
29 frases de Sonderkommando (Sonderkommando Auschwitz) de Shlomo Venezia... Testimonio de un superviviente de los comandos especiales nazis, un equipo especial seleccionado con la tarea de dirigir la despiadada máquina de exterminio nazi, que acompañaron a los grupos de prisioneros a las cámaras de gas.
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Shlomo Venezia son: cámara de gas, autobiografía, memorias, judíos, obsesión, sonderkommando, segunda guerra mundial, genocidio, nazismo, deportación, auschwitz, holocausto, cenizas, zyklon b, cadáveres.
Frases de Shlomo Venezia Libros de Shlomo Venezia
Frases de Sonderkommando Shlomo Venezia
01. No teníamos elección. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajan, también.
02. Para los alemanes, la evasión de un miembro del Sonderkommando era muy grave, no podían permitirse dejar que se evadiera un hombre que había visto el interior de las cámaras de gas.
03. Hoy, con frecuencia, me hago la pregunta: ¿Qué habría hecho si me hubieran obligado a matar? ¿Qué habría hecho? No lo sé. ¿Me habría negado, acaso, aun sabiendo que me habrían matado en el acto?
04. (...) Todo me devuelve al campo de concentración. Haga lo que haga, vea lo que vea, mi espíritu regresa siempre al mismo lugar. Es como si el "trabajo" que tuve que hacer allí no hubiera salido nunca, realmente, de mi cabeza...Nunca se sale realmente del Crematorio.
05. Por término medio, todo el proceso de eliminación de un convoy debía durar unas setenta y dos horas. Matarlos era rápido, lo más largo era quemar los cadáveres. Ése era el principal problema de los alemanes: hacer desaparecer los cuerpos. Las fosas permitían ir algo más deprisa.
06. El tren nos dejó al pie de una colina. El campo de concentración estaba en la cima. Los barracones se parecían a los de Birkenau, con literas superpuestas. Éramos tan numerosos que debíamos dormir dos en cada "litera". Apenas podíamos movernos, tan estrecha era la cama. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabíamos al lado de quién estábamos.
07. (...) Al cabo de tres o cuatro días, llegamos a una pequeña estación rural donde nos esperaban uno trenes abiertos, como los que se utilizan para transportar carbón. En el tren estábamos tan apretados que nadie podía moverse. Imposible sentarse. La nieve nos azotaba el rostro con la velocidad del tren. La cosa siguió así durante dos días, sin detenerse, sin comer.
08. Cuando salíamos del campo, recibíamos una especie de té, sin azúcar, claro está, cuya única cualidad era estar caliente. Hacia las once y media, un kapo tocaba la hora de la sopa: una sopa de coles con mondaduras de patata. El que servía la sopa nunca mezclaba, de modo que los primeros sólo recibían agua. Nadie quería pasar al principio. Pero no teníamos, forzosamente, más remedio.
09. La solidaridad sólo existía cuando tenías bastante para ti; de lo contrario, para sobrevivir era preciso ser egoísta. En el Crematorio podíamos permitirnos la solidaridad, porque teníamos bastante para sobrevivir. No hablo del hecho de ayudar a un camarada y ocupar su lugar por unos momentos, mientras él se recuperaba. Hablo del hecho de tener bastante comida. Para quienes no tenían bastante comida, la solidaridad se hacía imposible.
10. Es difícil darse cuenta hoy, pero no pensábamos en nada, no podíamos intercambiar ni la menor palabra. No porque estuviera prohibido sino porque estábamos aterrorizados. Nos convertimos en autómatas, obedeciendo las órdenes e intentando no pensar, para sobrevivir algunas horas más. Birkenau era un verdadero infierno, nadie puede comprender ni entrar en la lógica de aquel campo. Por eso quiero contar, mientras pueda hacerlo, pero confiando sólo en mis recuerdos, en lo que estoy seguro de haber visto y nada más.
11. La persona que acompañaba a la víctima debía conocer la técnica: era preciso sujetar a las víctimas por la oreja y con el brazo estirado, el alemán disparaba y, antes de que la persona cayera al suelo, debíamos ser lo bastante hábiles como para hacerles bajar la cabeza porque, de lo contrario, la sangre brotaba como de un surtidor. Si, por desgracia, algo de sangre manchaba al SS, la tomaba con nosotros y no vacilaba en castigarnos o, incluso, en matarnos allí mismo.
12. Finalmente entramos, tranquilizados al ver que sólo se trataba de la Sauna para la desinfección. Era más bien pequeña. Y, como el primer día en Birkenau, fue necesario desnudarse por completo, unos detenidos nos afeitaron la cabeza y todo el cuerpo. Luego nos atribuyeron un número. Pero, al revés que en Auschwitz, el número no era tatuado; Auschwitz era el único lugar donde los prisioneros eran tatuados. Os dieron una especie de brazalete de hierro con una placa; en la mía estaba escrito el número 118554. Era mi matrícula en Mauthausen.