25 frases de ¡Menudo reparto! (What a carve up! o The Winshaw legacy) de Jonathan Coe... El joven escritor Michael Owen recibe el encargo de escribir la biografía de la anciana Tabitha Winshaw y su rica familia e investigar el asesinato de su hermano Godfrey.
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Jonathan Coe son: humor, sátira, crítica del consumismo, decadencia social, conflictos familiares, asesinato, misterio, corrupción política, capitalismo salvaje.
Frases de Jonathan Coe Libros de Jonathan Coe
Jonathan Coe
01. El truco consiste en no parar de hacer cosas indignantes. No tiene sentido conseguir pasar una ley escandalosa, y luego darle tiempo a todo el mundo para que se sulfure. Hay que entrar allí directamente y rematarla con algo todavía peor, antes de que la gente haya podido averiguar con qué les has golpeado.
02. Un almuerzo muy agradable... Un oporto sumamente delicado; tengo que animar al club a que compre un poco para sustituir al jarabe de frambuesa que sirven en este momento. El faisán un poco asado de más. Por poco pierdo un diente con un perdigón.
03. (...) Él y su mujer habían sido evangelistas devotos durante un tiempo. Tuvieron las dos primeras niñas, y luego a ella le costó mucho dar a luz a la siguiente. Y resultó que perdió la fe a modo de venganza, y se separó de él, llevándose a las tres niñas con ella. Fe, esperanza y brenda.
04. ¿Conoce esa sensación? Seguro que sí: tropezarse con un artista cuyo trabajo te habla tan directamente que es como si los dos compartierais el mismo lenguaje cómplice, y eso a la vez te reafirmara en lo que siempre has pensado y te dijera algo completamente nuevo. -(...) Se había quedado mudo, no entendía nada-. ¿No la ha tenido nunca, entonces?
05. Disfrutó enormemente al arrebatar aquellas enormes compañías estatales de manos de los contribuyentes y repartirlas entre una minoría de accionistas ansiosos de beneficios; al saber que estaba ayudando a acabar con la propiedad pública y a concentrarla en las manos de unos pocos, le invadía una honda y tranquilizadora sensación de estar obrando bien. Satisfacía algo primitivo en él.
06. ¿Qué fuerza podría llevar a seis personas, cuyas vidas les mantienen tan gloriosamente ocupados en el escenario del mundo, a abandonar en el acto sus compromisos y viajar hasta este lugar solitario, dejado de la mano de Dios; un lugar, debo añadir, que no les costó nada evitar cuando su propietario aún seguía vivo? La respuesta es sencilla: les impulsará la misma fuerza que indefectible y exclusivamente ha guiado toda su conducta en sus respectivas carreras profesionales. Me refiero, por supuesto, a la codicia: una codicia manifiesta, feroz, animal.
07. Porque llega un momento, (...), en que la codicia y la locura prácticamente no se diferencian. Casi se podría decir que se convierten en la misma cosa. Y llega otro momento, en que la voluntad de consentir la codicia, y de convivir con ella, e incluso de fomentarla, pasa a ser también una especie de locura. Lo cual quiere decir, en otras palabras, que no nos la podemos quitar de encima. Nunca se va a terminar esta locura. Al menos... Para los vivos.
08. Y entonces, justo cuando Lucila soltó su primer sollozo incontrolado, lo hizo: hizo la cosa por la que siempre se odiaría a sí mismo; siempre que se despertara por la noche sudando frío al recordarlo; siempre que tuviese que dejar una habitación en medio de una conversación, o que meterse bruscamente en el duro arcén de la autopista, cuando le entraran ganas de vomitar por la repentina claridad de aquel recuerdo. Apretó el gatillo.
09. (...) Me dio la impresión de que no ponía mayor interés. Yo tampoco, al principio: traté de tomármelo nada más que como un puzzle matemático, un ejercicio de probabilidades y deducción, pero después de un rato (y supongo que esto parecerá infantil) mi imaginación empezó a campar por sus respetos, y me metí de lleno en el juego.
10. ¿Hace usted ejercicio? ¿Va a un gimnasio o algo parecido? -No. ¿Por qué me lo pregunta? -Pues porque tiene usted unas nalgas extraordinariamente duras. Para ser escritor, quiero decir. Fue lo primero en que me fijé de usted. -Gracias -dije, porque no se me ocurrió nada mejor. -Si esta noche nota que mi mano se pierde en algún momento en esa dirección, no se prive de decirlo. Me temo que últimamente estoy hecho un sobón. Cuanto más viejo me hago, menos control parece que tengo sobre esta lamentable libido mía.
11. Pero el tren ya aminoraba su marcha, y cuando por fin se paró en medio de la más completa oscuridad del túnel, calculé que sólo habría recorrido unos trescientos metros. Tan pronto se detuvo, se notó que el ambiente se hacía más tenso. No estaríamos allí más de un minuto, quizás, o tal vez minuto y medio, pero pareció una eternidad, y cuando el tren empezó a arrastrarse hacia adelante, todas las caras pusieron gesto de alivio. Pero resultó ser corto. Tras sólo unos segundos, los frenos salieron a relucir de nuevo, y esta vez, mientras el tren hacía con una sacudida un alto definitivo, dando una terrible sensación de algo concluyente.
