje que siempre me conmovió... El cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en mi interior son objeto de una renovada y creciente admiración y veneración...


22. Me gustaba contemplarla mientras comíamos debajo de la bombilla encendida: partía el pan en pedacitos y se los depositaba en la boca como quien recibe la eucaristía, después recogía las migajas y las tiraba ritualmente al fuego. Luego nos echábamos boca arriba mirando el techo donde bailaban sombras y reflejos, hacía un buen rato que habíamos apagado la bombilla cuando me incorporaba para tomar la jarra de cerveza, tenía la impresión de estar en un acuario poblado de algas y plantas acuáticas, de atravesar un bosque espeso en una noche de luna llena, tanto se agitaban las sombras, y mientras bebía, observaba la desnudez de la gitana, estirada en la cama, el blanco fulgurante de sus ojos, nos veíamos mejor en la oscuridad que con luz.


23. Cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.


24. Me he apaciguado tanto que trabajo con mayor afán que ayer, trabajo maquinalmente y eso me permite volver en pensamientos a mi juventud, cuando cada sábado me planchaba los pantalones y me lustraba los zapatos, mimándolos, me limpiaba incluso la suela porque los jóvenes son amantes de la limpieza, se preocupan de la imagen mental que tienen de sí mismos y esta imagen se puede mejorar.


25. El cuerpo humano es como un reloj de arena, lo que está abajo está arriba, y viceversa.


26. (...) Pero con los años me acabé acostumbrando, cargaba bibliotecas enteras de libros que no tenían precio, encuadernados en piel y en marroquí, provenientes de castillos y palacios, llenaba con ellos vagones enteros y cuando tenía treinta vagones cargados, el tren se llevaba aquellos tesoros hacia Suiza y hacia Austria, a corona el kilo, y a nadie le parecía extraño, nadie lloraba, yo tampoco, me limitaba a acompañar el último vagón con la mirada, sonriendo, el último vagón del tren que llevaba magníficas bibliotecas a Suiza y Austria, a corona el kilo. Empecé a encontrar en mí la fuerza necesaria para afrontar la desgracia con sangre fría, para disimular mi emoción, empecé a darme cuenta de que la devastación y la catástrofe son un espectáculo de una belleza exquisita, cargaba más y más vagones y más y más trenes que salían de la estación en dirección a occidente, a corona el kilo; apoyado en un poste seguía con la mirada el farolillo rojo que colgaba del último vagón, y me parecía a Leonardo da Vinci que, apoyado en una columna, miraba cómo los soldados franceses elegían su estatua ecuestre como blanco de sus disparos y la destruían y desmenuzaban, y, como yo ahora, también Leonardo se quedó observando atentamente y con satisfacción aquel espectáculo espantoso, y es que Leonardo sabía, ya en aquellos tiempos, que el cielo no es humano y que el hombre que piensa tampoco lo es.

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