Frases de País de nieve

País de nieve

16 frases de País de nieve (Yukiguni) de Yasunari Kawabata... Shimamura, un hombre rico de mediana edad, regresa tras una larga ausencia y se reencuentra con Komako, una geisha que conoció en el pasado. La joven misteriosa Yoko cierra el triángulo amoroso que se entreteje.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Yasunari Kawabata son: amantes, montañas, triángulo amoroso, fuerza de la pasión, paso del tiempo, matrimonio sin amor, sensualidad, diferencia de edad en el amor, geisha, ambientada en la isla de honshu (japón).

Frases de Yasunari Kawabata

Frases de País de nieve Yasunari Kawabata

01. El camino estaba congelado. La aldea estaba en silencio, inmóvil bajo el cielo estrellado. Komako alzó los faldones de su kimono y los acomodó en el obi. La luna parecía cortada a cuchillo contra el hielo espectralmente azul.


02. Todo contorno individual se perdía en la distancia, el monótono paisaje de la montaña se hacía aun más vago a medida que se apagaban los últimos restos de color. Nada atraía la mirada, sólo quedaba dejarse llevar.


03. (...) Pero cuando quiso avanzar hacia la voz casi delirante, los hombres que se habían precipitado para quitarle de los brazos a la inerte Yoko, los hombres que se apretujaban alrededor de ella, lo rechazaron con tal fuerza que a punto estuvo de perder el equilibrio, y vaciló. Dio un paso para recuperarlo, y, en el mismo instante en que se inclinaba hacia atrás, la Vía Láctea, con una especie de rugido horrísono, se vertió en él.


04. Es un pueblo muy pequeño. -Y todos se han enterado de lo nuestro. -Lo dudo. -Empiezas a hacerte mala fama y estás arruinada, en un pueblo como éste -decía ella. Pero al instante sonreía-. Qué importa. Las que son como yo encuentran trabajo en cualquier parte.


05. Si el hombre tuviera el pelaje y la contextura de un oso, su vida sería bien diferente... Sin embargo, era a través de esa piel tan delicada que se transmitía el amor. Y ahora, mientras miraba el sol caer detrás de las montañas, sintió una nostalgia inexplicable por la piel humana.


06. -Estás ardiendo. - ¿Sí? Ardiendo por una almohada. Ten cuidado, a ver si te quemas. -No me sorprendería -murmuró él, y cerró los ojos y se dejó invadir por ese calor que despabilaba su cuerpo. La realidad fue inundándolo con cada bocanada de aire que ella aspiraba. Y, con ella, vino un nostálgico remordimiento. Shimamura se sentía como si estuviera esperando sin apuro una indefinida revancha.


07. Su angosta, afilada nariz tenía un aire de desamparo pero el capullo de sus labios se abría y cerraba con la tersa curvatura de una fruta. Incluso cuando estaba en silencio sus labios parecían en tenue movimiento. La menor arruga, grieta o decoloración los hubiera arruinado, pero su perfección los humanizaba al máximo.


08. Las dos figuras, transparentes e intangibles, y el fondo, cada vez más difuso en la oscuridad creciente del crepúsculo, se fundían en una atmósfera ajena a este mundo. Cuando una mínima variación en las montañas lejanas se sobreimprimía al rostro de la muchacha, Shimamura sentía una turbación de inexpresable belleza en el pecho. En el cielo aún se veían restos rojos del atardecer.


09. Hay un poco de tensión aquí, en la base del cuello. Pero debe estar satisfecho de su aspecto: ni muy gordo ni muy flaco. Y no bebe, ¿Verdad? - ¿Cómo puede saberlo? -Tengo tres clientes con un cuerpo como el suyo. Pero, si no bebe, no sabe exactamente lo que significa divertirse... Ni olvidar.


10. (...) Algo similar había ocurrido la noche anterior, cuando komako lo arropó con su calor corporal mientras irradiaba frialdad desde su corazón herido de amor hacia él. Pero sin duda ese amor no cristalizaría en nada tan precioso como la seda chijimi. A fin de cuentas, aunque la ropa era el más perecedero de los objetos exquisitamente artesanales, las buenas piezas de chijimi podían durar más de un siglo si se las trataba adecuadamente.


11. Incluso cuando hubo salido de la casa, shimamura seguía obsesionado por esa mirada, que le ardía en la cara con la misma belleza inexpresable que el atardecer anterior, cuando el destello que venía de las montañas se unió con el reflejo del rostro de ella en la ventanilla del tren. Apuró el paso, mientras su memoria convocaba una tercera imagen, la del reflejo de la nieve enmarcando las mejillas de komako en el espejo donde ella verificaba su maquillaje, aquella misma mañana.


12. La cercanía física que experimentaba era absoluta. La angosta nariz, que hasta entonces le era más bien insignificante, parecía vitalizada por el saludable rubor de las mejillas. La suavidad danzante de los labios no perdía plenitud cuando se estiraban en un falsete ni cuando se contraían como un capullo. Su encanto reproducía el embrujo que generaba todo su cuerpo. Los ojos, brillosos y húmedos, la aniñaban. La ausencia de maquillaje daba a su piel el tono traslúcido de una cebolla recién pelada, o más bien de un pimpollo de lirio, apenas coloreado en su limpidez. Su espalda erguida le daba un aire de recato tersamente virginal.


13. Son tan complicados los de Tokio. Viven inmersos en tal confusión que sus sentimientos se fragmentan.


14. Quien no te dice que le agradas y aun así lo sabes, ése es el que te deja un buen recuerdo.


15. -Hay mosquitos -dijo ella de pronto, y se puso de pie y sacudió las faldas de su kimono. En la solitaria quietud del bosque ni uno ni el otro tenían algo que decir.


16. ¿Tanta nieve cae? -En el pueblo vecino, los niños salen por las ventanas del piso superior de la escuela. Los más arriesgados se sumergen como si estuvieran nadando y cavan túneles.

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