Frases de La isla del tesoro

La isla del tesoro

19 frases de La isla del tesoro (Treasure island) de Robert Louis Stevenson... Una historia en la cual la busca mítica de un objeto preciado actúa como móvil para la huida hacia escenarios exóticos donde la libertad es posible.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Robert Louis Stevenson son: aventura marina, adaptada al cine, búsqueda del tesoro, piratas, barcos, travesía marina, ambientada en una isla, ambientada en alta mar.

Frases de Robert Louis Stevenson

Frases de La isla del tesoro Robert Louis Stevenson

01. Dicen que la cobardía es contagiosa; pero la discusión, por el contrario, enardece.


02. El corazón me latía en la boca, cuando salimos al frío de la noche y emprendimos nuestra peligrosa aventura.


03. Yo soy el que se ríe el último; soy yo quien ha gobernado este maldito asunto desde el principio; y os tengo ahora mismo el miedo que podía tenerle a una mosca. Puede usted matarme, si quiere, o dejarme ir. Pero una cosa voy a decirle, y no la repetiré: si me deja libre, lo pasado, pasado, y cuando os juzguen por piratas, trataré de salvar a todos los que pueda. Esa es la única elección, y no a mí a quien corresponde. Matando a uno más no ganaréis nada, pero, si me dejáis con vida, tendréis un testigo a vuestro favor para salvaros del patíbulo.


04. (...) Tampoco yo creía en sus palabras, pues la verdad es que era un hombre con la lengua muy suelta; pero, sin embargo, algo en el corazón me decía que al menos en esta ocasión decía la verdad y a nadie había confiado la situación de la isla.


05. No voy a relatar todos los pormenores de nuestro viaje. Diré que, en su conjunto, fue satisfactorio. La goleta era un magnífico barco; la tripulación demostró su competencia y el capitán Smolett dio pruebas de su talento en el mando. Pero sucedieron dos o tres cosas, antes de alcanzar el término de nuestro viaje, que debo relatar.


06. La canción de los piratas había terminado, finalmente, y toda aquella mermada pandilla, alrededor del fuego, entonaba ahora aquella otra que tantas veces yo había oído: "Quince hombres en el cofre del muerto, ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron! El ron y Satanás se llevaron al resto. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron! ".


07. -Eres un chico valiente, y además eres inteligente -dijo Silver apretando su mano con tal fuerza, que hasta el barril donde yo estaba tembló-, y te diré que tienes la mejor estampa de caballero de fortuna que han visto estos ojos. Yo ya había empezado a entender el sentido de aquellas palabras. Cuando él decía "caballeros de fortuna", se refería, ni más ni menos, a vulgares piratas.


08. (...) Trasladar un segundo cargamento puede parecer más osadía de la que en verdad representaba, porque, si los piratas tenían sin duda la ventaja de su número, nuestras eran las armas. Ninguno de los que permanecían en tierra tenía mosquete y, antes de que pudieran acercársenos a tiro de pistola, ya habríamos dado buena cuenta de media docena, al menos.


09. Lo que usted desea es que conservemos el secreto de nuestros propósitos y que astutamente convirtamos nuestros camarotes de popa en una especie de fortín, manteniendo bajo vigilancia la pólvora y las armas, y defendido por los criados de mi amigo, que son de toda nuestra confianza. En otras palabras: que teme usted la posibilidad de un motín.


10. La isla no estaba habitada; mis compañeros se habían quedado muy atrás, y ante mí no palpitaba más que la vida salvaje de misteriosos animales y extrañas plantas. Anduve vagando sin rumbo bajo los árboles. A cada paso descubría plantas en flor que me eran desconocidas; vi alguna serpiente, y una de ellas irguió de improviso su cabeza sobre un peñasco y escuché su silbido áspero como el de un trompo al girar. ¡Si hubiera sabido que se trataba de un enemigo mortal y que aquel sonido era el famoso cascabel!


11. Cuando embarranquemos -pregunté-, ¿Cómo podremos volver a sacarlo a flote? -Ah -replicó-, tú tomas una maroma y la llevas a tierra, cuando la marea ya esté baja; la fijas en uno de aquellos grandes pinos; la traes a bordo y le das otra vuelta en el cabestrante, y ya no hay más que esperar la pleamar, y sale a flote él solo como la cosa más natural. Y ahora, muchacho, pon atención. Estamos ya sobre el sitio justo y el barco navega demasiado rápido. ¡Un poco a estribor! ¡Ahí! ¡Sostén firme! ¡A estribor!... ¡Ahora un poco a babor! ¡Sostén firme!


12. Todo el interior de la empalizada en el declive de la duna había sido rozado para levantar el fortín, y como mudos testigos quedaban las rotas cepas que indicaban la vieja y hermosa arboleda. El suelo había sido erosionado por las aguas o por el aluvión, al perder la protección del bosque, y sólo por donde corría el arroyuelo se veía ahora una capa de musgo, algunos helechos y yedra. Pero ya en los límites de la empalizada, el bosque recobraba su densidad lo que perjudicaba ciertamente nuestra defensa, pletórico de abetos en las zonas más interiores, y de encinas, hacia el mar.


13. Los muertos no muerden.


14. No eres más que un chiquillo, pero listo como el hambre.


15. Ante nosotros, por encima de las copas de los árboles, veíamos el cabo Boscoso batido por el oleaje; detrás no solamente podíamos divisar el fondeadero y la Isla del Esqueleto, sino hasta la franja de arena y el terreno más bajo de la parte oeste, y más allá, la inmensa extensión del océano. El Catalejo se alzaba poderoso ante nosotros, con algunos pinos aislados y sus formidables precipicios. No se escuchaba otro ruido que el de las lejanas rompientes, que parecía subir de toda la costa hacia la cima del monte, y el zumbido de los infinitos insectos de aquellos matorrales. No se descubría presencia humana alguna; ni una vela en la mar; la grandeza del paisaje aumentaba la sensación de soledad.


16. La marea es fuerte y nos desvía... Hay que remar con más fuerza... Hay que luchar contra la corriente.


17. Me detuve muy asombrado, y quizá con cierto temor. Yo sabía que mis compañeros no tenían la costumbre de encender grandes hogueras, antes bien, por orden del capitán, limitábamos las ocasiones de hacer fuego; y comencé a temer que algo malo les hubiera sucedido durante mi ausencia.


18. Alguna vez imaginaba la isla poblada de salvajes, con los que combatíamos; otras la veía llena de peligrosas fieras que nos acosaban. Pero ninguno de mis sueños fue tan trágico y sorprendente como las aventuras que realmente nos sucedieron después.


19. Los caballeros de fortuna -replicó Silver- no suelen fiarse demasiado unos de otros, y tienen razón para ello, creedme. Pero conmigo sucede que, si alguien corta amarras y deja al viejo John en tierra, no dura mucho sobre este mundo. Muchos le tenían miedo a Pew, y muchos también a Flint; pero Flint tenía miedo de mí. No le daba vergüenza confesarlo. Y la tripulación de Flint, que fue la gente más feroz y despiadada que se mantuvo nunca sobre una cubierta, el demonio mismo se hubiera acobardado de navegar con ellos, pues bien, voy a deciros algo: ya sabéis que no soy hombre fanfarrón, nadie más llano que yo en el trato... Pues, cuando yo era cabo, el más curtido de los bucaneros de Flint era el cordero más manso delante del viejo John. Sí, muchacho, puedes estar seguro.

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