18. Su rostro era una máscara siniestra grabada con una curiosa hostilidad, como la expresión de un rottweiler que quiere arrancarte los brazos pero está levemente interesado en saber primero qué sabor deben de tener. Y había algo en esa expresión que no había visto nunca en ninguna otra cara, excepto en el espejo. Era un vacío profundo y abisal capaz de penetrar entre la charada cómica de la vida humana y leer la letra pequeña.
19. ¿Cómo crees que llegué hasta aquí, eh? - ¿Por lo guapa que es? -Dije, dedicándole una sonrisa deslumbrante. Un cumplido nunca está de más con una mujer. Me mostró su encantadora dentadura, aún más brillante por los faros que iluminaban la zona. -Muy bueno -dijo ella, moviendo los labios hasta que dibujaron una extraña media sonrisa que le hundió las mejillas y la envejeció-. Esa es la clase de mierda que me tragaba cuando creía que te gustaba.
20. Ten cuidado, había dicho Harry. Y me enseñó a tenerlo, tan bien como sólo un policía puede enseñar a un asesino. Escoger con cuidado de entre todos los que lo merecían. Asegurarse sin lugar a dudas. Después limpiar. No dejar rastro. Y siempre evitar cualquier implicación emocional: provoca errores. Ese cuidado iba más allá del momento del asesinato, claro. Tener cuidado significaba construirse una vida. Compartimentar. Hacer vida social. Imitar al resto. Y yo había seguido sus consejos con gran esmero. Era casi un holograma perfecto. Estaba por encima de cualquier sospecha, más allá de cualquier reproche, y ni siquiera era digno de desprecio. Un monstruo pulcro y educado, el vecino de la puerta contigua.