Frases de Roland Barthes por Roland Barthes - 3

31. En el gran juego de los poderes de la palabra, también se juega al marro: un lenguaje sólo tiene el poder de meter en cintura a otro temporalmente; basta con que un tercero salga de las filas para que el asaltante se vea forzado a batir la retirada: en el conflicto de las retóricas, la victoria la obtiene siempre el tercer lenguaje. Este lenguaje tiene como tarea librar a los prisioneros: esparcir los significados, los catecismos. Como en el juego, lenguaje sobre lenguaje hasta el infinito, tal es la ley que mueve a la logoesfera. De donde surgen otras imágenes: la del juego.


32. Destacar es el gesto esencial del arte clásico. El pintor "destaca" un rasgo, una sombra, los agranda si es necesario, los invierte y hace de ellos una obra; y aun en el caso en que la obra fuese uniforme, insignificante o natural (un objeto de Duchamp, una superficie monocroma), como está siempre, quiérase que no, situada fuera del contexto físico (una pared, una calle), queda fatalmente consagrada como obra. En esto, el arte es lo opuesto a las ciencias sociológicas, filológicas, políticas, que no se cansan de integrar lo que han distinguido (distinguen para integrar mejor). El arte no sería pues nunca paranoico, sino siempre perverso, fetichista.


33. La función erótica del teatro no es accesoria, porque sólo él, entre todas las artes figurativas (cine, pintura), da los cuerpos, y no su representación. El cuerpo en el teatro es a la vez contingente y esencial: esencial porque no se le puede poseer (está magnificado por el prestigio del deseo nostálgico); contingente porque se podría poseerlo, pues bastaría con estar loco por unos instantes (lo cual está dentro de las posibilidades) para saltar hacia el escenario y tocar lo que se desea. El cine, por el contrario, excluye, por una fatalidad de su naturaleza, toda acción: la imagen en él es la ausencia irremediable del cuerpo representado.


34. En el plano de los valores, el dinero tiene dos sentidos contrarios (es un enantiosema ): se le condena con ardor, sobre todo en el teatro (muchos reproches contra el teatro comercial más o menos por el año 1954), y luego se le rehabilita, siguiendo a Fourier, para reaccionar contra las tres morales que se le oponen: la marxista, la cristiana y la freudiana. Sin embargo, lo que se defiende no es, desde luego, el dinero retenido, envarado, tragado; es el dinero gastado, despilfarrado, acarreado por el propio movimiento de la pérdida, dinero al que da brillo el lujo de una producción; el dinero se convierte así, metafóricamente, en oro: el Oro del Significante.


35. Durante un tiempo, se entusiasmó con el binarismo; el binarismo era para él un verdadero objeto de amor. Le parecía que nunca se. Llegaría a explotar hasta el fin esta idea. Que se pudiese decir todo con una sola diferencia le producía una especie de dicha, un asombro continuo. Como las cosas intelectuales se parecen a las cosas del amor, en el binarismo lo que le gustaba era una figura. Esta figura, la encontró de nuevo, más tarde, idéntica, en la oposición de los valores. Lo que habría de desviar (en él) la semiología, fue primero su principio del goce: una semiología que ha renunciado al binarismo ya casi no le atañe.


36. No buscaba la relación excluyente (posesión, celos, escenas); tampoco buscaba la relación generalizada, comunitaria: lo que quería era, cada vez, una relación privilegiada, marcada por una diferencia sensible, llevada al estado de una suene de inflexión afectiva absolutamente singular, como la de una voz de textura incomparable; y paradójicamente, no veía obstáculos a la multiplicación de esta relación privilegiada: nada más que privilegios, en suma; la esfera amistosa estaba así poblada de relaciones duales (de lo que se desprende una gran pérdida de tiempo: había que ver a los amigos uno por uno: resistencia ante el grupo, la handa, el tropel). Lo que se buscaba era un plural sin igualdad, sin in–diferencia.


37. Los escritos revolucionarios siempre representaron precariamente y mal la finalidad cotidiana de la Revolución, la manera como ésta contempla que vivamos mañana, ya sea porque esta representación corre el riesgo de edulcorar o futilizar la lucha presente, ya sea porque, con más justeza, la teoría política tiende sólo a instaurar la libertad real de la cuestión humana, sin prefigurar ninguna de sus respuestas. La utopía sería entonces el tabú de la Revolución, y el escritor estaría encargado de transgredirlo; sólo él podría arriesgarse a esta representación; como un sacerdote, asumiría el discurso escatológico; cerraría el broche ético, respondiendo con una visión final de los valores a la elección revolucionaria inicial (a aquello por lo que uno se hace revolucionario).


38. Vivo en una sociedad de emisores (siendo yo mismo uno de ellos): cada persona con quien me encuentro o que me escribe, me dirige un libro, un texto, un balance, un prospecto, una protesta, una invitación a un espectáculo, una exposición, etc. El goce de escribir, de producir, apremia a todos; pero como el circuito es comercial, la producción libre sigue atascada, enloquecida y como desesperada; las más de las veces, los textos, los espectáculos van allí donde no se los reclama; encuentran, para su desgracia, "conocidos", no amigos, y mucho menos compañeros; lo cual hace que esta suerte de eyaculación colectiva de escritura, en la cual podría verse la escena utópica de una sociedad libre (donde el goce circularía sin pasar por el dinero), está encaminada hoy hacia el apocalipsis.


39. Lo "privado" cambia según la doxa a la que uno se dirige: si es una doxa de derecha (burguesa o pequeño burguesa: instituciones, leyes, la prensa), es lo privado sexual lo que más lo expone a uno. Pero si es una doxa de izquierda, la exposición de lo sexual no constituye una transgresión: lo "privado", en este caso, son las prácticas fútiles, los rastros de ideología burguesa que el sujeto confiesa: al dirigirme a esta doxa, me expongo menos al declarar una perversión que al enunciar un gusto: la pasión, la amistad, la ternura, la sentimentalidad, el placer de escribir, se convierten entonces, por un simple desplazamiento estructural, en términos indecibles: contradicen lo que puede ser dicho, lo que se espera que uno diga, lo que precisamente -la voz misma del imaginario- uno quisiera poder decir inmediatamente (sin mediaciones).


40. Soñar (bien o mal) es insípido (qué aburridos son los relatos de sueños). Por el contrario, el fantasma ayuda a pasar cualquier momento de vigilia o insomnio; es, una pequeña novela de bolsillo que uno lleva siempre consigo y que puede abrir en cualquier parte sin que nadie vea nada, en un tren, en un café, esperando una cita. El sueño me desagrada porque uno está enteramente absorbido en él: el sueño es monológico; y el fantasma me gusta porque se mantiene concomitante con la conciencia de la realidad (la del lugar donde estoy); así se crea un espacio doble, dislocado, escalonado, dentro del cual una voz (no sabría decir cuál, la del café o la de la fábula interior), como en la marcha de una fuga, se pone en posición indirecta: algo se trama; es, sin pluma ni papel, un comienzo de escritura.

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