12. -Nadie contará con que sea una medida muy popular, supongo. -Bueno, habrá protestas, claro, pero luego se pasarán, y ya aparecerá otra cosa que moleste a la gente. Lo importante es que nos ahorramos un montón de dinero, y mientras tanto toda una generación de niños de la clase trabajadora y de familias con pocos ingresos no comerá nada más que patatillas y chocolate todos los días. Lo que significa, en definitiva, que crecerán más débiles físicamente y más lentos mentalmente. -Dorothy alzó una ceja ante esta afirmación-. Pues claro -le aseguró él-. Una dieta rica en azúcares retrasa el desarrollo cerebral. Nuestros chicos lo han demostrado. -Se sonrió-. Como muy bien sabe todo general, el secreto para ganar una guerra es desmoralizar al enemigo.
13. Volar nunca es peligroso. (...) Lo peligroso es estrellarse.
14. En cuanto a mí, me quedé sentado en mi butaca. No iba a moverme hasta que Fiona lo hiciera. Parecía que esta vez no tenía sentido salirse del cine.
15. Déjeme que le advierta una cosa sobre mi familia -dijo finalmente-, por si todavía no se ha dado cuenta. Son el hatajo de cabrones traidores y tacaños más mezquino, codicioso y cruel que jamás se haya arrastrado por la faz de la tierra.
16. Pero a nadie le hace realmente falta, ¿No? Por muy desesperado que sea su caso. Ésa es a la conclusión a la que llegas al final.
17. Yo vivo para el arte... Lo que los demás llaman "el mundo real" siempre me ha parecido descolorido y soso comparado con él.
18. En el mercado de hoy en día (...) es una ingenuidad pensar que se puede promocionar la obra de un artista sin contar con su personalidad. Tiene que haber una imagen, algo que se pueda vender en los periódicos y en las revistas.
19. Si la imaginación es la sangre de la gente, y el pensamiento el oxígeno, entonces el trabajo de Roddy consiste en cortarnos la circulación y el de ella en asegurarse de que todos estemos muertos del cuello para arriba.
20. Si hay una clase de persona, entre todos los miembros más ingenuos e indefensos de la sociedad, que esté pidiendo a gritos que la estafen ése es el escritor ambicioso y sin talento.
21. Las breves y respetuosas críticas que había tenido en los periódicos y las revistas literarias (que, en algunos casos, casi me había aprendido de memoria) se volvían insignificantes ante esta evidencia repentina de que el resto del mundo podía estar ocultando algo completamente diferente, algo insospechado, vivo y aleatorio: lectores.
22. Maldije la mala suerte (si se trataba de eso) que me había marcado para siempre como un hombre de imaginación más que de acción.
23. (...) Ya estaba lanzado, y empezó a decir que, en realidad, la Sanidad Pública, si se la dirigía bien, podía llegar a convertirse en el negocio más lucrativo de todos los tiempos, porque los cuidados médicos eran como la prostitución, algo de lo que nunca dejaría de haber demanda: era inagotable.
24. Lo siguiente que intenté elaborar fue una fantasía erótica, basada en la premisa de que el cuerpo contra el que estaba empotrado no era el de un agente de bolsa granujiento, sino el de Kathleen Turner, que llevaba una fina blusa de seda casi transparente, y una minifalda increíblemente corta y ajustada. Me imaginé los contornos firmes y abundantes de su pecho y de sus nalgas, el toque de deseo entreverado y renuente de sus ojos, su pelvis empezando inconscientemente a restregarse contra la mía; y de improviso y para mi horror, empecé a tener una erección, y todo el cuerpo se me puso tenso de puro pánico mientras trataba de apartarme del ejecutivo cuya entrepierna se encontraba ya en contacto directo con la mía. Pero no funcionó; de hecho, a no ser que me equivoque completamente, ahora era él el que estaba teniendo una erección, lo que significaba que o él estaba intentando el mismo truco que yo, o yo estaba mandando señales equivocadas y a punto de meterme en un buen lío.
25. Debería haber sido un trayecto muy sencillo. En primer lugar, tenía que ir andando hasta la estación de metro, lo que significaba atravesar el parque, cruzar el Albert Bridge, pasar por delante de las casas con pinta de fortalezas de los ricachones de Cheyne Walk, subir por Royal Hospital Road y adentrarme en Sloane Square. Sólo me paré una vez a comprarme unas chocolatinas (un Marathón y un Twix, si la memoria no me falla). Era otra mañana de un calor insoportable, y no había forma de escapar del espeso humo negro que salía de la parte de atrás de los coches, los camiones y los autobuses, y se quedaba colgando pesadamente en el aire y en todas partes, forzándome a contener la respiración cada vez que tenía que atravesar la calle en un cruce concurrido. Pero luego, cuando llegué a la estación y bajé por las escaleras mecánicas, tan pronto como pude divisar el andén vi que estaba absolutamente atestado. Había algún fallo en el servicio, y hacía un cuarto de hora que no pasaba un tren. A pesar de que la línea no está muy lejos de la superficie en Sloane Square, el constante movimiento de las escaleras hacia abajo me hizo sentirme como Orfeo descendiendo a los infiernos, frente a aquella marea de gente pálida y triste; la luz del sol que acababa de dejar atrás convertida ya en un mero recuerdo.