33. El periodismo es una de las profesiones en las que hay más personas inquietas, insatisfechas, indignadas o cínicamente resignadas, y en la que es muy común la expresión (sobre todo entre los dominados, por supuesto) de la ira, la náusea o el desánimo ante la realidad de una profesión que se sigue viviendo o reivindicando como "distinta de las demás". Pero estamos lejos de una situación en la que estos despechos y rechazos pudieran convertirse en una auténtica resistencia, individual y, sobre todo, colectiva.
34. Es verdad que hay intervenciones políticas, y un control político (que se ejerce, en particular, mediante los nombramientos de los cargos dirigentes), pero también lo es que en una época como la actual, de gran precariedad en el empleo y con un ejército de reserva de aspirantes a ingresar en las profesiones relacionadas con la radio y la televisión, la propensión al conformismo político es mayor. La gente se deja llevar por una forma consciente o inconsciente de autocensura, sin que haga falta efectuar llamadas al orden.
35. Y la misma búsqueda del sensacionalismo y, por lo tanto, del éxito comercial puede llevar a seleccionar unos sucesos que, a merced de las construcciones salvajes de la demagogia (espontánea o calculada), son capaces de suscitar un interés inmenso halagando los impulsos y las pasiones más elementales (con casos como los secuestros de niños y los escándalos susceptibles de provocar la indignación popular), e incluso conseguir formas de movilización puramente sentimentales y caritativas, o apasionadamente agresivas y cercanas al linchamiento simbólico, con los asesinatos de niños o los incidentes asociados a grupos estigmatizados.
36. Cuanto más autónomo y más rico en capital específico sea un productor cultural, y más exclusivamente orientado esté hacia ese mercado restringido en el que como clientes sólo se tiene a los propios competidores, más inclinado se sentirá a la resistencia. Por el contrario, cuanto más destine sus productos al mercado de la gran producción (como los ensayistas, los escritores periodistas, los novelistas conformistas), más tendencia mostrará a colaborar con los poderes externos, estado, iglesia, partido, y, hoy en día, periodismo y televisión, a someterse a sus requerimientos o a sus exigencias.
37. La televisión es un instrumento de comunicación muy poco autónomo sobre el que recae una serie de constreñimientos originados por las relaciones sociales entre los periodistas, relaciones de competencia encarnizada, despiadada, hasta el absurdo, pero que son también relaciones de connivencia, de complicidad objetiva, basadas en los intereses comunes vinculados a su posición en el campo de la producción simbólica y en el hecho de que comparten unas estructuras cognitivas y unas categorías de percepción y de valoración ligadas a su origen social y a su formación (o a su falta de ella).
38. Se puede y se debe luchar contra los índices de audiencia en nombre de la democracia. Parece una paradoja, porque la gente que defiende el reino de los índices de audiencia pretende que no hay nada más democrático (es el argumento favorito de los anunciantes y los publicitarios más cínicos, secundados por determinados sociólogos, por no hablar de los ensayistas de cortos vuelos, que identifican la crítica de los sondeos -y de los índices de audiencia- con la crítica del sufragio universal), que hay que dejar a la gente la libertad de juzgar, de elegir ("Vuestros prejuicios de intelectuales elitistas os hacen considerar que todo eso es despreciable").
39. Es digno de reflexión el moralismo de los profesionales de la televisión: a menudo cínicos, hablan con un conformismo moral absolutamente asombroso. Nuestros presentadores de telediarios, nuestros moderadores de debates, nuestros comentaristas deportivos, se han convertido, sin tener que esforzarse demasiado, en solapados directores espirituales, portavoces de una moral típicamente pequeñoburguesa, que dicen "lo que hay que pensar" de lo que ellos llaman "los problemas de la sociedad", la delincuencia en los barrios periféricos o la violencia en la escuela. Y lo mismo ocurre en el ámbito de la literatura y del arte: los programas llamados literarios más conocidos están al servicio -y de una forma cada vez más servil- de los valores establecidos, del conformismo y el academicismo, o de los valores del mercado.
40. Se dice siempre, en nombre del credo liberal, que el monopolio uniformiza y la competencia diversifica. Evidentemente, nada tengo en contra de la competencia; me limito a observar que, cuando esta se da entre periodistas o periódicos sometidos a unas mismas imposiciones, a unos mismos sondeos, a unos mismos anunciantes (basta con ver con qué facilidad pasan los periodistas de un periódico a otro), homogeneiza. No hay más que comparar las portadas de los semanarios franceses con quince días de intervalo; los titulares de unas publicaciones se repiten más o menos modificados en las otras. Lo mismo sucede con los informativos televisivos o radiofónicos de las cadenas de gran difusión: en el mejor de los casos, o en el peor, sólo el orden de las noticias cambia.
