Frases de Las palabras

Las palabras

23 frases de Las palabras (Les mots) de Jean Paul Sartre... Relato autobiográfico que nos cuenta, a través de una prosa maravillosa, la niñez de Sartre, caracterizada por una fenomenal devoción por los libros.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Jean Paul Sartre son: amor por los libros, autobiografía, eterno retorno, existencialismo, lenguaje, memorias, paso del tiempo.

Frases de Jean Paul Sartre Libros de Jean Paul Sartre

Frases de Las palabras Jean Paul Sartre

01. Morir no basta: hay que hacerlo a tiempo.


02. Confundí, como los quiméricos, el desencanto con la verdad.


03. El azar me había hecho hombre, la generosidad me haría libro.


04. Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros.


05. Yo había encontrado mi religión: nada me parecía más importante que un libro.


06. Cuando se quiere demasiado a los niños y a los animales, se los quiere contra los hombres.


07. Siempre he preferido acusarme que acusar al universo; y no por bondad, sino para no depender más que de mí.


08. Hay que confiarse al diablo, a la casualidad, al vacío, tomar frases enteras de los adultos, juntarlas y repetirlas sin comprenderlas.


09. La relación con los grandes hombres me había convencido de que no se puede ser escritor sin llegar a ser ilustre.


10. Ya lo he dicho antes; por haber descubierto el mundo a través del lenguaje, mucho tiempo tomé al lenguaje por el mundo.


11. No existe el buen padre, es la regla: no cabe reprochárselo a los hombres, sino al lazo de paternidad, que está podrido.


12. No veía a nadie porque tenía demasiado orgullo para solicitar el primer lugar y demasiada vanidad para conformarse con el segundo.


13. Durante toda su vida mantuvo el gusto por lo sublime y puso todo su empeño en fabricar grandes circunstancias con pequeños acontecimientos.


14. La cultura no salva nada ni a nadie, no justifica. Pero es un producto del hombre: el hombre se proyecta en ella, se reconoce; sólo este espejo crítico le ofrece su imagen.


15. El odio y el amor son el anverso y el reverso de la misma medalla, no quería nada ni a nadie. Estaba bien: a nadie se le puede pedir que odie y guste a la vez.


16. Los personajes surgían sin avisar, se amaban, se peleaban entre sí, se degollaban mutuamente; el sobreviviente se consumía de pena, se unía en la tumba con el amigo, con la tierna amante que acababa de asesinar.


17. Había sentido ese deseo a través de Anne-Marie; a través de ella aprendía a husmear al macho, a temerle, a odiarlo. Este incidente reforzó nuestros lazos; yo trotaba, con un gesto duro, de la mano de mi madre, y estaba seguro de que la protegía.


18. Después de cada minuto esperaba al próximo, porque atraía al siguiente. Viví serenamente con extrema urgencia: siempre delante de mí mismo, todo me absorbía, nada me retenía. ¡Qué alivio! Antes mis días se parecían tanto que a veces me preguntaba si no estaba condenado a sufrir el eterno retorno del mismo.


19. Me volví traidor y no he dejado de serlo. Por mucho que me meta por entero en lo que haga, que me entregue sin reservas al trabajo, a la ira, a la amistad, sé que en un instante lo renegaré, lo quiero así y me traiciono, ya en plena pasión, por el alegre presentimiento de mi futura traición.


20. Todo me pareció simple: escribir es aumentar con una perla el collar de las Musas, dejar a la posteridad el recuerdo de una vida ejemplar, defender al pueblo contra sí mismo y contra sus enemigos, atraer sobre los hombres la bendición del Cielo por una misa solemne. No se me ocurrió la idea de que se pudiera escribir para ser leído.


21. Nacido en una cueva de ladrones, colocado por la administración entre las diversiones verbeneras, tenía unos modales populacheros que escandalizaban a las personas serias; era la diversión de las mujeres y de los niños; mi madre y yo lo adorábamos, pero apenas sí pensábamos en ello y nunca lo comentábamos; ¿Se habla del pan cuando no falta?


22. Hace algunos años me hicieron ver que los personajes de mis obras de teatro y de mis novelas toman sus decisiones bruscamente y por crisis, que, por ejemplo, basta un instante para que el Orestes de Las moscas lleve a cabo su conversión. Caramba, es que los hago a mi imagen y semejanza; desde luego no como yo soy, sino como he querido ser.


23. Lo peor era que sospechaba que los adultos eran unos farsantes. Las palabras que me dirigían eran caramelos; pero hablaban entre ellos con otro tono. Y además solían romper contratos sagrados; hacía yo la mueca más adorable, de la que estaba más seguro, y me decían con una voz verdadera: «Ve a jugar más lejos, que estamos hablando». Otras veces tenía el sentimiento de que me utilizaban. Mi madre me llevaba al Luxemburgo; el tío Emile, que estaba peleado con toda k familia, surgía de pronto; miraba a su hermana con un aire triste y le decía secamente: «No estoy aquí por ti; he venido a ver al niño». Entonces explicaba que yo era el único inocente de la familia, el único que nunca le había ofendido deliberadamente, ni le había condenado por calumnias. Yo sonreía, incómodo por mi poder y por el cariño que había encendido en el corazón de este hombre triste.

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