Frases de Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego

34 frases de Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez... Las frases de estos doce cuentos obligan al lector a olvidarse de sí mismo para seguir las peripecias e investigaciones de cuerpos que desaparecen o bien reaparecen en el momento menos esperado.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Mariana Enríquez son: diálogos perturbadores, realismo gótico, secretos oscuros, personajes atormentados, hechos sobrenaturales, crítica social, sucesos horrorosos, accidente, suicidio.

Frases de Mariana Enríquez Libros de Mariana Enríquez

Frases de Las cosas que perdimos en el fuego Mariana Enríquez

01. La gente triste no tiene mirada.


02. La gente triste no tiene piedad.


03. (...) Le sigo diciendo accidente a su suicidio.


04. Que su cuerpo fuera sensual resultaba inexplicablemente ofensivo.


05. Mi corazón latía tan fuerte que me dejaba sorda.


06. Él disfrutaba con sus mentiras. A ella le gustaba el desafío.


07. ¿Sabés qué es lo mejor de los japoneses? Que clasifican fantasmas.


08. La miró como una bruja, como una asesina, como si tuviera poderes.


09. (...) Me imaginaba una hermosa clínica llena de mujeres con la mirada perdida.


10. Ella se derrumbaba en público sin pudores y a nosotras nos daba vergüenza.


11. Que no era la princesa en el castillo, sino la loca encerrada en la torre.


12. No me recuerda o me recuerda poco, vagamente, como si me hubiera conocido en un sueño.


13. Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados.


14. Hace años que Lala decidió ser mujer y brasileña, pero había nacido varón y uruguayo.


15. Porque había estado deprimida, como tanta gente, porque tomaba medicación -en dosis muy bajas-, Miguel creía que estaba enferma.


16. La ciudad no tenía grandes asesinos, si se exceptuaban los dictadores, no incluidos en el tour por corrección política.


17. Que sabrás vos de lo que pasa en serio por acá, mamita. Vos vivís acá, pero sos de otro mundo


18. Ahora ya no lloraban por la inflación: lloraban porque no tenían trabajo. Lloraban como si ellos no tuvieran la culpa de nada.


19. Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices.


20. A lo mejor él decidió que su tristeza iba a estar a mi lado para siempre, hasta que él quisiera, porque la gente triste no tiene piedad.


21. Primero se ponía impaciente y después demasiado comprensivo, tranquilizador; en un rato, Miguel iba a hacer lo que ella más odiaba: la iba a tratar de loca.


22. En la casa de Andrea nadie hacía preguntas: su padre estaba siempre borracho y ella tenía llave de su habitación para evitar que él se le metiera de noche.


23. ¿Cuántos años iba a pasar aquí, asqueada cuando lo escuchaba hablar, dolorida cuando teníamos sexo, silenciosa cuando él confesaba sus planes de tener un hijo y reformar la casa?


24. (...) Prefiero olvidarlas porque olvidar a la gente que sólo se conoció en palabras es extraño, mientras existieron fueron más intensas que lo real y ahora son más distantes que los desconocidos.


25. La falta de comida era buena: nos habíamos prometido comer lo menos posible. Queríamos ser livianas y pálidas como chicas muertas. No queremos dejar huellas en la nieve, decíamos, aunque en nuestra ciudad jamás nevaba.


26. Todos los días pienso en Adela. Y si durante el día no aparece su recuerdo -las pecas, los dientes amarillos, el pelo rubio demasiado fino, el muñón en el hombro, las botitas de gamuza-, regresa de noche, en sueños.


27. La chica, que era de nuestra edad y tenía el pelo atado en una cola de caballo, lo miró como una bruja, como una asesina, como si tuviera poderes. El chofer la dejó bajar y ella corrió hacia los árboles; desapareció en una nube de tierra cuando el ómnibus volvió a arrancar.


28. Pero yo seguía sintiéndome abandonada y, por culpa de la soledad, me enamoré demasiado rápido, me casé con desesperación y ahora estaba viviendo con Juan Martín, que me irritaba y me aburría. Decidí llevarlo a conocer a los tíos para ver si otros ojos conseguían transformarlo.


29. La madre del chico sucio abrió la boca y me dió náuseas su aliento a hambre, dulce y podrido como una fruta al sol, mezclado con el olor médico de la droga y esa peste a quemado; los adictos huelen a goma ardiente, a fábrica tóxica, a agua contaminada, a muerte química.


30. A mi marido no le gustaba Natalia. No le parecía atractiva físicamente, lo que era casi una locura de su parte: yo nunca había visto una mujer tan hermosa como ella. Pero, además, él la despreciaba porque Natalia tiraba las cartas, sabía de remedios caseros y, sobre todo, se comunicaba con espíritus.


31. Nunca le habíamos prestado atención. Era una de esas chicas que hablan poco, que no parecen demasiado inteligentes ni demasiado tontas y que tienen esas caras olvidables, esas caras que, aunque una las ve todos los días en el mismo lugar, es posible que no las reconozca en un ámbito distinto, y mucho menos ponerle un nombre.


32. Hicieron falta muchas mujeres quemadas para que empezarán las hogueras. Es contagioso, explicaban los expertos en violencia de género en diarios y revistas y radios y televisión y donde pudieran hablar; era tan complejo informar, decían, porque por un lado había que alertar sobre los feminicidios y por otro se provocaban esos efectos, parecidos a lo que ocurre con los suicidios entre adolescentes.


33. La idea de entrar en la casa fue de mi hermano. Me lo sugirió primero a mí. Le dije que estaba loco. Estaba fanatizado. Necesitaba saber qué había pasado en esa casa, qué había adentro. Lo deseaba con un fervor muy extraño para un chico de once años. No entiendo, nunca pude entender qué le hizo la casa, cómo lo atrajo así. Porque lo atrajo a él, primero. Y él contagió a Adela.


34. Él supo ocultar hasta el final, hasta su último acto, hasta que solamente quedó de él ese costillar a la vista, ese cráneo destrozado y, sobre todo, ese brazo izquierdo en medio de las vías, tan separado de su cuerpo y del tren que no parecía producto del accidente -del suicidio, le sigo diciendo accidente a su suicidio; parecía que alguien lo había llevado hasta el medio de los rieles para exponerlo, como un saludo, un mensaje.

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