41. Los peligros políticos inherentes a la utilización cotidiana de la televisión resultan de que la imagen posee la particularidad de producir lo que los críticos literarios llaman el efecto de realidad, puede mostrar y hacer creer en lo que muestra. Este poder de evocación es capaz de provocar fenómenos de movilización social. Puede dar vida a ideas o representaciones, así como a grupos. Los sucesos, los incidentes o los accidentes cotidianos pueden estar preñados de implicaciones políticas, éticas, etcétera, susceptibles de despertar sentimientos intensos, a menudo negativos, como el racismo, la xenofobia, el temor-odio al extranjero, y la simple información, el hecho de informar, to record, de manera periodística, implica siempre una elaboración social de la realidad capaz de provocar la movilización (o la desmovilización) social.
42. El presentador manipula estas señales imperceptibles, las más de las veces de forma más inconsciente que consciente. Por ejemplo, el respeto por las personalidades culturales, en el caso de un autodidacta que tenga cierto barniz cultural, le impulsará a admirar a las falsas eminencias, a los académicos, a la gente que posee títulos rimbombantes, capaces de infundir respeto. Otra estrategia del presentador: manipula la urgencia; utiliza el tiempo, las prisas, el reloj, para cortar la palabra, para apremiar, para interrumpir. Y aún le queda otro recurso, común a todos los presentadores: se erige en portavoz del público: "Perdone, no acabo de comprender lo que quiere decir". No da a entender que es idiota, sino que el que no comprende es el espectador de a pie, que es idiota por definición. Y que por ello se erige en portavoz de los "imbéciles" para interrumpir un discurso inteligente. De hecho, como he podido comprobar, el sector de la audiencia al que pretende representar el presentador cuando ejerce estas funciones de censor suele ser el que más se enfada con esos cortes.
43. Resulta evidente, en efecto, que los diferentes poderes, y en particular las instancias gubernamentales, actúan no sólo a través de las imposiciones económicas que están en disposición de ejercer, sino también de todas las presiones que permite el monopolio de la información legítima -de las fuentes oficiales en particular-; este monopolio facilita, en primer lugar a las autoridades gubernamentales y a la administración, a la policía, por ejemplo, pero también a las autoridades jurídicas, científicas, etcétera, unas armas en la lucha que las enfrenta a los periodistas, en la que tratan de manipular las informaciones o a los agentes encargados de transmitirlas, mientras que la prensa, por su lado, trata de manipular a quienes poseen la información para intentar conseguirla y asegurarse su exclusiva. Y no hay que olvidar el excepcional poder simbólico que confiere a las grandes autoridades del Estado la capacidad de definir, por sus acciones, sus decisiones y sus intervenciones en el campo periodístico (entrevistas, conferencias de prensa, etcétera), el orden del día y la jerarquía de los acontecimientos que se imponen a los periódicos.
44. Ocurre cada vez con mayor frecuencia que, al margen de lo que haya podido suceder en el mundo, la portada del telediario esté consagrada a los resultados de la liga de fútbol francesa o a tal o cual acontecimiento deportivo, programado para irrumpir en el telediario de las ocho de la tarde, o al aspecto más anecdótico y ritualizado de la vida política (visita de jefes de Estado extranjeros o visitas del jefe del Estado al extranjero, etcétera), por no mencionar las catástrofes naturales, accidentes, incendios...; en pocas palabras, todo lo que puede suscitar un interés de mera curiosidad y no requiere ninguna competencia específica previa, en particular política. Los sucesos, ya lo he dicho, tienen el efecto de crear un vacío político, de despolitizar o de reducir la vida del mundo a la anécdota o al cotilleo (que puede ser nacional o planetario, con la vida de las estrellas o de las familias reales), al fijar y mantener la atención en unos acontecimientos carentes de consecuencias políticas, que se dramatizan para "extraer la lección pertinente" o para transformarlos en "problemas de sociedad"; es entonces cuando, a menudo, se recurre a los filósofos de televisión para que llenen de contenido lo insignificante, lo anecdótico y lo accidental que artificialmente se ha puesto en primer plano y se ha erigido en acontecimiento: el velo en las escuelas, la agresión a un profesor o cualquier otro "suceso de sociedad"...