Frases de Suite francesa - 2

27. ¿Qué otra cosa somos nosotros, Maurice y yo, a ojos de la gente, que una pareja de pobres empleadillos? En cierto sentido es verdad, y en otro somos seres valiosos y únicos. Yo lo sé. ¡Qué atrocidad tan absurda!


28. Ese mismo día escribe a su director literario en Albin Michel una carta que no deja ninguna duda sobre su certeza de que no sobreviviría a la guerra que los nazis habían declarado a los judíos: "Querido amigo... Piense en mí. He escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero ayuda a pasar el tiempo".


29. Toda la claridad del día huía de la tierra y por un breve instante parecía refugiarse en el cielo; nubes teñidas de rosa formaban una concha alrededor de la luna llena, que tenía un color extraño, un verde muy pálido de sorbete de pistacho, y una dura transparencia de hielo; se reflejaba en el lago.


30. Los invadía esa extraña felicidad, esa prisa por desnudar el corazón ante el otro, una prisa de amante que ya es una entrega, la primera, la entrega del alma que precede a la del cuerpo. "Conóceme, mírame. Soy así. Esto es lo que he vivido, esto es lo que he amado. ¿Y tú? ¿Y tú, amor mío?".


31. En octubre de 1940 se promulga una ley sobre "los ciudadanos extranjeros de raza judía". Estipula que pueden ser internados en campos de concentración o estar bajo arresto domiciliario. La ley del 2 de junio de 1941, que sustituye al primer estatuto de los judíos de octubre de 1940, vuelve su situación aún más precaria. Supone el preludio de su arresto, internamiento y deportación a los campos de exterminio nazis.


32. (...) Pero si algo hay seguro es que dentro de cinco, diez o veinte años, este problema, que, según él, es el de nuestro tiempo, habrá dejado de existir, habrá cedido el sitio a otros... Mientras que esta música, ese repiqueteo de la lluvia en los cristales, esos ruidosos y fúnebres crujidos del cedro del jardín de enfrente, esta hora tan maravillosa, tan extraña en mitad de la guerra, esto, todo esto, no cambiará... Es eterno...


33. Pero ¿Por qué siempre nos toca sufrir a nosotros y a la gente como nosotros? -exclamó con rabia-. A la gente normal, a la clase media. Haya guerra, baje el franco, haya paro o crisis, o una revolución, los demás salen adelante. ¡A nosotros siempre nos aplastan! ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho? Pagamos por todo el mundo. ¡Claro, a nosotros nadie nos teme! Los obreros se defienden y los ricos son fuertes. Pero nosotros, nosotros somos los que pagamos los platos rotos.


34. (...) Pues bien, ¡Todo seguía igual! Se acordó de la Historia Sagrada y la descripción de la tierra antes del Diluvio. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! Los hombres construían, se casaban, comían, bebían... Bueno, pues el Libro Sagrado estaba incompleto. Debería añadir: "Las aguas del diluvio se retiraron y los hombres siguieron construyendo, casándose, comiendo, bebiendo..." De todas maneras, los hombres eran lo de menos. Lo que había que preservar eran las obras de arte, los museos, las colecciones.


35. Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo.


36. En los barrios populares, el metro y los malolientes refugios estaban siempre llenos, mientras que los ricos preferían quedarse en las porterías, con el oído atento a los estallidos y las explosiones que anunciarían la caída de las bombas, con el alma en vilo, con el cuerpo en tensión, como animales inquietos en el bosque cuando se acerca la noche de la cacería. No es que los pobres fueran más miedosos que los ricos, ni que le tuvieran más apego a la vida; pero sí eran más gregarios, se necesitaban unos a otros, necesitaban apoyarse mutuamente, gemir o reír juntos.


37. Adiós -le dijo-, adiós. Jamás la olvidaré. -Ella no respondía. Al mirarla, Bruno vio que tenía los ojos llenos de lágrimas y volvió la cabeza-. (...) En ese momento ya no se avergonzaba de amarlo, porque su deseo había muerto y sólo sentía por él pena y una ternura inmensa, casi maternal. Se esforzó por sonreír-. Como la madre china que mandó a su hijo a la guerra aconsejándole prudencia "porque la guerra tiene sus peligros", le ruego que, en recuerdo mío, preserve su vida tanto como pueda. - ¿Porque es valiosa para usted? -preguntó él con ansiedad. -Sí. Porque es valiosa para mí.


38. París tenía su olor más dulce, un olor a castaños en flor y gasolina, con motas de polvo que crujen entre los dientes como granos de pimienta. En las sombras, el peligro se agrandaba. La angustia flotaba en el aire, en el silencio. Las personas más frías, las más tranquilas habitualmente, no podían evitar sentir aquel miedo sordo y cerval. Todo el mundo contemplaba su casa con el corazón encogido y se decía: "Mañana estará en ruinas, mañana ya no tendré nada. No le he hecho daño a nadie. Entonces, ¿Por qué?" Luego, una ola de indiferencia inundaba las almas: "¿Y qué más da? ¡No son más que piedras y vigas, objetos inanimados! ¡Lo esencial es salvar la vida!".


39. La nieve cubría la tumba de Charles Langelet en Père-Lachaise y el cementerio de automóviles cercano al puente de Gien: los coches bombardeados, calcinados, abandonados durante el mes de junio, se amontonaban a ambos lados de la carretera, panza arriba o tumbados sobre un costado, con el capó abierto en un enorme bostezo o convertidos en un amasijo de retorcida chatarra. Los campos, silenciosos, inmensos, estaban blancos; durante unos días, la nieve se fundía y los campesinos recuperaban los ánimos. "Qué alegría ver la tierra...", decían. Pero al día siguiente volvía a nevar, y los cuervos graznaban en el cielo. "Este año hay muchos", murmuraban los jóvenes pensando en los campos de batalla, en las ciudades bombardeadas... Pero los viejos respondían: "¡Igual que siempre!"

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