Frases de La dama de blanco - 2

27. Soy capaz de los actos virtuosos más exaltados cuando tengo la ocasión de realizarlos. La desventura de mi vida ha sido que se me han presentado pocas ocasiones de realizarlos.


28. El misterio que se esconde tras la belleza de las mujeres está fuera del alcance de las simples emociones humanas hasta que lo desentraña el misterio aún más profundo de nuestras propias almas.


29. Hay tres cosas que ninguno de los jóvenes de la presente generación son capaces de hacer. No pueden saborear el vino, no pueden jugar al whist y tampoco pueden decirle un piropo a una dama.


30. Sentí cómo mi corazón le respondía con un dolor punzante, un dolor que me anunciaba que pronto iba a perderla y que su pérdida sólo haría mi amor más profundo.


31. El único relato capaz de producir una profunda impresión en los lectores es aquel que logra interesarles acerca de hombres y mujeres, por la perfectamente obvia razón de que ellos son también hombres y mujeres.


32. No se contentaba con expresar su entusiasmo por las costumbres del país cargando siempre con paraguas, sombrero blanco y unas inevitables polainas sino que aspiraba a ser un inglés tanto en sus gustos y costumbres como en su indumentaria.


33. Se apoyaron sus brazos sobre la mesa y la rubia cabeza se desplomó pesadamente sobre ellos. Una mirada más de eterna despedida y se cerró la puerta tras de mí. Había empezado a abrirse entre nosotros el inmenso abismo de la separación.


34. -Existe otro infortunio -repetí- al que cualquier mujer se halla expuesta y por el que se condena a sufrir toda la vida de vergüenza y de dolor. - ¿Cuál es? -preguntó con desazón. -El infortunio de creer con demasiada ingenuidad en su propia virtud y en el honor y la fidelidad del hombre a quien ama -respondí.


35. Las lágrimas corrieron por su rostro. Su mano temblorosa buscó el apoyo de la mesa para poder sostenerse, mientras me tendía la otra. La tomé entre las mías, estrechándola con firmeza. Cayó mi cabeza sobre aquella mano fría. Mis lágrimas la humedecieron y mis labios se apretaron contra ella. No fue un beso de amor. Fue una contracción de agonía desesperada.


36. No puedo concebir qué conexión puede haber entre este hombre, Fosco, y mi vida pasada que usted me hace recordar. Si encuentra usted la conexión guárdesela y no me diga nada...Le ruego y le imploro de rodillas que me deje seguir ignorándola, que me deje seguir inocente, que me deje seguir ciego en todos los tiempos futuros, ¡Que me deje estar como estoy ahora!


37. Si su físico resultaba llamativo, se distinguía aún más de sus congéneres por la inofensiva excentricidad de su carácter. Lo que parecía obsesionarle era la idea de mostrar su agradecimiento a la nación que le había ofrecido asilo y medios para ganarse la vida, por lo que hacía cuanto le era posible por convertirse en un perfecto inglés.


38. Cuando la vista de las montañas de Cumberland se desvaneció en la lejanía pensé en las primeras circunstancias descorazonadoras bajo las que se había desarrollado la larga lucha que ahora quedaba atrás. Era extraño volver la vista atrás y comprobar que la misma pobreza que nos había negado toda esperanza de conseguir ayuda, era el medio indirecto de nuestro triunfo para obligarme a actuar por cuenta propia.


39. Las lágrimas corrieron por su rostro. Su mano temblorosa buscó el apoyo de la mesa para poder sostenerse, mientras me tendía la otra. La tomé entre las mías, estrechándola con firmeza. Cayó mi cabeza sobre aquella mano fría. Mis lágrimas la humedecieron y mis labios se apretaron contra ella. No fue un beso de amor. Fue una contracción de agonía desesperada. -Déjeme usted, por amor de Dios -dijo débilmente. Aquellas palabras fueron la confesión de sus sentimientos. No tenía el derecho de oírlas ni de contestar a ellas. Al confesar su sagrada debilidad, me arrojaba de aquel lugar. Todo había concluido. Dejé caer su mano y no dije nada más. Las lágrimas que cegaban mis ojos me impedían verla, y las enjugué para contemplarla por última vez. Vi cómo se dejó caer sobre una silla. Se apoyaron sus brazos sobre la mesa y la rubia cabeza se desplomó pesadamente sobre ellos. Una mirada más de eterna despedida y se cerró la puerta tras de mí. Había empezado a abrirse entre nosotros el inmenso abismo de la separación. La imagen de Laura Fairlie pasaba desde ese momento a ser el más querido de todos mis recuerdos.

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